lunes, 28 de mayo de 2012

Revolución Social Española: Colectividades Agrarias en Aragón, el Levante español, Murcia, Comunidad Valenciana, Andalucía y Castilla (1936-1939)

A continuación extractos que reflejan en profundidad la situación revolucionaria de colectivizaciones durante la España Libertaria. El primero es un extracto de la obra de Gastón Leval “Colectividades Libertarias en España”. El segundo es un extracto del trabajo “DURRUTI” de Julio C. Acerote publicado en gargantas-libertarias.blogspot.com. El tercero es un capítulo del trabajo “El colectivismo agrario en la Revolución Española” de Benjamín Cano Ruiz e Ismael Viadiu. 


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Colectividades Libertarias en España”
Por Gastón Leval
MATERIALES PARA LA REVOLUCIÓN
 En una superficie de 505.000 kilómetros cuadrados, incluyendo las islas mediterráneas y atlánticas (Baleares y Canarias), España contaba -el 19 de julio de 1936, fecha en que se desencadenó el ataque franquista- unos 24 millones de habitantes, o sea, 48 por kilómetro cuadrado. Leve densidad para una nación europea, y que podía dejar suponer que en ese país, donde la agricultura dominaba, que los recursos económicos eran suficientes Dara asegurar a todos una vida feliz. Pero, incluso si se le consideraba solamente desde el punto de vista agrario, la riqueza de un país no depende sólo de su extensión. Lucas González Mallada, el mejor geólogo español que era al mismo tiempo excelente geógrafo, ha clasificado como sigue -y sus conclusiones son siempre justas- el valor económico del suelo hispano:
 
10% de rocas peladas;
40% de tierras francamente malas;
40% de tierras mediocres;
10% de tierras que nos dan la ilusión de vivir en un paraíso.
 
Estas condiciones naturales están confirmadas por otras constataciones que impiden hacerse la menor ilusión: sobre los 50 millones de hectáreas, la superficie media cultivada y cultivable se elevaba entonces a 20 millones de hectáreas; en lo demás sólo se podía apacentar carneros y cabras. Añadamos que sobre esos 20 millones de hectáreas cultivables, seis millones estaban permanentemente en barbechos a fin de que el suelo pudiera «descansar», y en parte renovarse, según el sistema llamado «año y vez». De modo que, en realidad, la tierra realmente productora no comprendía sino un 28% de la superficie del país.
 
Hoy mismo, la estructura orográfica agrava las consecuencias de esas primeras condiciones. La altitud media de España es de 660 metros, «la más alta después de Suiza», nos dice el geógrafo Gonzalo de Reparaz. En el centro, la meseta castellana, que con sus prolongaciones abarca 300.000 kilómetros cuadrados, tiene una altura media de 800 metros. Al Norte, la cadena de los Pirineos, más importante en la vertiente española que en la vertiente francesa, cubre 55.000 kilómetros cuadrados, más de la décima parte del país. Se cuentan en España 292 picos de 1.000 a 2.000 metros, 92 picos de 2.000 a 3.000 metros, 26 de 3.000 a 3.500 metros. Este relieve montañoso influye en forma decisiva sobre el clima, y a su vez el clima ejerce una influencia determinante sobre la agricultura.
 
Por otra parte, la dirección de las sierras internas, que corren en sentidos diversos por la península, dirige a menudo en forma inadecuada las lluvias bienhechoras. De modo que no es solamente el invierno, con el frío propio de las zonas elevadas, que frena la producción agrícola: es también el verano, con sus sequías; todas esas condiciones reunidas justifican la afirmación tantas veces repetida -y atribuida a personalidades distintas-: «África empieza en los Pirineos»[23].
 
Tomen el mapa de España: en el Norte, continuando la zona pirenaica, los montes cantábricos se estiran paralelamente, a 50 kilómetros del litoral, alcanzando más de 2.500 metros de altura, e impidiendo la llegada, sobre el centro, especialmente en Castilla, de las nubes oceánicas. Llueve mucho en Asturias, como en el país vasco, en la provincia de Santander, hasta Galicia, al norte de Portugal, donde se registran medias de 1.700 milímetros al año, es decir, más del doble de lo necesario. Pero, del otro lado de las montañas asturianas, las lluvias alcanzan por término medio 500 milímetros, y en vastas regiones de la cuenca del Ebro se registran a veces 300 milímetros de precipitaciones pluviométricas. Y aun estas cifras dan una idea incompleta de la realidad, pues a menudo la porosidad del suelo montañoso y el ardor del sol causan, por evaporación o por infiltración, la pérdida de hasta el 80% del agua caída.
 
Pero es en lo que Gonzalo de Reparaz llamaba «el trágico sudeste» donde se encuentran las peores condiciones. Sobre más de 500 kilómetros de costas, desde Gibraltar hasta Murcia, pasan a veces años sin que caiga la menor lluvia: los vientos soplan del Sur, del Sahara, y no traen lluvia. Y el autor afirma que es España la única nación de Europa donde se conoce este fenómeno en zona tan extensa.
 
La aridez del suelo es también frecuente en la vasta cuenca del Ebro, que cubre la décima parte del suelo hispano, o sea cinco millones de hectáreas: «los desiertos alternan con los oasis, pero predominan; la estepa ibérica que se extiende a lo largo de este río es la más vasta de Europa».
 
Habría que sumar las otras estepas, en primer lugar la de la Mancha, que se extiende desde las puertas de Madrid hasta Cartagena. En total, el 40% de la superficie de España está cubierto de estepas.
 
La huerta de Valencia, los jardines de Murcia y Granada cantados por los poetas no son sino islotes privilegiados que engañan a los turistas de alma romántica. Y se comprenderá que los rendimientos de la agricultura se resienten de tales condiciones naturales. En 1936, la producción media de trigo, la más importante de todas, era de nueve quintales por hectárea, excepcionalmente de diez quintales, a veces de ocho, mientras era en Francia de 16 a 18 quintales en tierra no regada (promedio establecido en ambos casos sobre estadísticas de diez años). Los promedios más elevados en tierra regada daban de 16 a 18 quintales, mientras se obtenía 22 quintales en tierra no regada de Alemania e Inglaterra. Hoy mismo, sin regadío, el promedio francés es de 30 a 35 quintales, según los años.
 
Hemos tomado el ejemplo del trigo porque, como hemos dicho, este cereal era -y es todavía- la producción agrícola más importante de España. Lo demás, menos algunas excepciones como la producción naranjera, ofrecía condiciones similares. España era un país predominantemente agrícola, pero sus condiciones naturales lo condenaban a ser un país pobre.[24]La importancia del número de carneros criados (de 18 a 20 millones) muestra esas dificultades: el carnero es animal de estepas y de tierras pobres, que se cría en derredor del mar Mediterráneo, tanto en Europa como en África, en las tierras desecadas por el sol; lo mismo puede decirse del cultivo, tan abundante, y que cubre provincias enteras, del olivo: el olivo es producción de tierras infecundas, al que se acude porque es árbol cuyas raíces van a buscar el agua a gran profundidad. Carneros y olivos son indicios de malestar económico.
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Cuando, hace mucho tiempo, el autor decidió estudiar seriamente la economía española, empezó por creer, ante el balance desalentador de la agricultura, que España no había seguido el camino correspondiente a sus posibilidades naturales a causa de circunstancias históricas, políticas y religiosas que, sobre todo después de la expulsión de los árabes y los judaizantes, habían torcido su destino. «España -escribían ciertos geógrafos y comentadores- es la bodega más rica del mundo». Este optimismo, que no compartían otros especialistas mejor informados, se fundamentaba en que el subsuelo del país contenía carbón, hierro, cobre, estaño, plomo, cinc, mercurio, plata y wolframio.[25]En apariencia existían bases para fundar industrias cuyo importante conjunto habría cambiado o permitiría cambiar la estructura económica general. Pero quien estudiaba las estadísticas serias suministradas por los geógrafos estudiosos, los economistas informados, los geólogos, los ingenieros hidrólogos, e incluso las secciones especializadas de ciertos organismos oficiales, constataba que estos diferentes minerales no existían sino en pequeñas cantidades y, aparte del mercurio -cuya importancia económica era mínima con respecto a la economía nacional-, no podían abrir perspectivas alentadoras.
 
Las minas españolas han sido explotadas por los cartagineses, por los romanos, los árabes, los ingleses, y hasta por los españoles. No eran inagotables, y en conjunto, menos las que suministran mineral de hierro -cuyas reservas no son realmente importantes con relación a las necesidades nacionales- están hoy al final de su rendimiento. Incluso cuando estaban en su auge, las comparaciones, sin las cuales no hay apreciación valedera, prueban que una industria importante no habría podido basarse en la producción nacional. En 1936, el subsuelo suministraba de 0.40 a 0.50 del cobre mundial. Las minas de Río Tinto estaban ya casi agotadas, y la Río Tinto Co. había empezado a desplazar sus capitales hacia otras regiones del globo. ¿El plomo? Su valor en pesetas se elevaba, en el año 1933, a 21.754.000 pesetas, y sin duda las cifras de 1935-36 eran aproximadamente las mismas. Empero, y para poder apreciar, recordemos que la cosecha de trigo valía 10.000.000.000 de pesetas.
 
El carbón y el hierro constituían la base de la industria. Empero España producía de un año para otro siete millones de toneladas de hulla menos. Francia, de 48 a 68 millones. Ahora mismo, cuando bajo la presión y las disposiciones gubernamentales la producción ha sido elevada a 12 millones de toneladas, se calcula que las reservas «potenciales» aseguran carbón y lignito para ciento cuarenta años… a condición de que el consumo no se intensifique. Pero, ¿qué hay de la necesaria industrialización? Porque, según los promedios necesarios para un desarrollo industrial, sería preciso reducir este tiempo en un 65%.[26]
 
España no está más favorecida en cuanto al hierro. Siempre basándonos en las reservas «potenciales» -pero no probadas-, sus yacimientos, si nos basamos en el consumo medio por habitante en Francia -que no es un gran país siderúrgico- se agotarán en unos cuarenta años.
 
Refutemos ciertas afirmaciones relativas a la agricultura. Mucha gente, que no ha podido informarse seriamente, cree en los milagros del regadío. Desgraciadamente, esta creencia no tiene base. El volumen acarreado por los ríos no permite grandes realizaciones: aproximadamente 50.000 millones de metros cúbicos al año; esto, insistimos, para todoslos ríos de España, cuando sólo el Ródano, en Francia, acarrea cerca de su desembocadura, unos 60.000 millones. Teniendo en cuenta que no se puede sangrar completamente todos esos ríos, que incluso parte de ellos que bajan al Atlántico no pueden ser utilizados porque ya llueve demasiado en las regiones que recorren,[27]los cálculos más optimistas permiten prever el regadío de cinco millones de hectáreas: la décima parte del país. Tales son las posibilidades máximas. Empero, sobre esos cinco millones de hectáreas, dos por lo menos están regadas.
 
Desde la expulsión de los árabes, que habían multiplicado las acequias en el Levante, han sido construidos más pantanos de lo que suponen muchos comentaristas. Primo de Rivera y el mismo Franco han puesto en práctica, según las posibilidades (el ejército pesa mucho en el presupuesto), una política hidráulica que Joaquín Costa había preconizado, y de la que el ingeniero Luis Adaro fue el apóstol. Desgraciadamente, después de haber construido los pantanos, se ha descubierto que no llovía bastante para llenarlos… Y ha sido necesario, en muchos casos, acudir a la producción térmica de electricidad, renunciándose a la producción hidráulica.
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Tales eran las causas naturales de la miseria social del pueblo español en el año 1936; tal es la causa fundamental de la emigración continua a la que asistimos actualmente. Pero existe otra que, por ser obra de los hombres, puede -y en esto se esforzó la Revolución española- ser corregida por ellos.
 
El problema de la propiedad agraria reviste en este país una importancia fundamental. En 1936 ofrecía dos características dominantes: el latifundio y el minifundio. España cuenta con numerosos pequeños propietarios; las cifras del catastro publicado al 31 de diciembre de 1959 declaraban 5.987.637. Proporción elevada con relación al total de la actual población. Pero, en primer lugar, la mayoría de las fincas (si así pueden llamarse) poseídas eran de secano, y en segundo lugar, su improductividad movía en esa misma época, y mueve ahora, a las masas campesinas hacia las urbes donde se amontonan en las «ciudades miseria».
 
En 1936, sólo se había catastrado parte del suelo, pero las cifras conocidas informaban en forma suficiente sobre la terrible realidad social que veremos confirmada en los capítulos que siguen.
 
Sobre un total de 1.023.000 propietarios, 845.000 no obtenían de su tierra el valor de una peseta diaria. Entonces, el pan costaba de 0,60 a 0,70 peseta el kilo; un kilo de chuletas, cinco pesetas. Debían trabajar como jornaleros, como pastores, en casa de los ricos, en los campos de los terratenientes o como peones camineros, miserablemente pagados. En ciertos casos, iban a «robar» leña en los montes altos o bajos, procurando, sin conseguirlo siempre, no ser detenidos y encarcelados por la Guardia Civil; recorriendo 5, 10, 15 kilómetros, cuando no más, con el pobre burro al que hostigaban, para ir a vender a otros -más afortunados- el producto de su «robo».
 
También iban a trabajar en las ciudades como peones, en ciertos períodos del año.[28]
 
La segunda categoría campesina se componía de 160.000 propietarios que lograban vivir independientemente y con sobriedad.
 
La tercera era la de los grandes propietarios y «terratenientes». Componía el 2.04% del total catastrado, pero poseía el 67.15% de las tierras cultivadas. Sus fincas cubrían de 100 a 5.000 hectáreas.
 
Se comprenderá cuál era la miseria campesina. Empero, los campesinos constituían más del 60% de la población española. Suponer que esta masa soportaría indefinidamente su lamentable condición de existencia implicaba una necedad inconcebible. Porque el pueblo español no es de los que se resignan eternamente. Antaño, andaluces, extremeños, gallegos, asturianos, vascos, castellanos, emigraban a América Central o del Sur en busca de medios de subsistencia; siguen emigrando ahora, especialmente en Europa. Pero, a lo largo de su historia, fuera por una causa justa o injusta, el pueblo español ha sido capaz de combatir y lanzarse adelante. Ha soñado largamente después del trauma causado por la expulsión de los árabes durante el predominio de la Iglesia católica y de la Inquisición, así como por las consecuencias de la conquista de América, pero ha acabado por despertar, con su alma y su carácter valeroso, con ese fondo místico que le predispone a luchar por causas superiores, para sí y para los demás, en un arrojo espiritual casi cósmico; y con ese capital de dignidad humana que le hace soportar por fuerza la presión autoritaria, y rebelarse contra ella cuando le es posible; y no olvidemos un sentido de solidaridad e igualdad que informa tanto la moralidad del obrero de Barcelona como la del campesino andaluz.
 
Estos factores: la miseria social y la dignidad, unidos a la solidaridad colectiva, predisponían cumplidamente un amplio sector de la población a aceptar las ideas libertarias.
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En el año 1936, dos organizaciones revolucionarias encarnaban estas ideas: la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Federación Anarquista Ibérica (FAI). La primera se componía de federaciones regionales que, a su vez, eran integradas por federaciones comarcales y locales; estas últimas podrían semejarse a las Bolsas de Trabajo de Francia, o a las Cámaras di Lavoro de Italia, pero con estructuración más acabada, mayor solidaridad intersindical y más completa independencia ante el Gobierno.
 
En 1936, la CNT agrupaba un millón de adherentes. Recuérdese -para mejor comprender la importancia de esta cifra- que la población se elevaba a 24 millones de individuos.
 
Según su declaración de principios, esta organización sindical perseguía la realización del comunismo libertario. Era obra exclusiva de los anarquistas que luchaban en el plano sindical y en el ideológico, siendo sus organizadores, sus propagandistas y sus teóricos.
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Tan pronto se proclamó la segunda República del 14 de abril de 1931, la marcha hacia acontecimientos graves pareció inevitable. La vida del nuevo régimen político estaba amenazada. La monarquía sólo había podido ser derrotada electoralmente gracias al aporte de los votos de los miembros de la CNT y de los anarquistas que militaban fuera de esta organización (pero era sobre todo la CNT, que constituía la fuerza numérica y organizadora). Al lado de estas fuerzas que habían votado contra la monarquía figuraban los socialistas y la Unión General de Trabajadores (UGT), organización sindical reformista que también contaba un millón de adherentes, los cuales en su mayoría votaban a los socialistas. Venían después los comunistas, en número escaso, los republicanos federalistas, enemigos de la República jacobina y centralista, y fuerzas regionales separatistas que dominaban en Cataluña y en las Vascongadas.
 
Enfrente, las derechas contaban aún con fuerzas considerables. Monárquicos conservadores de toda laya, reaccionarios bien asentados en las provincias aún dormidas, fuerzas clericales tradicionales. Sobre el total de votos emitidos, los que provenían de los republicanos verdaderos debían sumar apenas el 24%. Lo que justifica la observación sagaz del conde de Romanones, jefe de los monárquicos liberales, que resumía humorísticamente la situación con las palabras siguientes: «Bien veo una república pero no veo republicanos».
 
En tales condiciones, el nuevo régimen no podía arraigar en forma duradera sino procediendo a reformas sociales que habrían debilitado al ejército, a la iglesia y al caciquismo tradicional aún dueño de las provincias. Pero las reformas ideales y las realizadas por los socialistas y los republicanos de derecha que gobernaron durante los dos primeros años (1931-33), sólo podían parecer importantes para los juristas, los profesores, los abogados, los periodistas y los políticos profesionales que componían la mayoría de los diputados y del personal del Estado. Nada o casi nada significaban para el conjunto de las masas. Si antes de la República para muchos campesinos y obreros la comida se componía a lo largo del año de garbanzos con aceite y patatas, durante la República siguió componiéndose de garbanzos o patatas con aceite, y los que antes calzaban alpargatas siguieron calzando alpargatas.
 
El pueblo español seguía teniendo hambre, hambre de pan y tierra. Para los que habían votado por los republicanos con alma y esperanzas republicanas, la República era sinónimo de verdadera libertad, de verdadera igualdad -no sólo política, sino social-, de verdadera fraternidad. Implicaba, ante todo, la desaparición de la injusticia social y de la miseria.[29]
 
Ante la lentitud de la reforma agraria, los campesinos empezaron a trabajar por su cuenta las tierras que los grandes terratenientes dejaban a menudo incultas, y que, debemos reconocerlo, eran a menudo improductivas. Entonces, cumpliendo las órdenes del ministro de Gobernación -apoyado por todo el ministerio- la Guardia Civil, que sostenía a la República como antes había sostenido a la monarquía, intervenía con el mauser y las ametralladoras. La tragedia de Casas Viejas, en Extremadura, donde familias miserables entre las miserables pagaban a razón de un real por mes(cuarta parte de una peseta) la ropa comprada a crédito, donde tantas campesinas guardaban la misma falda durante casi toda su vida, limitándose a ponerla de vuelta los domingos -lo mismo ocurría en Galicia- esta tragedia provocó la indignación de la población: 14 personas, hombres, mujeres y niños fueron masacrados por las fuerzas armadas.[30]Así terminó el primer bienio de la República izquierdista.
 
El segundo bienio fue consecuencia del primero. Asqueada, indignada, la mayoría del pueblo votó por los conservadores «republicanos», es decir, por las derechas, que aprovecharon hábilmente las faltas de sus adversarios y prometieron respetar todas las libertades. Pero, de hecho, su triunfo implicaba un enorme paso atrás, y los mineros asturianos se irguieron, en una insurrección formidable, contra la llegada al poder de los que abrían legalmente el paso al fascismo. Circunscripta regionalmente por ausencia de acuerdos anticipados con las fuerzas similares de otras regiones, la insurrección fue aplastada despiadadamente. Centenares de mineros cayeron.
 
Si lo que se ha llamado el «bienio negro» no fue más desastroso que el primer bienio fue por lo menos tan duro, y habiéndose producido intentos insurreccionales especialmente en Cataluña, Aragón y Andalucía -pero todo en forma inconexa-, la represión se tornó práctica permanente de gobierno. Los dos años pasaron, caracterizados por huelgas parciales y generales, represiones, asesinatos de campesinos por las fuerzas armadas. Además, la crisis económica nacida en 1929 en los Estados Unidos, que se extendió también en España, había paralizado muchas empresas y el número de desocupados se elevó a 700.000. Ningún socorro les era dado. Por otra parte, el número de encarcelados -presos gubernativos, es decir, administrativos- y procesados se elevaba a 30.000. La inmensa mayoría pertenecía a la CNT y a la FAI. Además eran numerosos los socialistas y ugetistas.
 
Ante las promesas de los republicanos de izquierda condenados a la oposición, muchos trabajadores despertaron nuevamente a la esperanza. Y cuando las elecciones tuvieron lugar, en febrero de 1936, el Frente Popular triunfó.
 
Pero no triunfó con facilidad. Los miembros de la CNT que, sin embargo, no olvidaban sus principios, votaron para evitar la llegada legal del fascismo al poder. No obstante, este refuerzo decisivo, las izquierdas obtuvieron 4.500.000 votos, mientras las derechas obtenían 4.300.000. Hubiera bastado un desplazamiento de 200.000 votos para que los admiradores de Hitler y Mussolini formaran gobierno. Dato complementario; se habían presentado seis partidos de derecha, seis del centro, más inclinados a la derecha que a la izquierda, y seis de izquierda. Dieciocho en total. La estabilidad era más que problemática.
 
Gracias a los malos recursos de una ley electoral especialmente amañada, el bloque de las derechas sólo obtuvo 181 escaños en el Parlamento; el bloque izquierdista 281. Desde ese momento, los vencidos prepararon activamente el golpe de Estado. Nadie lo ignoraba. Informaciones precisas habían llegado y llegaban al Ministerio de Gobernación y de Guerra. La prensa de izquierda, especialmente toda la prensa libertaria, denunciaba los conciliábulos de la oficialidad de la marina y del ejército, o por lo menos de parte de ella decidida a la acción, que no había dimitido aunque el primer Gobierno republicano hubiera invitado a acogerse a la jubilación a los oficiales en desacuerdo con el nuevo régimen.
 
Nada hizo el Gobierno de Madrid contra el peligro que iba aumentando visiblemente. Habría podido armar al pueblo, detener y revocar a los generales y coroneles conspiradores, disolver el ejército, cerrar los cuarteles; sus componentes prefirieron limitarse a enérgicas declaraciones. Y cuando los sublevados atacaron, buen número de gobernadores republicanos pasaron al enemigo, contribuyendo muy eficazmente a la detención y a la ejecución de los antifascistas más decididos.
 
En esta grave situación, fueron los anarquistas que, es preciso decirlo, ayudados en Barcelona por los Guardias de Asalto[31], hicieron retroceder a los regimientos de infantería que el gobernador militar, general Goded, había lanzado a la conquista de la ciudad. En otras regiones, socialistas madrileños de la base, cenetistas, anarquistas, catalanistas, separatistas liberales vascos, incluso catalanes, combatiendo muchas veces sin armas, obligaron a Franco a luchar durante cerca de tres años antes de triunfar.
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Durante ese período tuvo lugar la experiencia social relatada en este libro. Esta experiencia fue obra exclusiva del movimiento libertario, sobre todo de la CNT, cuyos militantes, avezados a las prácticas de la organización sindical, supieron crear rápidamente, en colaboración con las masas, las nuevas formas de organización económica y social que vamos a describir. Incluso cuando hombres pertenecientes a otras tendencias han llevado a cabo tareas semejantes, fue copiando el ejemplo de nuestros compañeros. Fueron los libertarios quienes aportaron las ideas fundamentales, los principios, y propusieron los nuevos modos de organización basados en el federalismo agubernamental practicado directamente. La Revolución española fue obra del pueblo, realizada por el pueblo, pero ante todo por los libertarios, hombres del pueblo, que estaban en su seno, y en el seno de las organizaciones sindicales.
 
Por otra parte, el éxito de nuestros compañeros hubiera sido imposible si los conceptos libertarios no hubieran respondido a la psicología profunda, si no de la totalidad, por lo menos de gran parte de los trabajadores obreros y campesinos. Y si, sobre todo en Aragón, en Castilla, en Andalucía, en Extremadura, el factor psicológico, individual y colectivo no hubiera facilitado esas realizaciones únicas en la historia del mundo.
 
El autor de este libro, que había vivido y luchado largamente en España, residía en América del Sur cuando estalló la guerra civil. Obligado a viajar ilegalmente, no pudo embarcarse y desembarcar en Gibraltar sino en el mes de noviembre. Pasó a Málaga, la primera ciudad portuaria que estaba a su alcance, y pronto se convenció, teniendo en cuenta el cariz que tomaban las operaciones militares, que los antifascistas no podían, a pesar de la demagogia vociferadora de los gobernantes republicanos, ganar la guerra. Pero -y esto había sido el motivo mayor de su viaje- consideró un deber sagrado registrar, para el porvenir, los resultados de la primera experiencia, de la primera aplicación de las ideas que siempre había defendido. Y se lanzó a estimular, ensanchar, profundizar esas experiencias, informándose y tomando notas.
 
Ha escrito su libro según se lo permitieron las circunstancias -encarcelamiento, persecución, exilio, vida ilegal- de su vida de luchador. Y presenta los resultados de su encuesta personal que fue facilitada no sólo por sus investigaciones directas en los sindicatos obreros, las fábricas, las colectividades agrarias y los servicios públicos, sino también por el aporte espontáneo de documentación que le hicieron los compañeros fraternales con los cuales se relacionó durante su búsqueda de informes.
 
No tiene la pretensión de aportar una historia general de la Revolución española, siquiera desde el punto de vista constructivo: porque ésta ha sido mucho más importante de lo que su escrito podría dejar suponer. Especialmente en lo referente a las colectividades agrarias, lamenta que, por una parte los que fueron sus enemigos más implacables: los comunistas estalinianos, y por otra parte su encarcelamiento en Francia en junio de 1938, le hayan impedido llevar más a fondo su encuesta.
 
Lo que presenta es, pues, un conjunto de materiales para una historia general de la Revolución española, historia que no pierde la esperanza de escribir si le es dable volver, un día, a una España libre del franquismo.
 
A no ser que, ocupado él también por hacer la historia, no tenga -como sus compañeros de ayer- tiempo de escribirla.
 
 
 
UNA SITUACIÓN REVOLUCIONARIA
 
 
Cuando, el 19 de julio de 1936, se produce el ataque fascista, la réplica se concentra inmediatamente contra el ejército insurrecto, que amenaza no sólo al Gobierno legal, sino en su propia existencia a todas las fuerzas de izquierda y del centro, así como a las libertades, tan relativas pero, sin embargo, apreciables, representadas por la República.
 
Desde la víspera, la CNT ha ordenado la huelga general, y casi en todas partes esta orden es obedecida. No se trata de una revolución social, de la implantación del comunismo libertario a semejanza de lo que se había intentado prematuramente en otras ocasiones. Ni de una ofensiva contra la sociedad capitalista, el Estado, los partidos políticos y los defensores de la vieja sociedad: se trata de impedir el triunfo del fascismo. Como hemos visto, en Cataluña, especialmente en Barcelona, son sobre todo las fuerzas de la CNT y de la FAI, apoyadas por los guardias de asalto, quienes hacen retroceder a sus cuarteles a los regimientos de infantería a los que sus oficiales han ordenado el asalto.
 
Lo primordial es impedir el triunfo del fascismo, porque, si triunfa, desaparecerán los republicanos de distintas tendencias, los socialistas prietistas o largocaballeristas, los catalanistas de izquierdas (los más numerosos) e incluso los de derecha -por su separatismo-, los liberales y autonomistas vascos, la Unión General de los Trabajadores, la Confederación Nacional del Trabajo, y nada digamos de la FAI. En consecuencia, la solidaridad se establece espontáneamente, en grados distintos, según las ciudades, los pueblos, las regiones. En Madrid, socialistas, ugetistas, republicanos, grupos libertarios y sindicatos genetistas, aunando sus esfuerzos, toman por asalto los cuarteles donde está concentrado el peligro, detienen a los fascistas conocidos, envían fuerzas armadas para reconquistar ciertas localidades caídas en manos del enemigo, se atrincheran al Norte y cierran el paso a las tropas del general Mola en la sierra de Guadarrama, cuya conquista tanto había costado al ejército de Napoleón.
 
De hecho, la resistencia oficial es inexistente, pues el Gobierno está desconcertado. Los ministros pronuncian discursos enérgicos por la radio, gesticulan y amenazan inútilmente, porque ya no tienen fuerzas estructuradas, ni mecánica militar organizada, ni siquiera un aparato burocrático de Estado. La mayoría de los oficiales, la artillería, la aviación han pasado a la rebelión: lo que queda de tropas carece de unidad, vacila; los suboficiales que no han seguido a los fascistas no inspiran más confianza que los cuatro o cinco generales que han permanecido adictos al Régimen[32]y de los que se teme traicionen a su vez de uno a otro momento. Un Gobierno, un Ministerio tienen por misión mandar a un conjunto organizado que funciona en debida forma. Nada de esto existe.
 
Así, la resistencia está en la calle, pues el Gobierno no gobierna. El poder político está como borrado, y los hombres que acaban de cerrar el paso al fascismo se preocupan poco de las órdenes oficiales, porque los ministros que se han mostrado tan inferiores a sus responsabilidades han perdido su crédito. Especialmente lo han perdido completamente cerca de las masas libertarias, o simpatizantes del ideal libertario, que reprochan al Gobierno su pasividad ante el peligro que se avecina.
 
En Cataluña, que goza de un estatuto autónomo, la situación reviste un aspecto particular. Al día siguiente del triunfo sobre las fuerzas militares, del asalto a los cuarteles que ha causado tantas víctimas, Companys, presidente del Gobierno catalán, expresa su deseo de recibir una delegación de la CNT y de la FAI para examinar la situación. Y cuando tiene ante sí a los delegados aún negros de pólvora y agotados por el combate, les declara:
 
«Sin ustedes, los fascistas triunfaban. Son ustedes, los anarquistas, los que han salvado a Cataluña, y les agradezco en nombre de nuestro pueblo. Pero también han ganado el derecho de tomar en manos la dirección de la vida pública. Estamos, pues, dispuestos a retirarnos y a dejarles la responsabilidad del poder».
 
García Oliver, uno de los militantes anarquistas más renombrados, que relató esa entrevista, le contestó que no podía darse tal paso: la hora era demasiado grave, había que mantener la unidad antifascista. Companys debía permanecer en su puesto y asumir las responsabilidades del momento.
 
Pero, de hecho, el Gobierno era más nominal que real. La fuerza dominante estaba en los sindicatos de la CNT y en la FAI (pero mucho menos en esta última). Las milicias armadas de resistencia se improvisaban, grupos de acción compuestos por hombres que ceñían brazaletes rojos y negros se sustituían a la policía republicana, que se desvanecía: el orden revolucionario se establecía no sólo en Barcelona, sino en todas las ciudades de Cataluña. Incluso ocurría que en numerosas localidades, como Igualada, Granollers, Gerona, los partidos políticos locales, compuestos de catalanistas de izquierda, republicanos federalistas, socialistas, cuando no por republicanos izquierdistas o centralista del partido de Manuel Azaña, o por libertarios cenetistas, se reunían en una sola fuerza en el seno de las municipalidades, y que las nuevas autoridades comunales, desligadas del Gobierno catalán, y más aún del Gobierno de Madrid (que pronto pasó a Valencia), constituían un bloque de gestión local. La organización municipal adquiría así un carácter casi autónomo.
 
El derrumbamiento del Estado republicano fue más patente en Aragón. Vecina en el oeste de Castilla, donde dominaban y de donde amenazaban las fuerzas franquistas, lindando al Norte con Francia por los Pirineos que al mismo tiempo la separaban, teniendo al Este una Cataluña que no ejercía el poder sobre ella, esta región sólo mantenía el contacto con la parte que se esforzaba en gobernar aún el Gobierno central por los límites comunes que quedaban al sur y al sudeste de la provincia de Temel. Empero, esta provincia estaba entregada a sí misma. Lo que facilitaba a Aragón una absoluta independencia.[33]
 
La guerra civil creaba una situación revolucionaria, porque incluso en las provincias levantinas, a las que el fascismo no amenazaba aún, la influencia de las fuerzas populares inspiradas por la CNT y la FAI revolucionaban la organización pública.[34]En muchos casos, los demás sectores políticos podían -aunando sus fuerzas- ser numéricamente más importantes que el sector libertario. Pero sus adherentes carecían de iniciativa. La ausencia de directivas y de instituciones oficiales les paralizaba, mientras que facilitaba la acción de los hombres que hacían de la lucha revolucionaria el agente principal de su actividad histórica. Lo que nos explica por qué, muy a menudo, cuando en los consejos municipales de ciertas aldeas o de pequeñas ciudades la representación de la CNT fue minoritaria, supo hacer triunfar su tesis, porque nuestros militantes sabían lo que querían y aportaban soluciones allí donde los republicanos y socialistas no hacían sino plantear y plantearse problemas.
 
Problemas nuevos, numerosos a menudo inmensos, siempre urgentes. En primer lugar, el de la defensa local contra posibles ataques de aldeas vecinas, de ciertas ciudades, de fuerzas agrupadas en las montañas. En cada pueblo de Aragón fue necesario, sin perder tiempo, hacer frente al ejército franquista, que después de haberse apoderado de dos capitales provinciales -Zaragoza, Huesca-[35]avanzaba hacia Cataluña. Detener a los invasores, rechazarlos tan lejos como fuera posible: ciertas localidades fueron perdidas, reconquistadas, vueltas a perder y a reconquistar. En otros casos, la población, después de haber barrido al fascismo local, mandó las fuerzas de que disponía -lo más a menudo gente armada con escopetas de caza- a ayudar a los que mantenían la resistencia o preparaban la ofensiva. Tantas iniciativas y actividades implicaban una organización espontánea, pero real, a pesar de fallas inevitables. Y luego llegaron las milicias -también improvisadas- enviadas desde Cataluña, y cuyos efectivos más importantes estaban compuestos por miembros de la CNT y de la FAI -entre cuyas pérdidas figuraron a menudo los mejores militantes.
 
En otros aspectos, y por otras razones, la necesidad de una organización nueva se impuso, incluso desde el punto de vista del sostén a los combatientes, y esto sin pérdida de tiempo. En Aragón, contados fueron los alcaldes que permanecieron en su puesto y los concejales que asumieron sus responsabilidades cívicas. Asustados, desbordados, incapaces, o acordes con los fascistas, casi todos se desvanecieron. En cambio, y en muchos casos, aparecían en primera fila los militantes conetistas libertarios que a menudo asumían la dirección de las actividades necesarias. Su experiencia de organizadores sindicales les predisponía a ocupar los cargos de administración pública. Habían adquirido la práctica de los comités responsables, de las asambleas populares, de las tareas de coordinación. No es de extrañar, pues, que en la mayoría de los casos -sino en todos- en que las autoridades se habían esfumado, ellos hayan convocado a una reunión general en la plaza pública o en un local -el de la alcaldía, por ejemplo- al conjunto de los habitantes (como ayer convocaban a los miembros de la organización sindical a una asamblea obrera), a fin de examinar la situación y decidir lo que convenía hacer. Y en todos esos pueblos de Aragón abandonados por sus autoridades se nombró no un nuevo consejo municipal basado sobre los partidos políticos, sino un «comité» de administración encargado de asumir la responsabilidad de la vida pública y social.
 
Este nombramiento tuvo lugar por mayoría, o por unanimidad de los presentes; y nada sorprendente es que en conjunto hayan sido nombrados los hombres conocidos por un dinamismo que respondía a la situación. A menudo lo fueron también, en menor número, a insistencia de los mismos cenetistas, militantes de la UGT, cuando no republicanos de izquierda que, en su comportamiento, no habían observado siempre al dedillo las directivas de su partido, manteniendo relaciones personales con nuestros compañeros y atribuyendo al republicanismo un contenido social que rebasaba la simple política al uso.
 
Pero esta diversidad de pertenencias no implicaba la constitución de autoridades según la forma tradicional. Sin presumir de juristas, e inspirándose en las normas que nuestro movimiento había siempre preconizado, nuestros compañeros propusieron una estructuración nueva de la vida pública. Para ellos, que tanto habían esperado, sufrido y combatido contra la desigualdad social y por la justicia igualmente social, puesto que la república burguesa se había desplomado, había llegado la ocasión de instaurar un régimen nuevo, una vida nueva. Y en lugar de reconstruir al estilo pasado, propusieron una estructuración natural y funcional acorde con la situación y con sus ideas.
 
La guerra se imponía ante todo. Pero también se imponían los problemas de consumo general, la producción agraria, todas las actividades necesarias a la vida colectiva. Cada asamblea nombró, pues, un responsable, encargado de dirigir o coordinar los trabajos agrícolas; seguía después el problema del ganado, por el cual se nombró otro delegado, encargado de las actividades relativas al cuidado del alimento y al aumento rápido de los animales productores de carne. Seguían las pequeñas industrias locales, cuya continuidad e incluso cuyo desarrollo debían asegurarse. Al mismo tiempo, la enseñanza, obsesión permanente de nuestro movimiento ante las proporciones inadmisibles del analfabetismo, era objeto de medidas inmediatas. Los servicios de salubridad, urbanismo, vialidad, no eran olvidados, ni la organización de los intercambios y del abastecimiento. Cada sector tuvo su delegado, y los diferentes delegados constituyeron el comité local. A veces, según la importancia de las localidades, un mismo compañero asumía dos cargos. Y lo más a menudo esos hombres trabajaban en el taller o en el campo, quedando uno solo permanente para aconsejar o hacer frente a los problemas urgentes.
 
Es obvio que esa revolución iba acompañada por otra, tan importante como la primera, relativa a la distribución de los bienes de consumo, no sólo como consecuencia de las nuevas necesidades nacidas de la guerra, sino también de la nueva ética social. En los pueblos de Aragón -y muy pronto las cosas tomaron ese cariz en la región levantina- la lucha contra el fascismo pareció incompatible con la sociedad capitalista y sus desigualdades. Así fue como en las asambleas sucesivas de los pueblos, muchas veces en la primera, se estableció el salario familiar que igualaba las posibilidades de existencia para todos los habitantes, hombres, mujeres y niños.[36]
 
Pronto las finanzas locales se hallaron en manos del comité elegido, como hemos visto, el cual secuestraba, lo más a menudo contra recibo detallado, el dinero encontrado en las sucursales de los bancos cuando las había, o en casa de los ricos que, por lo general, habían desaparecido. Si no, se imprimía una moneda local, casi siempre a base nominal de la peseta, o bonos de consumo sobre los que nos extenderemos más adelante. En otros casos se suprimía radicalmente toda clase de moneda y se establecía una tabla de racionamiento única. Lo esencial es que la igualdad de los medios de existencia aparecía, y que de un día para otro se realizaba, casi sin sobresaltos, una revolución social.
 
Para asegurar mejor el libre consumo, o para evitar ya sea el despilfarro, ya sea ocultaciones muy posibles, el comité tomaba bajo su control la organización de la distribución. En ciertos casos, los mismos comerciantes estaban encargados de hacerlo, y lo hacían correctamente. En otros, el comercio desaparecía como tal; entonces se organizaba uno o varios depósitos de víveres, uno o varios almacenes de distribución. A veces se toleró, por humanidad, a los pequeños tenderos que, en el fondo, no causaban perjuicios a nadie, y pudieron vender, según la tasa de precios establecida, las mercancías que les quedaban. Al agotarse sus reservas, se incorporaban a la colectividad.
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Recordemos que la insurrección fascista había estallado el 19 de julio. En esa fecha, los trigos estaban maduros, y la partida de los grandes terratenientes (que en su mayoría habitaban en las grandes ciudades), o de sus administradores -casi siempre tiranuelos locales que dominaban parte del campesinado- iba a provocar el abandono y la pérdida de la cosecha. Este problema se planteó inmediatamente al mismo tiempo que la toma de posesión de la administración general.
 
Y de acuerdo con los delegados en la agricultura, los responsables campesinos convocaron a sus compañeros. Fueron requisadas las máquinas halladas en las grandes explotaciones, los animales de labor, los segadores y las segadoras que, tan a menudo, cortaban aún las espigas con la hoz. El trigo fue segado, las gavillas atadas y guardadas en almacenes comunales improvisados. Lo mismo se hizo con las patatas, la remolacha de azúcar, los garbanzos y las judías, las frutas, los pimientos morrones, la carne; todo se volvía propiedad de la colectividad bajo la responsabilidad del comité local.
 
Empero, no se había alcanzado aún la colectivización en el sentido completo de la palabra. No bastaba la toma de posesión de la gran propiedad usurpadora. El colectivismo -denominación general y espontáneamente adoptada- suponía la desaparición de todas las propiedades individuales, pequeñas y medianas, y sobre todo desaparición voluntaria para las primeras, obligatorias para las otras, y su integración en un vasto sistema de propiedad pública y de trabajo común. Lo cual no se hizo en todas partes de modo uniforme.
 
Si en Aragón el 80% de las tierras cultivadas pertenecían a los latifundistas, en otras regiones, especialmente en ciertas partes de Levante -pero sobre todo en Cataluña- la pequeña propiedad dominaba con frecuencia u ocupaba un lugar importante, según las localidades donde se practicaba la policultura. Y aunque nuestros mejores compañeros fueran a menudo pequeños propietarios, aunque en numerosos casos los pequeños propietarios hayan adherido con entusiasmo a las colectividades, e incluso las hayan organizado, ocurrió que en la región levantina (provincias de Castellón de la Plana, de Valencia, Murcia, Alicante y Albacete) aparecían dificultades ignoradas en Aragón. En primer lugar porque en esa época muchos habitantes se creían seguros contra el fascismo gracias a la distancia que les separaba del frente, y porque la demagogia oficial les engañó hasta el último momento. Después, porque los partidos políticos seguían existiendo. Tras haber conocido un período de pánico, se reorganizaron al mismo tiempo que el Gobierno central se consolidaba, con su burocracia y su policía (particularmente el Cuerpo de Carabineros). Si el traslado de este último a Valencia facilitaba la aparición de las colectividades castellanas, en cambio aumentaba, en Levante, las posibilidades de resistencia antisocializadora no sólo de los partidos políticos, sino también de la burguesía, de los pequeños comerciantes, de los campesinos apegados a su propiedad.
 
La acción expropiadora se ejerció, pues, contra las grandes propiedades agrarias cuyos pobladores eran fascistas de hecho -lo que facilitaba la socialización-, o fascistas potenciales, De todos modos, el latifundio atacado desde tanto tiempo por los economistas, partidos, escritores de izquierda, no podía ser defendido abiertamente. El cultivo del naranjo, característica de la región levantina, exige gastos importantes, de modo que casi todos los naranjales pertenecían a sociedades capitalistas, a menudo anónimas, y que en ciertos casos extendían su dominio sobre varios pueblos. Aunque en proporciones menores, la situación era a menudo idéntica en la zona, mucho menos extensa, de los arrozales. La colectivización de estas grandes propiedades se justificaba, pues, en ese período en que lo político y lo social se interpenetraban la necesidad de desarmar políticamente al fascismo completaba su desarme político y militar. El caso es que, de uno u otro modo, la revolución se extendía.
 
También se implantaba por otros caminos, con frecuencia inesperados. Siempre en la región levantina, y para no provocar choques con los otros sectores antifascistas, porque la lucha contra el enemigo común figuraba siempre en primer plano, nuestros compañeros hubieron de tomar iniciativas de las que los republicanos, socialistas y otros hombres respetuosos de la legalidad oficial se mostraron incapaces. En los pueblos, numéricamente más importantes que los de Aragón porque el suelo y el clima permitían una mayor densidad de producción y población, en las pequeñas ciudades de 10.000 y 20.000 habitantes, el abastecimiento se interrumpía o disminuía de modo alarmante porque los intermediarios vacilaban en invertir su dinero en compras, incluso en vender las mercancías que tenían almacenadas. Parte de ellos lo hacían por tener intenciones especuladoras y por otra parte por ser favorables al fascismo; se trataba de un modo de resistencia pasiva contra la República.
 
Y los productos ultramarinos, de mercería e higiene, los abonos químicos, ciertas herramientas, multitud de objetos iban desapareciendo con rapidez, lo que contribuía a perturbar la vida cotidiana. Entonces, ante la inercia de los otros sectores, nuestros compañeros, que en casi todas las localidades habían entrado en los consejos municipales, donde multiplicaban propuestas e iniciativas, hicieron aceptar medidas de emergencia. A menudo, por iniciativa suya, el Municipio organizaba centros de abastecimiento que reducían el peso del comercio privado, y empezaban la socialización distributiva. Segunda etapa: el Municipio se encargaba de comprar sus productos a los campesinos reacios, pagándoles mejor que los intermediarios o mayoristas. En fin, como etapa complementaria, las colectividades integrales -aunque parciales con relación a la población total- aparecían y se desarrollaban.
 
En cuanto a la producción industrial de las pequeñas y grandes ciudades, la situación recordaba a menudo la creada por el pequeño comercio y la pequeña agricultura. Los pequeños patronos, los artesanos que ocupaban uno, dos, tres, cuatro asalariados vacilaban con frecuencia, sin decidirse a poner en juego sus escasos recursos monetarios. Entonces, nuestros sindicatos intervenían recomendando o exigiendo que la producción continuara.
 
Pero nuevos pasos eran dados sin interrupción. Indudablemente, la burguesía industrial catalana era antifranquista, aun cuando fuera porque Franco era hijo de Galicia y anticatalanista, de modo que su triunfo hubiera representado la anulación de la autonomía regional tan difícilmente conquistada, la supresión de los derechos políticos otorgados por el Gobierno de Madrid y de los privilegios lingüísticos. Pero es probable que entre esos peligros y los representados por las fuerzas revolucionarias que preconizaban el comunismo libertario, el primer mal le pareció de menor cuantía. Lo que nuestros compañeros comprendieron sin pérdida de tiempo. Y sin pérdida de tiempo comprendieron también que el cierre de las fábricas y de los talleres al día siguiente de la derrota infligida a las fuerzas enemigas constituiría una ayuda indirecta al fascismo. La miseria causada por la desocupación a la que el Gobierno de la República había sido incapaz de poner coto, iba a aumentar y sería un factor de desorden de extremada eficacia del que se beneficiaría el enemigo. Era, pues, preciso que la producción continuara, y por iniciativa de la CNT, o de sus militantes, en todas las empresas industriales fueron constituidos comités de control encargados de supervisar la buena marcha de la producción.
 
Tal fue el primer paso. Pero una nueva razón, a todas luces lógica, obligó a dar otro, y en ciertas industrias simultáneamente el primero y el segundo. De inmediato se impuso la necesidad de fabricar medios de combate para un frente aún no estabilizado que se hallaba a 250 kilómetros de Barcelona, a 50 kilómetros de Cataluña, y podía desplazarse adelante con cierta facilidad (el terreno es de fácil acceso en casi todo el recorrido). Hemos visto que tan pronto las fuerzas armadas empleadas por los fascistas, sin ser siempre ellas mismas forzosamente fascistas (los regimientos de infantería estaban compuestos por hombres del pueblo), fueron obligados a retroceder a sus cuarteles, se habían organizado milicias que partieron inmediatamente al encuentro del enemigo, en Aragón, para lo cual fue preciso poner los trenes en marcha. Tarea de la que se encargó el sindicato de los ferroviarios. Al mismo tiempo, el sindicato de los metalúrgicos ordenaba reanudar el trabajo interrumpido por la huelga general y rechazaba, lo mismo que los otros sindicatos, la reducción de la jornada de trabajo propuesta por el Gobierno catalán. En fin, encargaba a los talleres metalúrgicos blindar camiones y camionetas para enviarlos a los lugares de lucha.[37]
 
Así, en nombre de las medidas necesarias para asegurar la victoria, buen número de empresas industriales fueron expropiadas, siendo sus poseedores considerados también, al igual que tantos terratenientes, como fascistas reales o potenciales, lo que era verdad en muchos casos. En las empresas de pocas dimensiones, las cosas fueron más lejos, porque por una evolución a la vez incontenible y sistemáticamente perseguida, el comité de control se transformó en comité de gestión, donde el patrono dejó de figurar como tal para no ser más que un técnico, cuando era capaz de serlo.
 
Como se ve, la revolución social que tuvo lugar no fue consecuencia de una decisión de los organismos de dirección de la CNT o de las consignas lanzadas por los militantes que ocupaban los primeros planos. Se produjo espontánea y naturalmente, no porque -evitemos la demagogia- en su conjunto «el pueblo» se había vuelto de repente capaz de hacer milagros, sino porque, repitámoslo, en el seno de este pueblo y siendo parte integrante suya, existía una minoría potente, activa, dinámica, guiada por un ideal que continuaba a través de la historia la lucha empezada en tiempos de Bakunin y de la Primera Internacional; porque en innumerables sitios y lugares teníamos combatientes que desde decenios perseguían objetivos constructivos concretos, guiados por su iniciativa creadora y un sentido práctico indispensable para amoldarse a la variedad de las situaciones y cuyo espíritu de innovación constituía un poderoso fermento capaz de aportar -en el momento decisivo- las orientaciones necesarias.
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La situación era revolucionaria por la voluntad de los hombres y por la dinámica de los hechos, lo cual nos mueve, antes de exponer más detalladamente los procesos y el desarrollo de las realizaciones revolucionarias, a refutar ciertas afirmaciones críticas formuladas contra los que se lanzaron atrevidamente a la creación de una sociedad nueva.
 
Nos referimos ante todo a la contradicción aparente nacida de la participación política de nuestro movimiento en el Gobierno catalán y en el Gobierno central, y a nuestra iniciativa de acción propia y directa: «Ya que colaboran en el Gobierno -han repetido muchas veces los antifascistas enemigos de la transformación social que se operaba- no tienen derecho de actuar al margen de la legalidad gubernamental».
 
Teóricamente, el argumento parecía lógico. De hecho, las cosas eran mucho menos sencillas. En primer lugar, sobre 16 ministros sólo tuvimos cuatro en el Gobierno central de Valencia; los ministros nuestros eran siempre minoritarios, los otros 12 estaban constantemente coaligados contra ellos, y reservándose los ministerios más importantes y determinantes -Hacienda y Guerra, por ejemplo-. Hubiera sido demasiado hábil, y demasiado fácil, obligarnos a la pasividad revolucionaria a cambio de concesiones ilusorias.
 
Nuestros adversarios, especialmente los comunistas, se valieron de otro argumento al que acuden siempre, mientras no tienen aún bastantes fuerzas para adueñarse del mando: no había llegado aún la hora de la revolución, era preciso mantener la unidad antifascista, vencer a Franco ante todo. Al expropiar a los industriales, a los propietarios, los patronos, los accionarios, se podía incitarlos a pasar al enemigo.
 
Sin duda esto ha ocurrido en pequeñísimas proporciones. Pero, en primer lugar, mientras una situación no se presta para que puedan adueñarse de ella, los comunistas dirán siempre que las iniciativas de sus aliados que no se someten integralmente a sus directivas y a su mando son prematuras, si no contrarrevolucionarias. Por otra parte, ¿quién puede afirmar que sin socialización las posibilidades de victoria hubieran sido mayores? Afirmarlo supone no tener en cuenta las realidades que conformaban la situación.
 
La hostilidad de los patronos desposeídos no atenuaba en nada el ardor combativo de las masas obreras y campesinas que suministraban las fuerzas de combate. En general, los miembros de la burguesía y de los partidos políticos permanecían en actitud de entusiasmo verbal o se agitaban estérilmente en medio de acontecimientos que los desbordaban. La lucha se había desplazado del Parlamento y de las urnas a la calle, la réplica al ataque fascista no podía sino adaptarse a las nuevas circunstancias y seguir por el camino que se emprendió. De esperar el triunfo de la organización oficial de resistencia debidamente pertrechada, el franquismo habría triunfado en un año, tal vez en tres meses.[38]
 
 
 
 
SEGUNDA PARTE
 
TRABAJOS CONSTRUCTIVOS EN LA AGRICULTURA
 
 
 
LA FEDERACIÓN DE COLECTIVIDADES DE ARAGÓN
 
 
En los días 14 y 15 de febrero de 1937, tuvo lugar en Caspe -pequeña ciudad de la provincia de Zaragoza liberada del fascismo por fuerzas esencialmente libertarias venidas de Cataluña- el congreso constitutivo de la Federación de Colectividades de Aragón. La iniciativa estaba patrocinada hasta tal punto por la sección regional de Aragón, Rioja y Navarra de la CNT, que el sello que figura en las resoluciones adoptadas es el de esa organización sindical. Asistieron una delegación oficial del Comité Nacional de la CNT, una del Comité Peninsular de la FAI, una del Comité Regional de los Grupos Anarquistas de Aragón, Rioja y Navarra. La decisión de reunir este Congreso había sido tomada anteriormente por una reunión preliminar de delegados de las colectividades existentes, celebrada en Binéfar, provincia de Huesca. Eran entonces las colectividades ya constituidas o en estado de constitución las que se concertaban por autodeterminación, en aquella pequeña ciudad.
 
Estaban representadas 25 federaciones comarcales ya instituidas. Eran, nombradas por orden alfabético y según su cabeza administrativa, las de Alcañiz, Aragüés, Alfambra, Ainsa, Alcorisa, Albalate de Cinca, Barbastro, Benabarre, Caspe, Enjulve, Escucha, Graus, Grañen, Lécera, Monzón, Muniesa, Mas de las Matas, Mora de Rubielos, Puebla de Híjar, Pina de Ebro, Pancrudo, Sástago, Tardienta, Valderrobres. Cada una de esas federaciones representaba -según los casos y las divisiones administrativas reinantes- de 3 a 36 pueblos, más o menos importantes. El total de esos pueblos sumaba 275, el número de individuos o familias -según los casos- es de 141.430.[39]Ya en ese período, el hecho colectivista estaba en plena expansión, y muy pronto nuevas colectividades se sumaron a esta primera lista.
 
En tanto, las colectividades existentes vieron aumentar sus efectivos con rapidez. Por ejemplo, en el mencionado Congreso, la comarca de Mas de las Matas estaba compuesta por 19 pueblos y uno solo de ellos estaba colectivizado integralmente. Tres meses después, cuando tuvo lugar un pleno con carácter de semicongreso, ya estaban todos colectivizados y la comarca de Angüés, que contaba 36 colectividades en febrero, en el mismo pleno contaba 70. Al mismo tiempo, las colectividades federadas de la comarca de Barbastro que eran 31, llegaron a sumar 58. Tan rápido era el crecimiento que en el momento que se publicaban las estadísticas estaban caducas.
 
Recordemos también que el movimiento colectivista se desarrollaba a pesar de las dificultades causadas por la guerra, a menudo a pocos kilómetros del frente, bajo la amenaza de una incursión adversa de la artillería o de la aviación -caso de Grañén, de Ainsa, de Pina de Ebro, etc.- y estando muchos de los nuestros movilizados en las fuerzas armadas.
 
El Congreso de Caspe tuvo por objeto unificar y aunar la acción de las colectividades. Según el texto votado, se resolvió:
 
1º.   Constituir la Federación Regional de Colectividades para coordinar la potencialidad económica de la región, y dar cauce solidario a esta Federación de acuerdo con las normas autonómicas y federativas que nos orientan.
 
2º.   Para estructurar esta Federación, nos atendremos a las siguientes normas:
 
a)    Las colectividades deben federarse comarcalmente.
 
b)    Para la cohesión y el control de los comités comarcales entre sí, se creará el Comité Regional de Colectividades.
 
c)    Las colectividades harán una estadística veraz de la producción y del consumo, que enviarán al comité comarcal respectivo, y estos comités, a su vez, remitirán la estadística comarcal al comité regional, única forma de establecer la verdadera y humana solidaridad.
 
Permítasenos introducir aquí un comentario para subrayar la importancia de este texto que contiene a la vez todo un programa y una profesión de fe de principios sociales esenciales. Vemos aquí reafirmado un antiguo postulado humanista teórico basado ante todo en la coordinación general, en la «solidaridad humana», en la «cohesión de los comités comarcales», en el «cauce solidario» de la federación que englobará todas las colectividades, es decir, a todos los miembros que las constituyan; por otra parte, las «normas autonómicas», es decir, el respecto de la forma práctica de autoorganización irán junto con las normas federativas implicadas por esa visión de conjunto.
 
Pero esta cohesión y organización solidarias, afirmadas y proclamadas, tienen un objetivo concreto, además de la práctica de la «verdadera y humana solidaridad»: el de favorecer la «potencialidad económica», la producción y el consumo mediante «una estadística veraz». Y esto en forma federalista, de la colectividad aldeana al comité comarcal, y de los comités comarcales al comité regional. En líneas generales no se puede tener visión más clara, un concepto más acabado y preciso de la obra constructiva así comenzada.
 
«En líneas generales», decimos, porque en esa asamblea de hombres prácticos, reunidos para hacer obra social efectiva, se ha creído necesario enumerar las tareas por realizar, lo cual ha dado lugar a una enumeración que -pese a sus imperfecciones literarias- merece ser conocida. He aquí el Reglamentoque presenta la ponencia, para estatuir la vida colectiva en Aragón: contenido en el tercer dictamen, recogiendo todos los acuerdos tomados en este Congreso:
 
1º.   Con la denominación de Federación de Colectividades Agrícolas, se constituye en Aragón una asociación que tendrá por misión la defensa de los intereses colectivos de los trabajadores organizados en las mismas.
 
2º.   Atributos de esta Federación:
 
a)    Propagar intensamente las ventajas del colectivismo basado en el apoyo mutuo.[40]
 
b)    Controlar las granjas de experimentación que puedan crearse en las localidades donde las condiciones del terreno sean favorables para conseguir toda clase de semillas.
 
c)    Atender a los jóvenes que tengan disposiciones para la preparación técnica mediante la creación de escuelas técnicas especializadas.
 
d)    Organizar un equipo de técnicos que estudien en Aragón la forma de conseguir mayor rendimiento del trabajo que se efectúe en las diversas labores del campo.
 
e)    Buscar las expansiones comerciales en el exterior de la región, tendiendo siempre a mejorar las condiciones del intercambio.
 
f)     Se ocupará también de las operaciones comerciales con el exterior, mediante el control, por estadísticas, de la producción sobrante de la región, y por lo tanto tendrá a su cargo una caja de resistencia para hacer frente a todas las necesidades de las colectividades federadas, siempre en buena armonía con el Consejo de Defensa de Aragón.[41]
 
3º.   En el aspecto cultural, esta Federación se cuidará:
 
a)    De procurar a las colectividades todos los elementos de expansión que a la vez que sirvan de distracción eleven la cultura de los individuos en sentido general.
 
b)    Organizar conferencias que tienden a perfeccionar la educación del campesino, como asimismo veladas a base de cine y teatro, giras y cuantos medios de propaganda espiritual sean posibles.
 
4º.   Para la buena tramitación de todo lo estatuido, la Federación nombrará un Comité Regional de Colectividades que constará de los siguientes cargos: secretario general, secretario de actas, contador, tesorero y dos vocales.
 
5º.   El secretario general tendrá a su cargo la orientación del Comité, el sello social y la tramitación de cuantos expedientes presenten las colectividades.
 
El secretario de actas levantará actas de cuantas reuniones celebre el Comité de la Federación; en ausencia del secretario general, ocupará accidentalmente este cargo.
 
El contador llevará la contabilidad de la Federación, abriendo cuentas corrientes de los depósitos que le entreguen los comités comarcales; de una manera normal efectuará las liquidaciones con el tesorero.
 
El tesorero será el encargado de guardar los fondos de la Federación y de pagar cuanto se le presente al cobro, avalado anteriormente por la firma del secretario, del contador, y sellado con el sello de la secretaría.
 
Los vocales constituirán las diferentes comisiones que se precisen para el desenvolvimiento interno de la Federación, como: propaganda, estadística, asesoramiento técnico, etc.
 
6º.   Esta Federación, siguiendo las normas federativas, organizará tantas federaciones comarcales como estime necesario[42]para el buen desenvolvimiento de las colectividades, las cuales mantendrán relaciones cordiales con los Consejos municipales y con el Consejo Regional de Aragón, respectivamente.
 
7º.   Para los efectos del suministro de los colectivistas, se establecerá la carta de racionamiento.
 
8º.   La Federación de Colectividades Agrícolas y Complementarias[43]celebrará su congreso ordinario cada seis meses, más los extraordinarios que se crean pertinentes.
 
9º.   En cada congreso ordinario será renovada la mitad del comité de la Federación.
 
10º.El Comité Regional de las Colectividades residirá en Caspe.
 
11º. El ingreso a esta Federación regional, de todas las colectividades que se constituyan después de su creación, deberá ser acordado en asamblea general por los vecinos de la colectividad, solicitante, mandando copia del acta al comité regional para su archivo correspondiente y aprobación necesaria.
 
12º.Para que su solicitación tenga validez, las colectividades harán constar su acatamiento a lo que estos estatutos determinen.
 
13º.Estos estatutos serán impresos y distribuidos en un carnet de identidad a cada uno de los colectivistas federados.
 
14º.Todo cuando se acuerde en los congresos y plenos que celebre esta Federación tendrá validez, aunque no esté previsto en los presentes estatutos.
 
Dado en Caspe, a 15 de febrero de 1937.
 
Por la Ponencia: D. Gonzalvo, Angel Torenas, Magín Millán, José Martín; José Mavilla, Salvador Ponz, J. Ariño; Bernabé Esteban, Francisco Muñoz, Miguel Lamiel, José Mur y Fulgencio Dueñas.
 
El autor se permite opinar que declaraciones con tal contenido tienen, a pesar de sus defectos literarios, más valor y más alcance que otras: por ejemplo, la Declaración de los «pioners» de Rochdale, o la Carta de Amiens del sindicalismo revolucionario francés.
 
En conexión y movidos por el imperioso deseo de crear, se abordó el problema de los medios técnicos para desarrollar la «potencialidad económica», votándose la resolución siguiente:
 
1º.  Procede ir con toda urgencia a la creación de campos experimentales en todas las colectividades de Aragón para poder efectuar los estudios que se crean necesarios para intentar nuevos cultivos para poder obtener mayores rendimientos e intensificar la agricultura en todo Aragón. Al propio tiempo debe destinarse una parcela, aunque sea pequeña, para poder proceder al estudio de los árboles que puedan producir más y que se aclimaten mejor al suelo de cada localidad.
 
2º.  Debe irse igualmente a la creación de campos de producción de semillas; para ello puede dividirse Aragón en tres grandes zonas y en cada una de ellas instalar grandes campos para producir las semillas que sean necesarias en cada zona, y al propio tiempo producir para otras colectividades aunque no pertenezcan a la misma zona. Tenemos, por ejemplo, el cultivo de la patata; debe producirse la semilla de esta planta en la zona de más altitud de Aragón para luego ser explotada por las colectividades de otras zonas, ya que puede demostrarse que en la parte alta esta planta no será atacada por las enfermedades que le son características si siempre la produjéramos y cultiváramos en la parte de poca altura, o sea, el país húmedo y cálido.[44]
 
Estas tres zonas procederán al intercambio de las semillas que las necesidades aconsejen en cada caso, según los resultados de los estudios que se realicen en los campos experimentales, pues éstos deben estar en armonía e intervenidos al mismo tiempo por técnicos para poder estudiar y hacer todos los ensayos que se crean de provecho y necesidad.
 
Abramos aquí un paréntesis para repetir que no se nos escapa la imperfección literaria, el mal empleo de ciertos vocablos, las repeticiones, los errores de sintaxis que se advierten más en este párrafo que en otros, y que respetamos con la intención de dar mayor autenticidad a la documentación contenida en este libro. Porque, para nosotros, e indudablemente para todo amante de la verdad histórica, para todo hombre deseoso de progreso humano importa ante todo la nuez de las soluciones constructivas y no la cáscara de las consideraciones verbales. No sabemos si Stephenson escribía o no con ortografía; lo importante es que haya inventado la locomotora. Lo importante, en el caso de los campesinos aragoneses y de otras regiones de España, es que hayan innovado estructuras sociales y superiores a las existentes hasta entonces. Y continuemos nuestro análisis.
 
La resolución está firmada como sigue:
 
Por el Comité Regional, Antonio Ejarque; por Barbastro, E. Sopena; por Pina de Ebro, José Abós; por Catalanda, Tomás Artigas; por Muniesa, Joaquín Temprano; por el Consejo comarcal de Muniesa, Alberto Aguilar.
 
Se abordó también el problema de la distribución. Se habían improvisado, como veremos en el capítulo Contabilidad colectivista, diversos modos de reparto. Una parte -la tercera tal vez- de los pueblos colectivizados de Aragón había suprimido todo signo monetario, estableciéndose una tabla de racionamiento, otra parte había adoptado una nueva moneda impresa localmente, con bonos varios, basados en la peseta, en puntos u otros signos. Esta diversidad, que permitió resolver el problema de la distribución con soluciones revolucionarias de momento, tenía el inconveniente de crear una confusión y por añadidura era un obstáculo para la igualdad social que se buscaba, variando frecuentemente los recursos económicos de un pueblo a otro. Se decidió, pues, suprimir toda forma de moneda respecto al abastecimiento interior de Aragón. La resolución correspondiente decía:
 
Debe abolirse la circulación de la moneda en el seno de las colectividades, creando en su defecto la cartilla de racionamiento, quedando en poder de la colectividad la cantidad precisa para sus necesidades internas.
 
Para que el comité regional pueda atender al abastecimiento de las colectividades en lo relativo a importación, las colectividades o los comités comarcales facilitarán al comité regional una cantidad, de acuerdo con la riqueza de cada colectividad o comarca, para crear la Caja Regional.
 
Fue igualmente examinado el delicado problema de la conducta que debía observarse con los pequeños propietarios que se negaban a entrar en la colectividad, prefiriendo trabajar individualmente su tierra, razón por la cual se les llamó «individualistas». La resolución tomada reviste una real importancia, pues expone el principio adoptado para toda la federación regional aragonesa, es decir, para todas las colectividades de Aragón. Tendremos ocasión de ver sobradamente que esta resolución fue aplicada. He aquí su texto:
 
1º.   AI apartarse los pequeños propietarios por propia voluntad de las colectividades, por considerarse capacitados para realizar sin ayuda su trabajo, éstos no tendrán derecho a percibir nada de los beneficios que obtengan las colectividades.
 
No obstante esto, su conducta será respetada siempre que estén dispuestos a no tratar de perjudicar los intereses de las colectividades.
 
2º.   Todas las fincas rústicas y urbanas como demás intereses de los elementos facciosos que han sido incautados serán usufructuados por las organizaciones obreras que existían en el momento en que se hizo la incautación, siempre que estas organizaciones acepten la colectivización.[45]
 
3º.   Todas las tierras de un propietario que eran trabajadas por arrendatarios o medieros pasarán a manos de las colectividades.
 
4º.   Ningún pequeño propietario que esté apartado de la colectividad podrá trabajar más fincas que aquellas que le permitan sus fuerzas físicas, prohibiéndosele en absoluto el empleo de asalariados.[46]
 
5º.   Para quitar el egoísmo que puedan sentir los pequeños propietarios, las pequeñas propiedades que disfruten no serán registradas en el registro fiscal.
 
6º.   Las juntas administrativas de las colectividades sólo se preocuparán de los asuntos de su competencia.
 
Esta ponencia es aprobada por seis de los siete delegados que la componen, presentando el disconforme, delegado de Sástago, un voto particular.
 
Por la ponencia: Por Angüés, F. Fernández; por Montoro, Julio Ayora; por Alforque, R. Castro; por Gudar, R. Bayo; por Pina de Ebro, E. Aguilar; por Ballobar, M. Miró.
 
El quinto punto de la orden del día se refería -lo mismo que el noveno- a la actitud que debía observarse ante el municipio. Dos problemas se planteaban. Uno se refería al papel del municipio y al comportamiento de las colectividades que, aunque habiendo irrumpido recientemente en la vida pública, ocupaban el lugar preeminente; otro, originado por la situación causada por el Ministerio de Gobernación y por el Gobierno de Valencia, que acababa de ordenar la reconstitución de los municipios en tantas partes barridos por los acontecimientos.
 
Desde el primer punto de vista, la ponencia aceptada por el Congreso decía:
 
1º.   Aceptamos el municipio porque éste, en lo sucesivo, nos servirá para controlar las propiedades del pueblo.[47]
 
2º.   Al estructurar las federaciones comarcales y regional respectivamente, se considerará que los términos locales que estas entidades administren no tendrán límites, como asimismo se declarará de uso común entre las colectividades todos los útiles de trabajo y cuanto signifique materias primas estará a disposición de aquellas colectividades que les hicieran falta.
 
3º.   Las colectividades que tengan exceso de productores, o que en ciertas épocas del año no se empleen por no ser el tiempo apropiado a las labores agrícolas, podrán ser utilizados por los comités comarcales para que los envíen a trabajar a aquellas colectividades que tengan exceso de trabajo.
 
Dicho de otro modo, el espíritu pueblerino tradicional, el replegarse sobre sí acostumbrado, o tan frecuente de las comunas, ha terminado. La comuna continúa con funciones que le son delimitadas por la colectividad, y en adelante las relaciones humanas responderán a la moral colectivista desbordando el marco tradicional y tendiendo a la universalidad.
 
Los colectivistas se inclinan ante la prescripción gubernamental, reconstituyen la comuna allí donde había desaparecido. Al mismo tiempo se esfuerzan por hacer del organismo municipal tradicional un agente revolucionario más, que incluso legalizará las expropiaciones; y aquí, con bastante habilidad se aplica una táctica que permitirá defender las posiciones conquistadas. Tal fue el sentido de la ponencia aprobada. Mas nuevas precisiones no son inútiles.
 
1º.   Considerando que los Consejos locales tienen una función aparte de las colectividades.
 
Considerando que los Consejos locales son entidades legalmente constituidas[48]en los cuales colaboran todas las organizaciones antifascistas y cuyo mantenimiento representa el Consejo Regional de Defensa de Aragón.
 
Considerando que las juntas administrativas de las colectividades tienen una función aparte de los Consejos municipales.
 
Considerando que son los sindicatos los llamados a nombrar y controlar a los compañeros que van a representar a la CNT en ambos organismos.
 
Considerando que no puede existir competencia en la gestión de las colectividades y Consejos municipales, proponemos:
 
Que al debernos a la organización[49]unos y otros por igual, mientras perdure esta situación y la CNT colabore en estos Consejos, las colectividades mantendrán relaciones cordiales con estos organismos, manifestado a través de los sindicatos de la CNT.
 
Es decir, que ante la contraofensiva cautelosa del Gobierno preocupado de restablecer su autoridad y su dominio, los colectivistas se inclinan por una parte tomando precauciones a fin de mantener por medio de una adaptación adecuada, las posiciones conquistadas. Incluso, esas posiciones son reforzadas. Se hacen intervenir los consejos municipales, de acuerdo, pero estos consejos estarán en nuestras manos. Y para mejor protegerlos contra las maniobras que podemos prever, intensificaremos la acción de nuestros sindicatos, ellos mismos robustecidos al efecto. Contramaniobra inteligente que al mismo tiempo indica una voluntad dispuesta a mantener las conquistas hechas.
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Los adversarios de esta revolución, especialmente los comunistas estalinianos de ayer y de hoy, afirman a menudo que las colectividades aragonesas fueron impuestas por nuestras milicias que, en su mayoría, habían acudido de Cataluña para contener el avance del enemigo, lo que consiguieron a costa de enormes pérdidas.[50]
 
Indudablemente la presencia de esas fuerzas a las cuales los otros partidos nada podían oponer, favoreció indirectamente las realizaciones constructivas aragonesas, haciendo imposible la resistencia activa de los partidarios de la república burguesa o del fascismo. Pero, en primer lugar, si los otros partidos no se opusieron, fue porque carecían de fuerzas combatientes, incluso si se hubiera planteado el problema de las fuerzas respectivas, nuestro movimiento hubiera desempeñado un papel preponderante. Porque, debemos repetirlo incansablemente, «la situación era revolucionaria» como consecuencia del ataque franquista y de la ineptitud del Gobierno republicano.
 
En tales casos, es el elemento revolucionario más poderoso el que ejerce la mayor influencia por el solo hecho de la adecuación de sus métodos y la adhesión de las masas. Sin la capacidad de los hombres, de los cuadros de militantes que tomaron las debidas iniciativas, adaptándose a las circunstancias con una inteligencia táctica a menudo maravillosa, no se hubiera hecho casi nada. Quizá, a pesar del hambre de tierra de los campesinos, apenas se hubiera atacado la gran propiedad, por ausencia de directivas ideológicas precisas. La presencia militar de nuestras fuerzas contribuyó a liberar a la población de un pasado tradicionalista que hubiera paralizado su esfuerzo.
 
Pero esta presencia dista mucho de explicarlo todo. Lo confirma el caso de otras regiones donde a pesar de la existencia de autoridades legales y de fuerzas militares en nada libertarias, la revolución se produjo también, como lo veremos, en la región levantina donde las colectividades fueron más numerosas y más importantes. Empero, es en Valencia, capital de esa región, donde residía el Gobierno con toda su burocracia, donde estaban concentradas importantes fuerzas de policía. Y en Castilla, donde al principio los republicanos socialistas y comunistas eran, con mucho, los más numerosos, las colectividades campesinas nacieron y se desarrollaron, llegando por su potencialidad de conjunto a un nivel superior al de las colectividades aragonesas.
 
Y si analizamos más a fondo, creemos estar en lo justo al opinar que contrariamente a la afirmación de que el nacimiento de las colectividades en Aragón se debe a la presión ejercida por las tropas libertarias, éstas no han desempeñado un papel positivo en este acontecimiento histórico. Porque, en primer lugar, y según nuestras observaciones directas, han vivido al margen de las transformaciones sociales que se cumplían. Bien vieron a los hombres ir y venir en los campos, a los habitantes de los pueblos atender a sus ocupaciones, pero no se preocuparon de saber cómo el nuevo régimen organizaba las cosas. Militares y civiles. Espíritu militar con sus problemas específicos, en general replegado sobre sí mismo e indiferente a la vida de los paisanos. Los milicianos y soldados, en su mayoría catalanes, han vivido al lado de los campesinos aragoneses sin interesarse por sus problemas y su evolución.
 
En cuanto a la nueva organización de la economía, de la producción, de los cambios, la presencia militar ha tenido una influencia más negativa que positiva. Por una parte, las colectividades abastecían copiosamente, sin compensación, a las tropas que era preciso alimentar y a las que el Gobierno descuidaba por completo. Por otra, buen número de «maños», los más jóvenes y robustos, se hallaban movilizados en el frente, sustraídos a la producción agrícola. Un balance, siempre desde el punto de vista económico, mostraría que las colectividades se hubieran beneficiado con la ausencia de fuerzas armadas en la región.
 
Pero entonces, el fascismo habría progresado libremente.
 
 
GRAUS
 
Graus está situado en el norte de la provincia de Huesca. Esta región es mucho menos propicia para la producción socializada que el resto de Aragón. La causa principal radica en la topografía del terreno. Estamos en plenos Pirineos, entre bosques y rocas. Los campos son raros, de exiguas dimensiones. Los cultivos se eslabonan entre formaciones pétreas. Se llega a ellos por medio de senderos por los cuales las máquinas no pueden pasar y así la mayoría de las veces no pueden ser utilizadas.
 
El agua no falta, corre en abundancia por arroyos, ríos secundarios, fuentes y torrentes. Pero la tierra es escasa. Por esto las aldehuelas están aisladas entre macizos rocosos, con sus pocos habitantes y sus casitas que casi nunca llegan a cien. Se les encuentra con frecuencia en mesetas diminutas desde donde se dominan valles minúsculos rodeados por peñascales en medio de los cuales estas aldehuelas parecen nidos. He gozado en estos lugares de un silencio que merece ser escuchado.
 
Pero donde la vida es tan apacible, como en estos rincones apartados, el progreso no penetra con facilidad. Reina una tradición secular, los espíritus tardan en comprender. Las ideas nuevas han penetrado poco en los altos Pirineos aragoneses, que son surcados por excesivo tráfico.
 
Al encogerse sobre sí mismo, el horizonte de la vida social es limitado, predisponiendo en poco a los habitantes a la práctica de la vida colectiva, lo que nada quita a su lealtad, ni a su generosidad. El montañés es más propenso al individualismo que el hombre de la llanura, por las circunstancias en que se desarrolla su trabajo, lo que le obliga a contar -ante todo- consigo mismo, en su sencilla vida. Lo reducido de sus campos no permite trabajar en común, y es preciso seguir arando individualmente los trocitos de tierra que se prestan a la agricultura. De la técnica moderna, que a menudo influye sobre los reacios, podemos decir que tiene escasa o directamente ninguna intervención. Todo se opone a la aceptación del socialismo. Y sin embargo…
 
La comarca de Graus tiene 43 municipalidades. Sólo una, Secastilla, está integralmente colectivizada. Capulla, con 538 habitantes, Campo, con 765, Pelarrua, Benasque, Bocamorta, Puebla de Castro, Torres del Obispo, Puebla de Fantova, Laguarres, están colectivizados en un 50%.
 
La organización que mejor puede estudiar ha sido la de Graus. Este pueblo, con estilo de pequeña ciudad a pesar de sus 2.600 habitantes, está situado a orillas del Esera, el río de España de caudal más regular, según ciertos habitantes, que nace en Francia y alimenta al inmenso pantano del canal de Aragón y Cataluña.
 
Dominado por altas montañas y bien regado, Graus se encuentra en el cruce de varias carreteras. Ha llegado a ser un centro comercial de cierta importancia, y el espíritu emprendedor de sus habitantes ha dado nacimiento a actividades que responden a las necesidades de la comarca. La tierra es escasa, la agricultura poco desarrollada y el 40% de los habitantes viven del comercio. La industria y el trabajo del campo se reparten el resto.
 
A pesar de la abundancia del agua, solamente un 20% de la tierra cultivada es de regadío, pues corre entre las rocas, lejos de los cultivos adonde es poco menos que imposible hacerla llegar. En esta tierra regada se obtienen hortalizas. En la tierra no regada se cultivan cereales, viñas, olivos, almendros. Pero este año (1937), en todo el norte de Aragón, las almendras han sido destruidas por una helada. Y más al sur, en Binéfar, una hora de tormenta ha bastado para destruir todas las viñas. La vida del campesinado no es envidiable.
 
Y no lo era aquí, donde dos propietarios poseían el 40% de las tierras regadas. Las tierras de secano estaban, es verdad, distribuidas con más equidad, pero la pobreza de las cosechas obligaba a los campesinos medios a buscar, fuera de su trabajo natural, el tercio, a veces la mitad de sus recursos vitales. Trabajaban como jornaleros en la tierra de los ricos, o en la industria, o se alejaban momentáneamente a otras regiones.
 
En los trabajos industriales, el salario oscilaba de seis pesetas para los peones de albañil, a ocho para los albañiles y mecánicos. Pero cálculos precisos mostraban que, teniendo en cuenta los períodos de desocupación, los albañiles ganaban un promedio de cinco pesetas diarias. En cuanto a los peones…
 
Durante los últimos años, los jóvenes emigraban para ir a vivir en Cataluña, o a Francia; el 20% de las muchachas partían para trabajar de criadas en las ciudades.
 
Los comerciantes y los pequeños industriales no vivían mucho mejor. Sus deudas sobrepasaban, desde hacía tiempo, el monto de su capital.
 
Aunque menos densa y prolongada que en otros lugares, la historia de las luchas sociales merece ser conocida. Desde fines del siglo pasado, el republicanismo había precedido a la corriente libertaria, en parte bajo la influencia de Joaquín Costa, nacido en esta población, y por eso llamado «el león de Graus». Pero en 1907 se disolvió el Centro republicano local que se reclamaba del gran líder-sociólogo y que, según parece, interpretaba sus ideas de tan mala manera que Costa protestó, siendo expulsado del propio Centro. En 1923 aparece un sindicato único de la CNT. Fue clausurado al subir Primo de Rivera al poder; lo mismo ocurrió con la biblioteca fundada y mantenida por nuestros compañeros. Estos emigran, pero no pierden el contacto. Y regresan cuando la situación es favorable. Luego, con otros compañeros que han aparecido fundan, el 26 de mayo de 1936, es decir, apenas dos meses antes del ataque fascista, un nuevo sindicato que consta pronto de doscientos socios, cifra que bajará rápidamente hasta 60 por haberse fundado un sindicato de oficios varios de la UGT que constará de 130 socios al producirse los acontecimientos.
 
Se ha constituido igualmente el grupo anarquista «Renacer», que completa, como en muchas otras partes, la labor del sindicato cenetista, fuerza esencial en Graus como en otras partes.
 
El 18 de julio, cuando corrieron los rumores de un ataque fascista -rumores que se propalaron un día antes de la guerra civil en buena parte de España- nuestros compañeros decidieron incautarse de las armas que estaban en venta y organizaron un modo propio de información, al mismo tiempo que tomaban posesión de la calle. Su iniciativa les salvó. La Guardia Civil estaba en contacto con los fascistas de Huesca, y por el texto de los telegramas cambiados con ellos se sabía que esperaba el momento oportuno para entrar en acción. La decidida actitud de los antifascistas se lo impidió. Entonces, los hombres del tricornio de charol encerado se declararon a favor del pueblo. Fueron enviados al frente. No sabemos cuál fue su comportamiento posterior.
 
Aunque las fuerzas de nuestros sindicatos fueran inferiores en número, nuestros camaradas constituyeron por nombramiento popular la mayoría del comité revolucionario que se formó en el acto. Para evitar sorpresas, este comité empezó por establecer una vigilancia a lo largo de las carreteras. Parte de los hombres fueron a reforzar las columnas antifascistas. Luego, ante las dificultades económicas que atravesaba la población así como por la paralización del trabajo, se distribuyeron vales de alimentación que el comercio, ya controlado por el comité, se apresuró a aceptar, vista que los salarios eran desiguales, que un jornalero campesino ganaba la mitad de lo que ganaba un oficial mecánico. Esta desigualdad por la cual los hijos de un hombre tenían un 50% de los medios de vida que los hijos de otros podían disponer fue considerada incompatible con el antifascismo. Y se estableció, inmediatamente, el salario familiar, que aseguraba para todos idénticas condiciones de existencia. La desigualdad social desaparecía de golpe.
 
Este salario era pagado en vales improvisados. Un mes después se pusieron en circulación bonos divididos en puntos, más o menos numerosos, según las necesidades de cada familia. Más tarde, la importancia comercial de Graus, sus transacciones con otras comarcas o regiones, incluso con aldeas de la comarca que no se habían colectivizado, obligaron a recurrir nuevamente a la peseta como patrón general de valores. Pero el comité emitió, por cuenta suya, una moneda divisionaria.
 
Después de ser controlado, el comercio debía ser rápidamente socializado. Las transacciones individuales fueron sustituidas por las colectivas. Se fundó una cooperativa a la cual fueron llevados todos los alimentos hallados en las tiendas o comprados en otras partes.
 
Al poco tiempo se abrió una cooperativa de tejidos y mercaderías que centralizó cuanto había en las pequeñas tiendas. De cinco carnicerías se hicieron dos grandes, de tres zapaterías quedó una sola, las dos ferreterías fueron fusionadas, cuatro panaderías sobre seis desaparecieron, y un solo horno basta hoy para suministrar el pan que antes hacían tres. Hay dos cooperativas de ultramarinos, contra 25 tiendas anteriormente. Nació una cooperativa de semillas y abonos.
 
El proceso de eliminación del parasitismo comercial fue simultáneo con el de la colectivización agraria e industrial. Como en otros lugares, la práctica colectivista empezó antes de la organización oficial de la colectividad. Ante la gravedad de la situación el comité revolucionario se ocupó ante todo de las necesidades generales inmediatas.
 
Había que cosechar, y labrar, y sembrar, obtener de la tierra el máximo rendimiento con el mínimo de esfuerzo. La economía al servicio de todos era, junto con la necesidad de impedir el paso de las fuerzas fascistas, la preocupación dominante. Y bajo la dirección de los camaradas de la UGT y de la CNT, los animales de tiro fueron lanzados, con los arados, sobre las tierras libertadas de las barreras que las dividían. Los campos confiscados a los fascistas fueron sembrados, al mismo tiempo que los de los campesinos convertidos que dieron espontáneamente el primer paso adelante.
 
La colectividad agraria fue constituida el 16 de octubre. El mismo día, los transportes mecánicos, que se habían socializado esporádicamente desde el primer momento, lo eran oficialmente. De acuerdo a las indicaciones dadas por los sindicatos, el Comité Revolucionario decidía, una tras otra, las etapas. Las imprentas fueron socializadas el 24 de noviembre. Las zapaterías y panaderías, dos días después. El primero de diciembre, todo el comercio, la medicina, las farmacias, las herrerías y las cerrajerías. El 11 de diciembre se colectivizaron los carreteros, los ebanistas, los carpinteros. Gradualmente, todas las actividades entraron en la nueva estructuración social.
 
La resolución aprobada por los agricultores puede servirnos de modelo y guía en cuanto a las grandes líneas y a los principios generales de las colectivizaciones habidas, puesto que en todos los casos los principios son los mismos. He aquí su texto auténtico:
 
 
ACTA DE LA COLECTIVIDAD DEL RAMO DE AGRICULTURA
 
En la villa de Graus, a 16 de octubre de 1936, reunidos los obreros de la agricultura, acuerdan:
 
1º.   Entrar en la comunidad de todos los gremios.
 
2º.   Todos los obreros que por su voluntad ingresen en la colectividad estarán obligados a hacer entrega de todas las herramientas de su profesión.
 
3º.   Todas las tierras de los compañeros que entren en la colectividad deberán pasar a engrosar los bienes comunales.
 
4º.   Los trabajadores de la agricultura, cuando no haya trabajo de su propio oficio, están obligados a prestar ayuda a los gremios que lo soliciten.
 
5º.   De las aportaciones que se hagan a favor de la colectividad, se procederá a un inventario por duplicado; una de las copias pasará a poder del propietario que entra en la colectividad, y otra quedará en poder de ésta.
 
6º.   Si por causas imprevistas se tuviera que disolver la sociedad comunal, cada compañero tendrá perfecto derecho a tomar posesión de los bienes que haya aportado.
 
7º.   En reunión de los expresados trabajadores se nombrará una comisión de administración de dicha profesión.
 
8º.   Una vez de común acuerdo, los trabajadores de la agricultura procederán a que cada uno de los que compongan la comisión de administración tenga su cargo respectivo, y éstos serán: un presidente, un tesorero, un secretario y tres vocales.
 
9º.   La colectividad del expresado ramo quedará en relación directa con la caja comunal de todos los ramos, la cual será creada por el comité de enlace.
 
10º.Los obreros que ingresen a trabajar en común percibirán el salario siguiente: para familia de tres o menos individuos, seis pesetas;[51]las familias que tengan más de tres individuos, una peseta por cada una de éstos.
 
11º.Este jornal podrá ser reformado según las circunstancias, y a propuesta de la Junta Administrativa de todos los gremios.[52]
 
12º.Aquellos obreros cuyos padres no están en la colectividad percibirán el jornal que la Junta Administrativa determine.
 
13º.Cuando un obrero tenga que ser despedido o expulsado, será por acuerdo firme de la Comisión Central de Gremios a la cual queda adherido el de la agricultura.
 
14º.Los obreros de la colectividad se comprometen a trabajar las horas que la Comisión Administrativa determine y señale, de acuerdo con la Comisión Central, y además a verificar el trabajo con todo interés y entusiasmo.
 
Estando todos conformes, se levanta la presente acta en el día de la fecha.
 
Como en el caso de los trabajadores de la agricultura, ninguna colectivización se hizo sin la resolución previa de los interesados especialmente convocados. Cuando el Comité Revolucionario «colectiviza», se limita a convocar cada sección de productores que, en realidad, se colectiviza a sí misma.
 
Y tan pronto forma parte de la comunidad, esta sección no es autónoma. El Comité Revolucionario, transformado luego en Comité de Enlace (de enlace entre la sección local de la CNT y la de la UGT), lo dirige todo: Pero desaparecerá en enero de 1937, al constituirse el Consejo municipal por orden del Gobierno.
 
Aquí también, la más perfecta armonía reina entre las dos fracciones sindicales revolucionarias que se ponen de acuerdo para designar cada una cuatro concejales y para que el presidente, que prácticamente es el alcalde, sea un trabajador republicano elegido por una asamblea general de todos los habitantes del pueblo. Se asegura en esta forma equilibrio e imparcialidad.
 
Pero las funciones que desempeña el alcalde son secundarias. Es ahora un personaje decorativo que se limita a aplicar las decisiones de los consejeros. El ayuntamiento tiene por misión esencial representar al Gobierno Central, movilizar a los soldados, establecer documentos personales, oficializar el racionamiento para todos los habitantes, sean individuales o colectivistas.
 
La colectividad es independiente. Administra el 90% de la producción general (sólo en la agricultura quedan algunos individualistas), todos los medios de transporte, toda la distribución, el abastecimiento y los cambios. Su comisión administrativa consta de ocho compañeros, cuatro por cada sindicato. Seis de ellos están al frente de las secciones por las cuales tienen más aptitudes: cultura y sanidad (teatro, academias, deportes, médicos y farmacia); trabajo y censo (personal, nóminas, fondas y cafés, censo); abastecimiento (comercio, carbón, abonos, almacenes, suministro); agricultura (cultivos, riegos, granjas, ganado); industrias (fábricas, talleres, electricidad, agua, construcción); transporte y comunicaciones (camiones, carros, taxis, correos, garajes).
 
Los dos camaradas que quedan, uno de la CNT y otro de la UGT, constituyen el secretariado general. Además de las actividades correspondientes, están encargados de la propaganda.
 
En la organización industrial, cada taller nombra un delegado que está en contacto permanente con el secretariado de industria. Cada especialidad industrial tiene su cuenta particular[53]en el registro de la colectividad donde figuran las secciones siguientes: agua potable, aceite, aserraderos, chocolatería, embutidos, licores, electricidad, ferretería, fondas y cafés, herrería, herradero, imprenta, lampistería, material de construcción, máquinas de coser, medias, molino de yeso, modistas, panadería, peluquerías, pintura, planchadoras, sastrería, sillería, tejedurías, taller de bicicletas, vaquería.
 
La fábrica de licores ha sido instalada por la colectividad, que reunió en un solo lugar la fabricación de gaseosa, agua de Seltz, cerveza, vinos, licores diversos, que hasta entonces se hacían por separado. La fábrica de jabón, aparejada con la de aceite, es también obra de la colectividad que, además, compró una instalación moderna para la fabricación de aceite. Señalemos otras adquisiciones: dos camiones de ocho toneladas cada uno, una báscula de hasta 20 toneladas, que permitirá tener estadísticas exactas de producción e intercambios, dos lavadoras eléctricas, una de las cuales fue dada al hospital y la otra a los hoteles colectivos.
 
La agricultura acusa también cambios notables. La superficie trabajada de las tierras de secano no pudo aumentarse más del 10%; la de las tierras regadas, el 5%, pero la supresión de las divisiones ha permitido ganar terreno sobre los setos y los caminos inútiles. La siembra de patatas ha sido aumentada en un 50%. Si la naturaleza favorece el esfuerzo del hombre, se conseguirá más alfalfa que antes para el ganado, y el doble de remolacha azucarera. Unos 400 árboles frutales han sido plantados.
 
Sin la técnica del trabajo colectivo, estos progresos habrían sido imposibles. Pero, con sus recursos, la colectividad ha hecho más: ha comprado una trilladora-atadora, sembradoras, máquinas de sulfatar las viñas, un arado de aporcar. Todo lo cual permite trabajar la tierra a mayor profundidad, cuidar las plantas y los árboles frutales. Y si añadimos la introducción y el mayor empleo del abono químico, se comprenderá que entre las tierras cultivadas por los individualistas (que acabaron por adherir al esfuerzo común) y las cultivadas por los colectivistas, la diferencia de rendimiento era, aquí, del 50%. Los miembros de la colectividad me enseñaban con orgullo los campos donde las patatas crecían con vigor, en surcos rectos y bien cuidados. La calidad del trabajo era, indiscutiblemente, superior; y la selección de las semillas aumentaba las ventajas.
 
Se había cuidado siempre la cría de ganado. Pero Graus debe cambiar buena harte de sus actividades parasitarias o estériles de ayer por actividades productivas. De los 310 carneros que la colectividad posee ahora, 300 han sido comprados por ella. Es el principio de grandes rebaños que se alimentará en la montaña. Pero se ha hecho más.
 
Hemos visitado dos granjas, que dan una impresión espléndida de esfuerzo creador.
 
La granja número 1 está destinada a la cría de cerdos. Se ha elegido para construirla un lugar situado a distancia conveniente de la aldea: lugar rodeado de árboles y de campos donde se instalará, más adelante, parques de avicultura (el espíritu colectivo no cesa de inventar, imaginar y emprender).
 
La granja número 1 ha de tener dos edificios. Uno ya está construido. En 22 divisiones, 162 cerdos están separados según la edad y la raza. La porqueriza es larga, amplia, alta, bien alumbrada y ventilada. El suelo es de cemento, las paredes están pintadas con cal, los animales tienen cuanto lugar necesitan. Dentro de poco, podrán tomar aire y sol afuera. Ya las puertas están hechas en las paredes de cada división, sólo falta (estamos en julio de 1937), poner la valla exterior.
 
El primer piso, tan sólido aunque menos alto que la planta baja, sirve para conservar el alimento seleccionado para la cría racional de los animales.
 
Delante del edificio, sobre un armazón de ocho metros de altura, ha sido instalado un depósito en el cual el agua llega por medio de un motor eléctrico. Se han hecho canalizaciones debidamente impermeabilizadas, que conducen las deyecciones de los animales a una fosa desde donde son distribuidas por los campos para servir de abono.
 
Las cerdas a punto de parir son llevadas a las parideras, donde permanecen aisladas y tranquilas. Cuando los dos edificios estén terminados, Graus criará por lo menos 400 cerdos.
 
El empuje creador se revela también en la importancia dada a los animales de corral. Hemos dicho que se proyectaba organizar parques avícolas cerca de la granja número 1, pero no por eso está todo por hacer en esta especialidad. Tenemos para probarlo, la granja número 2.
 
Fue organizada desde el primer momento y responde a las indicaciones y a los experimentos más recientes. Se compone de dos partes: una, con cinco pabellones que tienen cada uno un piso; la otra, con un solo pabellón dividido en siete departamentos.
 
Hubo que empezar con los animales que se tenía a mano, pero pronto se procedió metódicamente a las clasificaciones necesarias. Aquí están las gallinas Leghorn, allá las catalanas del Prat, más allá las Rhode-Island, acullá las indefinidas. Hay centenares de ponedoras. Los huevos están reservados a los miembros de la colectividad, los cuales tienen casi todos su pequeño corral propio.
 
Hay también patos y gansos, para los cuales se está preparando otro parque más pequeño, con una charca. Luego, pavos, y al fin 60 conejos y conejas destinados a la reproducción.
 
Nos interesa sobre todo la cría de gallinas. En junio de 1937, 1.500 polluelos habían nacido ya y 890 se estaban formando en siete incubadoras artificiales, cinco de las cuales habían sido compradas en Cataluña, una regalada no recordamos por quién y la séptima fabricada en el mismo Graus.
 
La construcción de los gallineros, su orientación y posición, sus condiciones higiénicas son excelentes. Los polluelos están alimentados según las tablas más recientes de la zootecnia: aceite de hígado de bacalao, harina de carne, harina de leche, lo tienen todo.
 
Este año, casi todos los que son criados en las casas particulares mueren por no sabemos qué enfermedad. Pero la colectividad, al disponer de más recursos, protege mejor a los animales y consigue mejores resultados.
 
Al regresar veo, en un local, molinos eléctricos destinados a triturar el grano y los huesos dados a las aves. Por todas partes, siempre, el mismo esfuerzo creador.
 
En la fábrica de corsés, unas 30 obreras trabajan cantando himnos revolucionarios, la gloria de Durruti, muerto en el frente, y coplas de la región. Los corsés han sido abandonados y se hacen camisas y calzoncillos para los milicianos. Las muchachas no están pagadas especialmente para venir a trabajar, ya que sus necesidades están cubiertas por el salario familiar. Sin embargo, vienen, en dos equipos, uno por la mañana, otro por la tarde, y no se esfuerzan menos en producir cuanto pueden.
 
Veamos ahora cuáles son las condiciones de existencia y en qué medida han sido mejoradas. En la Resolución de los trabajadores campesinos hemos visto que un matrimonio cobra seis pesetas por día, y una peseta más por persona, mayor o menor. Una familia de ocho personas cobra, pues, 12 pesetas, porque se aplica aquí la reducción proporcional que vemos en casi todas partes.
 
No se paga alquiler. Las tarifas del agua y del gas han sido reducidas en un 50%, las atenciones médicas y los productos farmacéuticos son gratuitos. No hay desocupación: muy al contrario, y como ocurre en casi todas las colectividades, si no en todas, el salario se cobra todos los días porque -nos decía el más activo de los organizadores de Graus- «se come el domingo lo mismo que los otros días».
 
En cambio, el precio de los alimentos comprados al exterior y de la ropa también venida de afuera ha subido por término medio un 30%. Si queremos hacer comparaciones, tomemos una familia media de cinco personas -cifra normal en España-, que consta del padre, la madre y tres hijos, o de dos hijos y uno de los abuelos. Tomemos también uno de los salarios más elevados: el de los mecánicos, de ocho pesetas diarias. Suponiendo que se trabaje siempre, tenemos 200 pesetas al mes. Con el salario familiar, el salario de estas cinco personas es ahora de 310,50 pesetas al mes.
 
Teniendo en cuenta el aumento de los precios que hemos mencionado, y deduciendo la cantidad correspondiente, este obrero gana 17,35 pesetas ahora más que antes. Pero antes debía pagar en alquiler, médico, farmacia y diferencia de tarifa del gas y del agua por lo menos 70 pesetas. Ya el salario sube. Sube también con el trocito de terreno que se ha dejado a cada familia para que cultive las hortalizas o críe los animales de corral que le plazcan; sube más aún con el alimento dado gratuitamente para esos animales. Y no digamos de cómo sube para los albañiles, los peones, los jornaleros de agricultura, que ganaban cuatro pesetas diarias cuando trabajaban.
 
En conjunto, y teniendo en cuenta que el salario familiar es pagado 365 días al año, el promedio de recursos de los trabajadores colectivistas de Graus ha doblado. Esto fue realizado en pocos meses, en plena guerra, al mismo tiempo que esas conquistas eran afianzadas con una sorprendente creación de nuevos recursos.
 
Los artículos son distribuidos en los distintos almacenes especializados. A este respecto, es difícil sugerir la visión de los establecimientos comunales que encontrábamos al ir por las calles de Graus. Todos tenían en la puerta de colores rojo y negro pintados en diagonal, con la denominación de su correspondiente clasificación. Y se podía leer: «Colectividad de Graus - Comunal Nº. 1; Colectividad de Graus - Comunal Nº. 2: Colectividad de Graus - Comunal Nº. 3», etc.
 
Los talleres comunales eran señalados en la misma forma, según el trabajo que en ellos se hacía: «Colectividad de Graus - Taller de Alpargatería»; «Colectividad de Graus - Taller de Sastrería»; «Colectividad de Graus - Taller de Ebanistería», etc. Por doquier nos enaltecía esa especie de fraternidad activa proclamada en colores vivos.
 
El conjunto del mecanismo económico -producción, cambios, medios de transporte, distribución- está a cargo de 12 empleados en total, que llevan por separado los libros y los ficheros de cada actividad. Diariamente se registra, se documenta todo: reservas, adquisición y reparto de mercaderías, total de las cantidades recibidas y distribuidas, superávit o déficit, por cada rama de la economía.
 
Pero la caja es común. La industria deficitaria, pero necesaria, es sostenida por la lucrativa. Por ejemplo, las peluquerías no ganan bastante para sostenerse, pero son indispensables. Por otra parte, el trabajo de los chóferes y de los licoristas procura excedentes. Estos excedentes sirven para compensar las pérdidas de las peluquerías, o comprar productos farmacéuticos, o ciertas máquinas para los campesinos.
 
La colectividad de Graus ofrece otras realizaciones. Sostiene 224 refugiados de la zona conquistada por los fascistas, de los cuales sólo trabajan unos 20; da a 25 familias, cuyos miembros no pueden trabajar, el salario familiar normal; tiene 145 hombres en el frente; ha llevado a cabo, además de la intensificación de la ganadería y de la agricultura, obras publicas de cierta importancia. Cinco kilómetros de carretera han sido alquitranados; un canal de siete kilómetros ha sido ensanchado 45 centímetros y profundizado 30, para aumentar el regadío y la fuerza motriz; otro ha sido alargado en 600 metros. Se ha construido un ancho camino para bajar a una fuente. Pero esto merece ser relatado por separado.
 
Esa fuente brotaba en una pequeña torrentera. Había, al lado, un terreno grande dividido en parcelas alquiladas por su dueño a labradores pobres. Este dueño prohibía que se bebiera agua de esa fuente porque era suya, y era necesario pasar por un caminito a lo largo de su campo. Ni siquiera los campesinos a los cuales alquilaba su tierra podían, en los días más calurosos, ir a saciar su sed.
 
Pero como a pesar de todo había quienes se deslizaban a escondidas entre los zarzales y el matorral que bordeaba el camino, el amo hizo tapar la fuente con piedra y cemento.
 
La revolución permitió un desquite, expropiando al egoísta empedernido y decretando que todo el mundo podía ir a beber a la fuente. Además se decidió construir el hermoso camino que ahora baja suavemente, formando graciosa curva, hacia el agua cantarina; y desde el primero hasta el último día, el que se había conducido con tanto egoísmo fue obligado a trabajar con los demás en la construcción del ancho camino por el cual ahora se va a saborear el agua deliciosa.
 
Y encima del orificio donde brota el chorro cristalino, se puso una pequeña lámina de mármol donde ha sido grabada, en letras doradas, la inscripción siguiente: «Fuente de la Libertad - 19 de julio de 1936».
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En la enseñanza, dos cosas merecen ser citadas: la creación de una escuela de bellas artes donde por la tarde acuden los alumnos de enseñanza elemental, y por la noche los muchachos que trabajan durante el día. A lo cual debe añadirse el aumento de los alumnos con los pequeños refugiados de las regiones dominadas por el fascismo.
 
Cuando estuvimos en Graus, 84 de estos niños estaban instalados en una hermosa propiedad situada a varios kilómetros del lugar. Dos maestros y tres maestras les daban clase debajo de frondosos árboles. En el pabellón principal, las habitaciones estaban llenas de camas de diverso estilo recogidas en las casas de los ricos, limpias y bien arregladas. Dos mujeres se ocupaban de los quehaceres domésticos y preparaban alimentos abundantes en una espaciosa cocina donde antes guisaba, durante dos o tres meses al año, la cocinera de algún gran propietario.
 
Era un lugar maravilloso, con un bosque que bajaba hasta el río Esera, un parque, una piscina, corrales, varias dependencias. Controlados por maestros inteligentes y un director que sabía jugar con ellos para mejor guiarles, los niños eran visiblemente felices.
 
Si las circunstancias son favorables, nuestros camaradas de Graus, los de la UGT y los de la CNT -siempre unidos- organizarán en la antigua propiedad una colonia, en la cual todos los alumnos del pueblo irán alternativamente a jugar, instruirse y vivir varios meses al año.
 
 
FRAGA
 
A orillas del río Cinca, que baja de los Pirineos para desembocar en el Ebro, las antiquísimas casas de Fraga, apiñadas sobre una loma, nos hacen pensar en pobres ciegos que apoyados unos en otros, parecen estar a punto de desplomarse todos juntos. La tierra no es escasa, y los 8.000 habitantes de la ciudad deberían, si nos ceñimos a las solas y escuetas cifras, haber vivido holgadamente: la superficie territorial se extiende sobre 40.000 hectáreas. Pero, primer inconveniente, sólo 30.000 pueden ser cultivadas: lo demás es casi yermo, con la vegetación rala de la tierra esteparia. Luego, y sobre todo, topamos con la propiedad privada del suelo y todos sus abusos, con los robos históricos que, lo más a menudo, remontan a la época de la Reconquista: los privilegiados poseían 10.000 hectáreas de cotos de caza.
 
Sin embargo, y en principio, el antiguo derecho municipal subsistía. Teóricamente, la Comuna era dueña de 35.000 hectáreas y sólo concedía para el cultivo de la tierra, la cría de ganado y la caza, el derecho de usufructo. Y como la cría de ganado constituía una fuente importante de ingresos, las tierras no cultivadas por aplicación del sistema de «año y vez» debían ser arrendadas automáticamente a los ganaderos cuyos rebaños, al mismo tiempo que se apacentaban, las enriquecían con un muy apreciado abono natural.
 
Pero los ricos violaban sin escrúpulos el derecho natural antiguo y aun siendo una pequeña minoría habían conseguido ser considerados propietarios, en la práctica, de esa parte de tierra teóricamente perteneciente al Municipio. Con todo, debemos reconocer que los fragatinos alcanzaban, antes de la revolución, un nivel de vida superior al de la mayoría de las localidades aragonesas.
 
Nuestro sindicato local de oficios varios, adherente a la CNT, había sido fundado en 1918. Fue disuelto en 1924 por el Gobierno del general Primo de Rivera. Entonces nuestros compañeros fundaron la Sociedad Cultural Aurora, que al mismo tiempo ponía los libros de su biblioteca a disposición del público y sequía propagando nuestras ideas. Así las cosas hasta el año 1931, fecha de proclamación de la República, en que se reconstituyó el sindicato. Este fue a su vez cerrado por las nuevas autoridades. Hubo que reconstituir una Sociedad Cultural Aurora que, más fuerte que su predecesora, logró edificar un local en el cual fundó una escuela racionalista.
 
Al triunfar las izquierdas en las elecciones de febrero de 1936, se reorganizó por tercera vez el sindicato, que sin duda hubiera sido cerrado por cuarta vez de no haberse producido los acontecimientos que dieron lugar a la revolución.
 
Ya en los primeros días de agosto, es decir, dos semanas después del estallido de la guerra civil, la colectividad empezó a formarse. Pero aunque nuestros camaradas fueran a la vez el fermento y los artesanos de lo emprendido, otros participaban de la empresa. El delegado de abastecimiento pertenecía al partido republicano de izquierda, cuyo líder, Manuel Azaña, era muy jacobino y nada socialista. Sus conceptos amplios, su inteligencia, su perfecto castellano realzaban gratamente nuestra conversación. Cuando le pregunté si en el supuesto de nuestra victoria antifranquista él obedecería a su partido abandonando a la colectividad o si adoptaría una actitud opuesta, nos contestó con voz varonil donde se percibía la tonada aragonesa: «No puedo decirle lo que haría entonces, pero puedo decirle que, por el momento, estoy con esto».
 
Y nos mostró, casi con un entusiasmo que compartíamos, las fichas y los registros que correspondían a la parte administrativa a su cargo, insistiendo sobre la comunidad de intereses de las diversas secciones y actividades, comunidad que es la gran ley general de las colectividades.
 
Fue sin duda la tradición comunal lo que inspiró a Fraga su estructura organizacional donde el Municipio desempeña tan considerable papel. El Concejo local es el continuador del Comité Revolucionario que funcionó desde las primeras semanas que siguieron al 19 de julio. El tiene a su cargo la dirección de toda la vida social, según las especializaciones que se repiten generalmente: agricultura, ganado, industria, distribución y reparto, higiene, sanidad y beneficencia, obras públicas, enseñanza. Cada una de ellas es atendida por un consejero. Todos los consejeros son nombrados por los trabajadores interesados, excepto el del abastecimiento y de la distribución, que es nombrado por una asamblea de representantes de todas las actividades locales, porque se trata de problemas que interesan al conjunto de los habitantes, colectivistas y no colectivistas.
 
Pero al mismo tiempo que forma parte de este conjunto coordinado, cada actividad tiene su organización propia, según sus tareas, sus actividades y sus gustos. Así, la colectividad de los labradores y de los pastores, que engloba 700 familias -la mitad de la población agrícola- está dividida en 51 grupos, 20 de los cuales practican el cultivo intensivo de la tierra (es cuestión de suministro de agua) y 31 el cultivo extensivo en el que domina la producción de cereales.
 
Cada grupo elige un responsable, y los responsables se reúnen cada sábado para decidir de las faenas que deben cumplirse. El consejero municipal de agricultura toma parte en las reuniones generales de esta importante sección, para armonizar la actividad de los labradores, de los pastores y de los campesinos individualistas.
 
En el período de nuestras visitas se atendía a 6.000 ovejas de reproducción, 4.000 corderos, 150 vacas, 600 cabras y 2.000 cerdos. Casi todo ese ganado pertenecía anteriormente a grandes propietarios que empleaban a los pastores hoy unidos en comunidad. Ahora, estos pastores realizan el mismo trabajo en beneficio de toda la población.
 
Cada rebaño es atendido por dos o tres especialistas, uno de los cuales es nombrado responsable por sus compañeros. Los responsables se reúnen cada sábado con el consejero de agricultura, examinándose cuáles son los lugares de apacentamiento más indicados, las medidas correspondientes a la producción, el intercambio con las ciudades, el cuidado de los establos, los problemas de la matanza, etc.
 
De modo que todos los trabajos son dirigidos en forma racional. Tierras, praderas y regadío son utilizados con el necesario método. Y los resultados son evidentes. Se sacrifica a los animales cuando están verdaderamente a punto para ello, en tanto que en épocas anteriores los criadores pobres les vendían en cualquier momento para procurarse dinero; no se ve ya a 50 carneros en una tierra que daba pasto para 200, o a 100 animales disputándose una hierba que sólo podía alimentar a 40.[54]Las ovejas, que anteriormente se vendían aun en la época en que habrían debido guardarse para la reproducción, ahora son reservadas el tiempo necesario, con el mismo objeto se conserva un número debidamente establecido de vacas y cerdas. Porquerizas colectivas, establos y cuadras para el ganado mular han sido construidas fuera de Fraga(como se ha hecho generalmente en los pueblos colectivizados). Y ahora, el aumento de ganado, favorecido por la desaparición de las 10.000 hectáreas de cotos de caza, es un hecho evidente.
 
Este aumento sería mayor de no tenerse que abastecer sin indemnización, en el frente, a las tropas sostenidas casi integralmente por las colectividades aragonesas. Pero si la colectividad municipalista de Fraga puede desarrollarse según su capacidad, se calcula que en conjunto el ganado habrá doblado dentro de dos años y que su calidad habrá mejorado notablemente.
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Veamos ahora las actividades no agrícolas. Los otros oficios constituyen un sindicato general que cuenta con 950 adherentes y abarca 30 secciones. Aparte la de los pastores, estas secciones no son importantes, y en muchos casos no podemos realmente hablar de industrias: tres aserradores, tres herreros, 32 albañiles, nueve yeseros, 28 sastres, 28 costureras…
 
En las relaciones entre productores y consumidores, quien, por ejemplo, necesita un traje se dirige al delegado de los sastres; quien quiere hacer reparar su casa se dirige al delegado de los albañiles; para hacer herrar su caballo, el individuo se dirige al delegado responsable de los herreros o de los forjadores. Las tarifas son estables, establecidas conjuntamente por el delegado general del trabajo, el perito del Concejo municipal en la industria, los representantes de las secciones productoras y varios consumidores. Se tiene en cuenta el costo de la materia prima, los gastos generales y los medios de vida de los colectivistas. En cuanto a las tarifas, he notado los precios siguientes relativos a la ebanistería: una cama de madera para dos personas cuesta 130 pesetas; para una persona, 70 pesetas; un armario bar espejo, 270 pesetas; de tres puertas, sin espejo, 250 pesetas; una mesa de comedor común, 50 pesetas; con tablas suplementarias, 70 pesetas; una mesa de cocina, con cajones, 25 pesetas; sin cajones, 20 pesetas; una camita para niño, 40 pesetas. La calidad de la materia prima es especificada por escrito.
 
El comprador paga al delegado, quien entrega el dinero al consejero de trabajo. El control del pago es efectuado por medio de un carnet cuyas hojas son divididas en dos recibos y un talonario. Un recibo es entregado al comprador, otro al consejero. El talón permanece en poder del responsable de la colectividad productora.
 
Como ocurre en todas las colectividades, las diferentes secciones no son, en cuanto a contabilidad, autónomas o independientes. Constituyen una especie de federación y se ayudan mutuamente gracias al mecanismo general. Aquí también los albañiles que no tienen trabajo van a ayudar a los labradores, y lo contrario se produce en caso de necesidad. Y todos los sueldos establecidos por el Concejo comunal son iguales y se pagan en moneda local.
 
Un productor colectivista que vive solo, cobra 40 pesetas por semana; un matrimonio percibe 45 pesetas y así hasta un tope de 70 pesetas para una familia compuesta por 10 personas, siempre en base a la consideración de que cuanto más numerosa es una familia, menor es el costo de la vida por individuo. Si en una familia hay dos productores, el salario familiar, siempre semanal, es ligeramente más elevado, desde 50 pesetas por tres personas hasta 85 por 10 personas. Las mujeres que trabajan cobran una misma retribución que los hombres, sin la menor diferencia.
 
Para romper completamente con el pasado, no se emplea la palabra «salario», sino la de «crédito».
 
Los individualistas (700 familias, cuyo número empieza a disminuir) siembran, cultivan, crían animales para su consumo. Pero por iniciativa de la colectividad, sus actividades se adaptan al trabajo de conjunto. El delegado o consejero de agricultura asiste a sus reuniones y fraternalmente les guía sobre lo que conviene sembrar, plantar, suprimir o perfeccionar. Es él también quien compra sus productos de acuerdo a una tasa establecida por el sindicato al que adhieren también los individualistas que lo desean, pero al que no pertenecen todos los colectivistas: sistema que veremos practicado en el Levante y que da mucha soltura y flexibilidad a las relaciones entre individuos e instituciones.
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Lo que antecede muestra que también la distribución ha sido socializada; y lo ha sido integralmente, de modo que los productores individualistas son colectivistas en cuanto a este aspecto de la vida social. El consejero de abastos es el encargado de los intercambios con Cataluña, Levante y otras partes de Aragón. En posesión de los datos sobre las reservas de trigo, de las cantidades de carne, de lana, de pieles que podrán ser suministradas en tal o cual momento, él es quien propone a su debido tiempo esos intercambios acorde a los precios establecidos. Y también aplicando una modalidad que empieza a generalizarse, procede a estos mismos intercambios por intermedio del Consejo de Aragón, que está en manos de los libertarios, y puede procurarse en grandes cantidades lo que las regiones agrarias piden ante todo a las regiones industriales, que disponen en exceso de máquinas, abonos químicos, bencina, camiones, tejidos, productos de ultramar, etc.
 
En cuanto al signo monetario, se había comenzado a aplicar un sistema de bonos. Pero lo que da buenos resultados en un lugar no resulta siempre en otros. No hubo abusos en Calanda, en Mora de Rubielos, Andorra y otros pueblos. Pero me dicen mis compañeros sí los hubo en Fraga.[55]Se apeló entonces a la moneda local. Casi simultáneamente se racionó el consumo de los productos que más escaseaban: economía de guerra, también imperiosa porque Fraga se encuentra en la carretera de Zaragoza, que va al frente de Aragón. Y gracias al racionamiento se evitan desequilibrios peligrosos. Cada familia tiene una libreta en la cual figuran las cantidades de productos a las que tiene derecho según las disponibilidades.
 
Bajo el control del consejero al abastecimiento, todos los productos de consumo local son distribuidos en los almacenes comunales, también aquí llamados cooperativas. El comercio privado ha desaparecido; existe un almacén general para el pan, tres almacenes generales para los productos de ultramar, así como también tres para la carne en general, tres para la carne de cerdo y salchichería. Los otros artículos son distribuidos de la misma manera, en proporción al volumen disponible y la demanda.
 
La carne es llevada directamente desde los mataderos a las carnicerías. Los responsables de la distribución deben dar cuenta exacta en lo referente a las ventas, según el peso de la carne por ellos recibida. Del ganadero al consumidor, el proceso es perfectamente coordinado.
 
El trigo, tanto el cosechado por los individualistas como por los colectivistas, es guardado en el almacén reservado a los cereales. Luego, según las necesidades del consumo, es distribuido a los molinos comunales que distribuyen la harina a los 11 hornos desde donde salen las doradas hogazas.
 
El Concejo comunal aplica un sistema de crédito cuya práctica no hemos visto en ninguna otra parte. Cuando un colectivista o un pequeño propietario necesita dinero para una compra importante, hace su demanda a la hacienda local. Se calcula entonces, en base a una apreciación hecha por dos delegados colectivistas y dos individualistas, el valor de lo que -en el plazo propuesto para el reembolso- el solicitante podrá obtener con su trabajo, teniéndose en cuenta las dificultades naturales siempre previsibles. Se examinan también los gastos medios correspondientes a tres meses, y de acuerdo a este cómputo de datos, es abierta una cuenta corriente, naturalmente sin interés.
 
Esta práctica da mayor soltura a la vida material de los colectivistas. Pero cuando de éstos se trata, la colectividad profesional a la que pertenecen es solidariamente responsable y garantiza el reembolso. Si se producen dificultades imprevistas, se acuerda un nuevo plazo al interesado. Hasta ahora el sistema ha funcionado satisfactoriamente.
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Sería sorprendente que la organización sanitaria hubiera sido descuidada. En los establecimientos públicos, en sus consultorios, o a domicilio, dos médicos de los tres aquí residentes han aceptado ejercer su profesión de acuerdo con el municipio. Así las actividades médicas están colectivizadas casi por completo. El hospital ha adquirido mayor importancia: antes contenía 20 camas, ahora, después de los trabajos consiguientes, contiene 100. El dispensario, que estaba en construcción, ha sido rápidamente terminado, y sirve para los cuidados urgentes y la pequeña cirugía. Las dos farmacias también han entrado en el nuevo sistema.
 
Todo esto es completado o acompañado por un aumento intenso de la higiene pública. Hemos dicho que los establos y las cuadras han sido reorganizados fuera de Fraga, donde una vaquería, especialmente construida, abriga ahora a 90 vacas. Y -cosa que no había podido realizarse hasta el presente- el hospital dispone de agua corriente, que dentro de muy poco estará también a disposición de todos los habitantes.
 
Todas estas realizaciones forman parte del programa de obras públicas según el cual las carreteras han sido mejoradas y se les han plantado árboles en un largo trecho. Gracias a la superioridad de la organización general colectiva se dispone ahora de trabajadores especializados en esta clase de trabajos, por haberse vuelto innecesarios los trabajos que ayer ejercían. Jamás el municipio a estilo tradicional hubiera podido hacer frente a tales gastos.
 
Las ventajas de la economía socializada aparecen en muchos otros casos. La escasez de agua y los problemas nacidos de su utilización han provocado en España la formación de numerosas «comunidades de regante», constituidas para utilizar equitativamente el líquido, tan escaso en tantas partes del país. Los problemas, los litigios causados por la difícil distribución han dado lugar, en Valencia, a la organización del famoso «Tribunal de las Aguas», que se reúne todos los jueves para resolver, sin intervención de las autoridades ni de la justicia oficial, los casos que le son expuestos.
 
Pero tales litigios desaparecen cuando los hombres no necesitan oponerse unos a otros para subsistir, o cuando no les domina la voluntad de enriquecerse a cualquier precio.
 
En la región de Fraga, la nueva organización de la vida ha provocado la disolución de 15 «comunidades de regantes», que cubrían la jurisdicción de cinco pueblos. La moral de la solidaridad ha causado este milagro. La práctica tradicional ha sido sustituida por una administración colectivista única, que coordina la distribución del agua, y que ahora se proyecta para canalizar y utilizar mejor el agua, particularmente la del río Cinca, obras que los pueblos no podrían realizar por separado.
 
Como en las otras partes colectivizadas, la solidaridad se ha extendido ilimitadamente. Noventa familias cuyos miembros, por razones diversas -enfermedad, fallecimiento del hombre, etc.- estaban condenadas a la miseria en una sociedad individualista, reciben el «crédito» establecido para todos. Las familias de los milicianos son sostenidas en la misma forma. Y una última realización ha venido a completar esta práctica del apoyo mutuo.
 
Había en Fraga -venidos de pueblos más pequeños y más pobres- ancianos, hombres y mujeres abandonados por todos, testimonio doloroso de una sociedad en la que la desgracia constituye un elemento permanente. Para éstos se ha organizado la Casa de los Ancianos. El día de mi visita sumaban 32 hombres y mujeres, de rostro arrugado, manos sarmentosas, cuerpo doblado por la edad y por el desgaste de una vida penosa. Con todo, el ambiente era cordial, amistoso; me senté en el comedor para conversar mejor con ellos, mientras en la chimenea un fuego de leña chisporroteaba alegremente.
 
Tres mujeres les atendían, dos de las cuales eran antiguas monjas. Después de haber visitado los pequeños dormitorios visiblemente bien cuidados, hablé con los huéspedes tan maltratados por el destino. Eran escépticos en cuanto al porvenir. Quien ha conocido la desgracia largo tiempo no puede creer en la prolongación de una mejora, incluso si ésta es relativa, y ellos opinaban que todo se perdería un día, sea por el triunfo de los fascistas, sea por el del Gobierno republicano, y en mi fuero interno comprendía su escepticismo. Pero debía procurar infundirles confianza, y me esforcé por alentar su esperanza. Entre otras cosas, les pregunté si estaban satisfechos del trato que recibían. Y uno de los hombres me resumió la opinión de todos con la concisión tan aragonesa que recomendaba Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno»; «No podemos quejarnos ni por el comer, ni por el beber, ni por el dormir, ni por el afecto».
 
¿Qué más decir?
 
 
BINÉFAR
 
Por su espíritu creador y su dinamismo, Binéfar era probablemente el centro más importante de colectivización de la provincia de Huesca. La capacidad de sus militantes había hecho que fuera erigida en cabeza de una comarca de 32 pueblos. Ya hemos mencionado que fue en Binéfar donde había tenido lugar la primera reunión de delegados de colectividades en que se decidió la convocación del Congreso de Caspe.
 
De los 32 pueblos, 28 estaban casi integralmente colectivizados; Esplus lo estaba por completo, lo mismo que los 500 habitantes de Balcarca y 1.500 sobre 2.000 de Alcampel et Peralta de la Sal, y 491 sobre 500 de Algayón. En Binéfar, 700 familias sobre 800 habían ingresado en la sociedad nueva.
 
La décima parte de los 5.000 habitantes trabajaba en pequeñas industrias que tanto para la localidad como para la comarca producían harina, vestidos varios, calzado, fundición, pequeñas piezas de mecánica, o reparaban aperos agrícolas. Pero no por ser débil la proporción de los trabajadores industriales lo era el movimiento social.
 
El Sindicato de Oficios Varios fue fundado en 1917. Conoció las peripecias que hemos visto en otras partes: persecuciones, cierres prolongados, condenas y deportación de militantes. Con todo, durante los dos primeros años de la República, el número de adherentes alcanzó la cifra de 600 sobre un total de 800. La mayor parte eran jornaleros campesinos cuyo nivel de vida era poco envidiable. La desigualdad social explica esta situación.
 
Pues sobre 2.000 hectáreas de tierra cultivable, la gran propiedad poseía 1.200. El resto estaba dividido en pequeñas parcelas. Casi todas las familias poseían una, pero un centenar solamente obtenía bastantes productos como para vivir. El mayor número de hombres y mujeres debían trabajar la tierra de los ricos.
 
Nuestras fuerzas estaban aún desarticuladas por una represión reciente cuando -a mediados de julio- el peligro fascista apareció inminente. Las autoridades locales pertenecían al Frente Popular, donde los comunistas eran ínfima minoría. No querían al fascismo, pero como casi todos los demócratas, eran incapaces de luchar para impedir su triunfo. Afortunadamente, los militantes de la CNT y de la FAI tomaron, como otras veces, la iniciativa de la resistencia. Y a propuesta suya fue constituido el día 18 de julio un comité revolucionario donde eran mayoría, y que llegaron a integrar dos miembros del Frente Popular.
 
La Guardia Civil no se atrevió a entablar inmediatamente el combate. Junto con los elementos fascistas y los principales reaccionarios del lugar, se atrincheró en sus cuarteles. Pero el día 20 de julio, después de inútiles negociaciones, los antifranquistas tomaron el cuartel por asalto, y después de una inevitable tragedia, nuestros compañeros partieron hacia otros pueblos para hacer frente a los atacantes.
 
Lo cual no impidió que se tomaran, en Binéfar, medidas necesarias para asegurar la vida de todos. Las mieses se desecaban en los campos de los grandes propietarios que habían huido a Huesca. El Comité Revolucionario se incautó de las máquinas segadoras y trilladoras. Los asalariados que habían trabajado la tierra por cuenta de los ricos decidieron seguir trabajándola por cuenta de todos. Los grupos de productores se constituyeron como en otras partes; también como en otras partes fueron nombrados delegados de grupos, que al principio se reunían todas las noches para coordinar sus esfuerzos, llegando luego a reunirse semanalmente cuando los trabajos estaban debidamente encaminados.
 
Una vez guardada la cosecha y socializada la tierra, se socializaron las industrias. Después de ellas le llegó el turno al comercio. La colectivización empezaba y se extendía en casi toda la comarca. Este estado de cosas y de los espíritus explica por qué fue en Binéfar donde el 15 de septiembre tuvo lugar un congreso regional de los miembros de la CNT y de la UGT. Los delegados de la CNT eran 500; los de la UGT, 12. Se acordó por unanimidad continuar la colectivización, y, como hemos mencionado anteriormente, celebrar en Caspe un congreso constitutivo de la Federación Aragonesa de Colectividades.
 
En ese mismo mes de septiembre se constituyó orgánica y oficialmente la Colectividad de Binéfar. He aquí el Reglamento adoptado por la asamblea general de todos los habitantes que fueron convocados al efecto; lo reproducimos tal como fue redactado:
 
 
DESENVOLVIMIENTO DE LA COLECTIVIDAD DE BINÉFAR (HUASCA)
 
Desenvolvimiento del trabajo.
 
1º.   El trabajo se desarrollará por grupos de diez personas, y se nombrará un delegado por cada grupo. Este delegado tendrá la misión de ordenar el trabajo con la armonía de todos, quedando autorizado para aplicar las sanciones que en las asambleas se acuerden.
 
2º.   Estos delegados estarán obligados a presentar parte diario de su trabajo desarrollado, a la Comisión de Agricultura.
 
3º.   El horario del trabajo será determinado por las circunstancias.
 
4º.   En asamblea general se nombrará un Comité Central que estará compuesto de un miembro de cada ramo y mensualmente se dará cuenta del consumo de la producción, así como de las gestiones hechas con el interior y con el exterior. Esta asamblea nombrará también una comisión técnica o asesora para el mejor desenvolvimiento de la misma.
 
5º.   Todos los miembros llamados a regir los destinos de la colectividad serán nombrados en asamblea general de colectivistas.
 
6º.   A todo individuo que entre en la colectividad se le dará un inventario de sus bienes que aporte a ella.
 
7º.   Todos los miembros de la colectividad tendrán los mismos derechos y los mismos deberes, y no podrá obligárseles a que entren dentro de determinada central sindical, siempre y cuando acaten plenamente los acuerdos por los que la colectividad se rija.
 
8º.   De los fondos que queden en la colectividad no podrá hacerse ningún reparto, pasando a ser únicamente patrimonio de la colectividad para ser disfrutados todos en común, de forma que la alimentación queda por ahora racionada, y teniendo la precaución de dejar un remanente para un mal año agrícola.
 
9º.   Cuando las circunstancias lo exijan, tal como la realización de faenas del campo urgentes y demás, la colectividad podrá optar para hacer trabajar a aquellas compañeras que tenga por conveniente en dichas faenas propias de las mujeres, y deberá llevar un control riguroso para que éstas, en la medida de sus fuerzas, se sumen a la producción que les concierna.
 
10º.Para los efectos de dar entrada al trabajo a los jóvenes, se tendrá en cuenta que éstos deben entrar a trabajar a los quince años. En aquellas faenas mayores, a los dieciséis años.
 
11º.Para los efectos de administración de la colectividad y cambio de comisión administradora, las asambleas determinarán lo que hay que hacer.
 
Todo lo que precede se refiere especialmente a los problemas del trabajo y de la organización del trabajo, de la producción y de la organización de la producción. Pero se tomaron también acuerdos sobre el problema del consumo, es decir, del reparto, de los derechos individuales de existencia y de la forma en que podían ser satisfechos estos derechos. Todo lo cual está especificado en otros acuerdos tan importantes como los primeros y a los cuales se dio por título:
 
 
ESTRUCTURACIÓN DE LA VIDA DE LA COMUNIDAD DE BINÉFAR
 
Esta comunidad está formada por casi todo el pueblo, donde se trabaja tanto en la tierra, tejidos, fundición, etc. En el asunto de la agricultura -la que más rendimiento ha de dar en su día a la nueva vida de la comunidad- van todos los compañeros controlados por un delegado de tajo por cada sección, o partida, con el fin de que pueda llevarse toda la obra de trabajo controlado por los mismos delegados, y éstos al final de cada día y reunidos en la sección de Agricultura cambian impresiones entre sí y ven en la forma que más conviene seguir llevando el trabajo con el solo fin de ver con el menor esfuerzo sacarle a la tierra el mayor rendimiento posible.
 
Las demás profesiones tienen también su delegado, el cual lleva las altas y bajas en el trabajo, así como en la producción que en cada taller se hace, siendo también de su incumbencia llevar un registro de entradas y salidas con su correspondiente libro de mercaderías. Todos estos delegados tienen para poder hacer operaciones de alguna cuantía, el visto bueno de la junta administrativa, la cual está compuesta por cuatro compañeros competentes de los pertenecientes a la comunidad, los cuales, y una vez expuestas las razones del delegado peticionario, van a la aprobación si conviene, o denegación de lo solicitado por el compañero delegado, si no ven la conveniencia para toda la comunidad.
 
En el asunto económico, la comunidad tiene un departamento designado Administración Comunal donde van centralizadas todas las operaciones de la comunidad, el pago de los comunizados, y así también la facilidad de proveer a los individualistas (pequeños propietarios) de los artículos que ellos necesitan, y que aun por mediación de sus productos no pueden traerse de otras partes por las dificultades con que se encuentran. A éstos se les da una libreta en la cual se les anota todos los productos que traen a la comunidad, y con el valor de su importe pueden abastecerse en la cooperativa única así como en las demás industrias con que esta comunidad cuenta.
 
Todos estos delegados son compañeros responsables y elegidos por los demás compañeros, en asamblea general, teniendo la confianza de todos los comunizados.
 
Con arreglo al número de familias se da el importe semanal que es el siguiente:
 
Un individuo solo y sin familia en la localidad cobra 24 pesetas semanales. Un matrimonio cobra por semana 30, con un hijo menor de diez años, 33. Una familia compuesta por tres personas mayores y dos pequeños cobra 45 pesetas semanales, siempre que de los tres mayores no produzca más que uno. Además tienen el pan en libre consumo, así también el aceite, farmacia y médico gratis, teniendo en cuenta que no paga vivienda, y que los géneros[56]hasta la fecha y aunque en algunos a la comunidad cuestan con un tanto por ciento mayor, a los comunizados se les vende casi en las mismas condiciones que antes de la sublevación.
 
Los sueldos anteriormente señalados son pagados en bonos, moneda de la comunidad, no teniendo por tanto ningún comunizado que añorar el dinero (fracción pesetas), ya que con los bonos puede atender a todas las necesidades de sus familiares.
 
A pesar del desagrado que pueden causar en la lectura ciertas repeticiones, las hemos creído útil para que quien se interese pueda cerciorarse mejor de la estructura y del funcionamiento de una colectividad agraria. Y falta mucho por decir, pues aquí sólo se nos han dado las líneas generales. Como lo constataremos, la obra constructiva se extiende a la enseñanza, a la sanidad, a todos los servicios públicos.
 
Por otra parte, el sindicato es insuficiente, pues no abarca sino una fracción de la población: la de los productores, que son minoría (y también sería insuficiente si fueran mayoría); en cuanto al Municipio, pertenece a otra época. La colectividad es el órgano más típico de la revolución campesina española y que engloba los aspectos de la vida social.
 
Porque ya no se trata de luchar contra el patrono, de conquistar reformas, de mejorar las condiciones de trabajo en el régimen del asalariado: este régimen ha desaparecido. Se trata de asegurar la producción, de sustituir a los organizadores tradicionales. Es preciso dirigir la economía según las necesidades locales directas y las del intercambio. Producción y disfrute de los bienes, trabajo y reparto se condicionan recíprocamente. Y el modo de reparto, así como los conceptos moralesque le guían, dirigen y determinan la orientación del trabajo. Todo es solidario. Las secciones de producción son los rodajes de un vasto mecanismo integrado al servicio de la población entera: hombres, jóvenes o viejos, válidos o inválidos, mujeres que trabajan o no, niños, enfermos, etc.
 
Este espíritu de solidaridad se encuentra igualmente en las relaciones entre las diferentes partes del mecanismo de conjunto. Ha desaparecido el espíritu corporativista, lo mismo que las rivalidades de oficios o de especialización de trabajo. La colectividad es un conglomerado humanoy fraterno. Industria y agricultura constituyen una caja común, las secciones de productores practican el apoyo mutuo. Administrativamente una comisión especial compuesta por un presidente -que coordina las actividades-, un tesorero, un secretario y dos vocales, es encargada de comprobar la contabilidad general, procediendo de tal modo que llevan separadamente las cuentas de cada sección especializada, como hemos visto en Graus. Además, dos camaradas están en contacto permanente con los delegados de los grupos y son los encargados de comprobar el trabajo y sus resultados.
 
Las secciones profesionales (metalúrgicos, albañiles, labradores, etc.) se reúnen separadamente para estudiar sus problemas, decidir qué trabajos deben llevarse a cabo, qué actividades emprenden, qué modificaciones introducir en los planes elaborados. Por otra parte, y en caso de necesidad, la comisión administrativa los convoca, o convoca a sus delegados para examinar lo que corresponda.
 
Binéfar ha aplicado las normas generalmente adoptadas sin acuerdos previos, como una realización espontánea de carácter casi biológico.[57]Los pequeños talleres han sido centralizados en grandes unidades mejor organizadas. Sólo existe ahora unafábrica para la confección de los vestidos masculinos, unamplio taller para la fabricación de calzado. En cuanto a la agricultura, las superficies sembradas de trigo han sido aumentadas en un 30%, sin reducir los otros cultivos, y en toda la comarca se habría cosechado 70.000 toneladas de remolacha azucarera en lugar de las 40.000 de otros años si el tiempo hubiera sido propicio.
 
Ante las enseñanzas de la experiencia se han modificado, al cabo de algunos meses, la constitución de los grupos agrícolas y la organización de su trabajo. El territorio ha sido dividido en siete zonas, cada una constituyendo una unidad, con sus almacenes, talleres, etc., y un centenar de trabajadores.
 
Por otra parte, y según la ley de solidaridad, siempre presente, se apela, cuando la situación lo requiere, a los trabajadores industriales, e incluso a los empleados, sin que estos últimos puedan negarse, según resolución tomada en asamblea, para ayudar a los trabajadores de la tierra. Durante la cosecha de julio de 1937, los mismos sastres participaron en el esfuerzo común.
 
Para estos casos de movilización, se han confeccionado listas según las calles de Binéfar, con estipulación de las mujeres casadas y de las solteras. Sólo en casos excepcionales se apela a las primeras -que generalmente tienen hijos-. Normalmente, las solteras son convocadas por medio del pregonero, que va, de calle en plaza, a leer la lista de las que son requeridas, por turno.
 
Visiblemente, este trabajo no es pesado. En pleno verano, para sembrar las remolachas, los grupos de muchachas se reunían tempranito por la mañana, y partían cantando.
 
El delegado de cada grupo o sección industrial toma nota diariamente, en el grupo de productores colectivistas, de la asistencia al trabajo. Las infracciones, si las hubiera, serían pronto descubiertas.
 
Existen almacenes comunales para el reparto: uno para el vino, otro para el pan, otro para el aceite, otro para los productos de ultramar, otro para los productos de mercería y los tejidos. Agreguemos tres lecherías comunales, tres carnicerías, un almacén de ferretería, uno de muebles en el cual se centraliza la producción de los talleres.
 
Como centro comarcal escogido por su situación y sus medios de comunicación (debemos agregar el dinamismo, nada despreciable, de sus militantes), Binéfar coordina y centraliza los intercambios entre los 32 pueblos de la comarca. Entre el mes de octubre y el de diciembre de 1936 hubo un intercambio con las colectividades de Cataluña y Aragón del orden de los cinco millones de pesetas oro. El valor del azúcar almacenado se elevaba a 800.000 pesetas, el del aceite a 700.000 pesetas, sin contar los productos menos importantes. El teléfono y la electricidad habían sido instalados en todos los pueblos, sin preocuparse si se beneficiaban o no los individualistas.
 
Sin embargo, lo que antecede no refleja la realidad en forma suficiente, pues existían aspectos negativos causados por la situación. A menudo faltaba la carne en Binéfar, y a veces hasta faltaban patatas. Pues tropezamos aquí, una vez más, con los inconvenientes de la guerra. En el frente de Aragón, las milicias olvidadas -voluntariamente- por el Gobierno carecían de abastecimiento, lo mismo que de armas y municiones. Binéfar daba lo que podía, lo que poseía. Durante meses ha enviado al frente, semanalmente, 30 y 40 toneladas de víveres. La comarca entera dio, en una sola vez, 340 toneladas de alimentos para Madrid. En un solo día fue entregado aceite a tres columnas de milicianos -la columna Ascaso, la columna Durruti, la columna Ortiz- por valor de 36.000 pesetas oro.
 
He aquí, a este respecto, una anécdota característica:
 
En julio de 1937 asistíamos a un pleno al que habían acudido delegados de todos los pueblos de la comarca. Se planteó un problema grave. Estábamos en vísperas de la cosecha, y se carecía de sacos, de cuerda para atarlos, de bencina para el transporte y de algunos otros elementos propios de tales trabajos, todo lo cual debía ser comprado por la federación comarcal y distribuido a los pueblos de acuerdo a sus necesidades; esto representaba un valor de varias decenas de millares de pesetas. Para procurarse esta cantidad era preciso vender o intercambiar aceite y diversos productos comestibles, de que se privaría a los milicianos.
 
Pues bien: nadie, absolutamente nadie, propuso hacerlo. Por unanimidad, sin la menor discusión, la asamblea declaró que debía encontrarse otra solución. Se acabó por decidir el envío de una delegación al Gobierno de Valencia, misión destinada al fracaso porque a todas luces la mayoría ministerial especulaba sobre el sabotaje de las tropas de Aragón para empujar a los milicianos a saquear las colectividades.
 
Entonces el autor de este libro envió a Solidaridad Obrera, nuestro diario de Barcelona, un llamamiento dirigido a los milicianos explicándoles la situación, recordándoles el esfuerzo solidario de las colectividades. El llamamiento fue escuchado, los milicianos enviaron dinero, y así se salvó la cosecha.
 
Estos hechos explican la escasez de ciertos productos que un periodista puede registrar al pasar por Binéfar. Sobre todo si se tiene en cuenta que 500 milicianos son hospedados en permanencia.
 
La práctica de la solidaridad ofrece otros aspectos. Binéfar ha desarrollado la asistencia sanitaria. Uno de los médicos, instalado desde algún tiempo, se ha pronunciado por la CNT, y en un congreso regional ha decidido a la mayoría de sus colegas aragoneses a imitarle. Luego se ha puesto, sin esperar, al servicio de la población. Y se ha completado la asistencia médica, y el suministro gratuito de medicamentos, construyendo, fuera de la localidad, en un lugar que ofrece las condiciones más favorables, un pequeño hospital gracias al aporte en materiales y en dinero de todas las colectividades de la comarca.
 
A principios de abril de 1937, unas 40 camas estaban ya instaladas. Un excelente cirujano catalán había acudido para ayudar al iniciador. En Barcelona fueron adquiridos numerosos aparatos. En pocos meses se poseían instrumentos de cirugía, obstetricia y traumatología en cantidad suficiente para empezar. Un servicio de rayos ultravioleta permitía cuidar a los niños débiles. Se organizó un laboratorio para análisis, una sección especialmente construida para la medicina general, otra para las enfermedades venéreas -el frente estaba cerca-, una sección para profilaxis y otra para ginecología.
 
Hasta entonces, el nacimiento de los niños había sido confiado a las unidades de parteras casi siempre improvisadas, sin medios técnicos para los casos difíciles; y por otra parte, los campesinos ignoraban la higiene. El cirujano catalán empezó por hacer, cerca de sus compañeros instalados en los otros pueblos, una campaña para que las mujeres a punto de dar a luz fueran enviadas al hospital, donde serían mejor cuidadas, lo mismo que el niño, al que no le faltaría el control médico.
 
Ha sido organizado un servicio de consultas y diariamente acuden a él enfermos para ser atendidos.
 
Aparte, una minoría del 5%, los pequeños propietarios que tenían una existencia llevadera antes de la revolución, han mantenido su modo de vida. En toda la comarca se les respeta, a condición de que no conserven más tierra de la que pueden cultivar. En la libreta especial que les ha facilitado la sección de intercambios figura el Debe y el Haber, la cantidad y el valor de los productos entregados y recibidos. Lo cual permite conocer exactamente cuáles son sus posibilidades económicas. Por lo demás, no pueden consumir más de lo que está asignado para todos; no se trata aquí de una medida compulsiva especial, puesto que tienen derecho a tomar parte en las asambleas donde el racionamiento ha sido establecido. Señalemos que se les acuerda, en Binéfar como en casi todas partes, el derecho de utilizar el material técnico de trabajo de la colectividad.
 
Entre las obras de saneamiento que han sido realizadas figuran las cuadras colectivas, siempre establecidas fuera de la población, y la desecación de una barranca pantanosa que se extendía sobre unas 20 hectáreas. Esta barranca pertenecía a gran número de pequeños propietarios, cada uno de los cuales poseía una parcela; pero la falta de recursos monetarios y técnicos les impedía emprender los trabajos requeridos para ponerla en cultivo. La colectividad ha drenado, desecado, nivelado; y ahora los rendimientos sobrepasan los obtenidos anteriormente en las tierras cultivadas.
 
Sin embargo, reconozcamos que la perfecta conciencia no se encuentra siempre en todos los que componen la población colectivizada. También puede toparse de cuando en cuando con las imperfecciones humanas y con el hábito del egoísmo, fruto de siglos de lucha por la vida.
 
Recordamos una discusión que tuvimos ocasión de escuchar, precisamente en Binéfar, mientras escribíamos y pasábamos en limpio nuestras notas. Era en una casa donde al lado de la habitación en que nos hallábamos el compañero encargado de ocuparse de los problemas de alojamiento discutía con una mujer de unos cincuenta años. Esta pedía un domicilio nuevo. Para justificar su pedido, aducía sus razones:
 
Mi nuera se ha vuelto imposible, no puedo entenderme con ella.
 
El compañero, un mozo joven llamado Turmo, genio de león y alma de niño, se debatía con voz tonante contra la solicitante, que, muy ladina, conservaba su calma.
 
Mujer, no tenemos casas, ¿y cómo has podido vivir con ella hasta ahora?
 
Es que ella ha cambiado, ahora se ha hecho insoportable.
 
No obteniendo nada, la mujer acabó por retirarse refunfuñando. Me acerqué entonces y pregunté a Turmo por qué no satisfacía aquel pedido. Me explicó que siendo la proporción de los salarios más elevada por individuo, entonces, en casos en que el número de personas es reducido, ciertas familias querían desdoblarse a fin de cobrar más, incluso siendo el cálculo falso. Empero no se tenían bastantes casas o pisos, y se tardaría mucho antes de comenzar a construir, pues faltaba mucha mano de obra, movilizada para la guerra.
 
Es un caso de poca monta. Hay otros; los organizadores de las colectividades deben zanjarlos bien con serenidad y buen humor, y es imposible no experimentar un sentimiento de admiración para estos hombres abnegados que, constructores esforzados, han hecho las cosas con tanta rapidez y tanto acierto. Porque en Binéfar, como en el conjunto de las colectividades aragonesas, ningún rodaje de la organización general ha fallado, ni en los talleres, ni en el sistema de distribución, ni en los trabajos agrícolas. Muchas veces he recorrido el camino que va de Tamarite a este pueblo. Un día, con un médico llegado también de Barcelona, íbamos en coche -que no era de lujo- por la carretera que unía los dos pueblos a lo largo de trigales, viñedos, olivares, donde las huertas y los vergeles alternaban con las mieses doradas. Yo mostraba a mi compañero recién llegado todos esos frutos del trabajo humano, diciéndole con orgullo: «Estos kilómetros de plantaciones, de cultivos, donde nada ha sido descuidado, pertenecen a la colectividad, son de la colectividad». Dos días después le mostraba, en Esplus, donde le había acompañado para la organización de su trabajo, otras plantaciones: de patatas, de alfalfa, de cereales. Y a lo largo de la carretera iba repitiendo con fervor: «Es de la colectividad, todo esto pertenece a la colectividad, ¡todo lo ha hecho la colectividad!» Pues sentía como si fuera un milagro esa primera creación de la revolución.
 
 
MAS DE LAS MATAS Y SU COMARCA
 
Al norte de la provincia de Teruel, Mas de las Matas, que cuenta con 2.300 habitantes, es el centro de una comarca compuesta por 19 pueblos. Los más importantes son Agua Viva, Mirambel (con 1.400 habitantes), La Ginebrosa (con 1.300). A principios de mayo de 1937 sólo seis poblaciones estaban socializadas integralmente; cuatro lo estaban casi por completo; cinco, a medias. Tres localidades se organizaban, y la última vacilaba aún.[58]
 
En esta comarca, la pequeña propiedad estaba muy difundida, lo que no favorecía la formación de sindicatos obreros y explica por qué las ideas anarquistas habían arraigado desde principios de siglo, a pesar de que la zona agraria esa relativamente rica gracias al regadío, mientras en parte de los otros pueblos privados de agua la vida era generalmente miserable. Las agrupaciones libertarias de Mas de las Matas actuaron casi sin interrupción y encontramos la última generación de sus componentes al frente de la organización colectiva del pueblo.
 
Con relación al conjunto de las poblaciones, la situación económica de nuestros compañeros era, sin embargo, la de privilegiados. Pero su revolución tenía, ante todo, un carácter moral, pues ponían a la justicia por encima de sus intereses personales. Son anarquistas cultos, modestos y sencillos. Su personalidad se revela a lo largo de la conversación, y en la obra que, modesta como ellos mismos, pero sólida, están realizando.
 
Bajo la Monarquía predominaban aquí las tendencias liberales. La República provocó algunos cambios, pero desencantó a la mayoría de la población, que se inclinó hacia la izquierda revolucionaria. Así fue cómo en el año 1932 apareció el primer sindicato de tendencia libertaria adherido a la CNT, y cómo, al año siguiente -en una intentona malograda-, fue proclamado el comunismo libertario. La Guardia Civil acabó en menos de dos días con este primer ensayo, y el sindicato fue clausurado hasta la víspera de las elecciones de febrero de 1936, lo cual no impidió que el ataque franquista no pudiera producirse en el mes de julio siguiente.
 
No hubo lucha, y no quedando fascismo, ni república, nuestros compañeros propusieron crear la Colectividad Agraria de Mas de las Matas. La iniciativa fue aceptada por unanimidad en una asamblea de carácter sindical. Pero no todos los propietarios estaban en el sindicato. Había que proceder con ellos en forma especial. Así se hizo, estableciéndose una lista de adhesiones voluntarias que, en quince días, reunión a 200 familias. Durante nuestra visita, este número se había elevado a 550 sobre las 600 que componían la totalidad. Los disconformes pertenecían a la UGT y practicaban la explotación individual.
 
La misma norma es observada en toda la comarca. Se puede adherir a la colectividad, o seguir trabajando individualmente el suelo que se posee. Las diferentes gradaciones de socialización realizadas en los distintos pueblos prueban que esta libertad es efectiva.
 
En ninguno de los pueblos de la comarca hay reglamentos ni estatutos de colectividades. Políticamente se aplica un concepto anarquista integral. Cada mes, la asamblea general de los colectivistas señala a la Comisión las normas a seguir. Nada de la rigidez de los códigos, sino la flexibilidad de la vida, y los acuerdos concretos sobre problemas también concretos.
 
No debe deducirse de esta característica que todo sea caótico. Nuestro recuerdo de Mas de las Matas nos hace evocar automáticamente la feliz Arcadia de la que hablaron los poetas. Todo era tranquilo, feliz, en el andar de las gentes, en el aspecto de las mujeres sentadas en la acera, tejiendo y conversando plácidamente delante de sus casas. Era lógico suponer que debajo de esta tranquilidad existía una buena organización de la vida. Analicémosla.
 
Se han constituido 32 grupos de trabajo, más o menos importantes, según las especializaciones agrícolas y las dimensiones de los campos más o menos limitados por el capricho de los montes. Cada grupo tiene a su cargo una zona de regadío y otra de secano. Se reparte así, equitativamente, lo agradable y lo menos agradable.
 
El regadío permite a los habitantes de Mas de las Matas obtener hortalizas y frutas. Menos afortunados, los otros pueblos no consiguen más que cereales, sobre todo trigo, y aceitunas. En cuanto al trabajo, está en todas las colectividades, en grupos con sus delegados; en la cumbre -si puede emplearse esta palabra- está la comisión administrativa. Y como los delegados de Mas de las Matas se reúnen semanalmente para decidir las labores por realizar, lo mismo hacen los delegados en los otros pueblos.
 
Todas las colectividades de la comarca coordinan de este modo sus esfuerzos.
 
En Mas de las Matas no fue posible aumentar la superficie cultivada. Las tierras de regadío lo estaban ya por completo. Pero parte de las tierras de secano, que hasta ahora habían sido destinadas para pastos, pueden ser utilizadas para la producción de cereales, quedando en las montañas bastantes prados naturales para el ganado; sin embargo, no se puede sembrar trigo, avena o maíz después de una primera roturación, y sólo procede ahora preparar las tierras para el año próximo. Treinta hectáreas han sido ya puestas en condiciones para estos fines.
 
Estos esfuerzos se intensificarán tan pronto los milicianos vuelvan del frente, y es de temer, me dicen mis compañeros, que dentro de dos años surja una grave dificultad: la de colocar el excedente de trigo. Pero… es difícil contrarrestar su entusiasmo, igual al que encuentro en todas partes.
 
Más fácil era intensificar la cría de ganado. El número de cabezas de carneros y ovejas aumentó en un 25%. El número de cerdas de reproducción ha pasado de 30 a 61; las vacas de leche, que eran 18, suman ahora 24 y son albergadas en un gran establo construido por la colectividad con cabida para 26. El número de cerdos es también mucho más elevado que antes, pero habiendo faltado tiempo para construir una porqueriza de grandes dimensiones, se compraron animales jóvenes en cantidad, distribuyéndolos a la población a razón de uno o dos por familia. Cuando se produzca la matanza, la carne será repartida y salada según las necesidades de cada hogar.
 
Empero la producción no está limitada a la agricultura y la ganadería. En este centro comarcal, lo mismo que en todos los centros más o menos importantes, se han desarrollado actividades diversas: albañilería, alpargatería, carnicería, sastrería, peluquería, panadería, etc. Cada una constituye una sección de la colectividad general y trabaja para todos.
 
Si una sección necesita arreglar o procurarse ciertas herramientas, se dirige por intermedio de su delegado a la comisión administrativa, que le entrega un vale para el delegado de los herreros donde se expone el trabajo requerido. El pedido es al mismo tiempo registrado en el libro de la sección metalurgia. Si una familia necesita muebles, se dirige también a la sección administrativa, que le entrega un vale para el delegado de los ebanistas. Sin este vale, que es al mismo tiempo una autorización, y un control del trabajo, éste no sería efectuado. Tal es la forma en que se registran las actividades de cada grupo de trabajo y los gastos de cada familia.
 
No se emplea el dinero ni la moneda local en ninguno de los pueblos de la comarca. Así se explica sin duda que la socialización del comercio haya sido uno de los primeros pasos. Pero no fue absoluta. Hemos encontrado dos tenderos obstinados, como velas que se apagan, en su aislamiento. Los almacenes comunales sustituyen en conjunto al antiguo modo de reparto.
 
Veamos más detalladamente la estructura de un pueblo colectivizado. Resulta difícil dar por escrito una impresión suficiente de este amplio movimiento, que completa la socialización agraria. En Mas de las Matas como en cada uno de los centenares de pueblos organizados colectivamente, la vista se posa sobre letreros donde sobre los colores generalmente rojo y negro y enmarcado con las iniciales CNT-FAI, se leen inscripciones como las que citamos al acaso de nuestros recuerdos: AlmacénComunal, CarniceríaComunal, Guarnicionería Colectiva, CarpinteríaColectiva, PanaderíaComunal, SastreríaColectiva, HerreríaComunal, FábricaColectivadeGalletas, etcétera.
 
Aquí tenemos el Almacén comunal de alimentación y de ferretería, de máquinas y otros objetos. Allí, el Depósito comarcal de abonos químicos, de cementoy otro almacén, muy bien abastecido, de tejidos y vestimenta. En la tienda de un antiguo fascista, cacique del pueblo, que ha desaparecido, se distribuyen ropas a los habitantes del lugar y a las colectividades de la comarca. He aquí la sección de abastecimiento en la cual se entrega a los individualistas los vales que solicitan, y donde se registra en un fichero el consumo de ropas hecho por cada familia.
 
En esta destilería se extrae alcohol y el ácido tartárico de orujo suministrado por varios pueblos, que constituyen conjuntamente la Comisión Administrativa de la fábrica. Esta comisión se reúne también periódicamente. Entramos en esta fábrica, y nos enseñan las nuevas instalaciones hechas para aumentar la fabricación de alcohol de noventa y seis grados, necesario para la medicina en los frentes.
 
En la sastrería, obreros y obreras cortan y cosen trajes para los camaradas de todas las colectividades de la comarca. Listos para la confección, los cortes están clasificados en los estantes. Cada uno tiene una etiqueta en la cual se ha anotado el nombre y las medidas correspondientes del interesado.
 
Las mujeres van a buscar la carne en un hermoso establecimiento revestido de mármol y de mosaico. El pan, que se cocinaba en casa, sin comodidad, dos veces por semana, es ahora amasado diariamente en las dos panaderías colectivas.
 
En el café, cada uno puede tomar dos tazas de malta, dos refrescos o dos gaseosas por día.
 
Visitemos las afueras del pueblo. Encontraremos los viveros donde dos millones de plantas hortícolas están preparadas esmeradamente por una familia que antes ganaba mucho dinero con esta producción comercializada, y que entró desde el principio en la colectividad. Las plantas serán trasplantadas en la huerta local o de otros pueblos.
 
En este taller de costura se confecciona ropa de mujer. Además las muchachas vienen de otros pueblos a aprender para más tarde coser su ropa y la de sus hijos.
 
Un letrero nos llama la atención. Leemos en él: «Librería Popular». Es una biblioteca pública en cuyos anaqueles están guardados seis, ocho, diez de los ejemplares de cada uno de los libros de sociología, de literatura, de divulgación científica que se cree útil poner al alcance de todos, incluso de los individualistas. En otros anaqueles, pero en número más crecido, se encuentran libros para niños, obras de texto de todas clases: historia, geografía, geometría, aritmética, gramática, libros de cuentos y narraciones, novelas, cuadernos y admirables colecciones de dibujos cuyos modelos están perfectamente graduados de acuerdo a las normas más recientes.
 
En esta colectividad general, cada sección trabaja para las otras; los esfuerzos se aúnan, el espíritu de solidaridad preside a todas las empresas. Sin embargo, se procura no matar la iniciativa individual, que por lo demás puede existir con fines que no sean la explotación ajena.[59]Esto atentaría demasiado contra el temperamento español en el que la voluntad personal y un profundo sentimiento del deber se amalgaman. Se ha dejado, pues, a cada familia un trozo de tierra en el que cada cual cultiva lo que prefiere. Medida que permite el libre consumo de hortalizas. Los otros alimentos son distribuidos según las reservas disponibles. Hombres, mujeres y niños reciben la misma cantidad estipulada por las asambleas de la colectividad y pueden, siempre en la medida permitida por las dificultades económicas que España atraviesa, cambiar libremente un alimento por otro. El racionamiento no es, por tanto, un reglamento estricto que obligue a tomar una cosa o a dejarla, sin compensación.
 
La proporción del consumo -alimento, vestido, calzado, etc.- estaba, en los primeros meses, señalada en una tarjeta familiar, pero después se acordó utilizar la libreta estándar adoptada por el Congreso de Caspe y editada por la Federación Regional de Colectividades.
 
Se limita también el suministro de vestimenta, de máquinas y otros bienes adquiridos en Cataluña. Pues aunque se tengan bastantes mercaderías para intercambiar, es preciso mantener el esfuerzo para sostener el frente. Lo cual no implica que se haya suprimido por completo la distribución de ropa. Para procurársela, los colectivistas reciben ciertos recursos, generalmente superiores a los anteriormente acostumbrados. Tomemos por ejemplo una familia compuesta de padre, madre, un hijo de seis a catorce años y otro menor de seis años. La cantidad que le es atribuida, en valor moneda, es de 215 pesetas: 75 para cada uno de los padres, 40 para el hijo mayor y 25 para el menor. ¿Cuántas familias campesinas de España pudieron gastar hasta el presente esta cantidad anual para la vestimenta? Y no se olvide que estos cálculos de base no impiden que se emplee la cantidad asignada según las preferencias de cada hogar.
 
El médico y el farmacéutico forman también parte de la colectividad, estando sus actividades al servicio de todos. Viven en las mismas condiciones que los demás, pero disponen de recursos especiales para poder continuar estudiando, adquiriendo publicaciones, revistas, libros, materiales de trabajo.
 
Además de la Biblioteca Pública, que presta libros a domicilio, existen la del Sindicato y la de las Juventudes Libertarías. La escuela es obligatoria hasta los catorce años. En un grupo de «masías» construidas en la montaña, ha sido instalada una escuela para 40 niños que hasta ahora no podían ir a clase. En Mas de las Matas, dos clases han sido habilitadas para recibir cada una 50 niños menores de siete años cuya educación preescolar ha sido confiada a dos muchachas que habían cursado antes, en no sabemos qué ciudad, estudios superiores. Esta innovación tiene también por objetivo libertar durante varias horas del día tanto a los hijos de las madres como a las madres de los hijos.
 
Los espectáculos públicos son gratuitos tanto para los colectivistas como para los individualistas.
 
Aun cuando el Concejo municipal haya sido reconstituido por orden expresa del Gobierno, en realidad la colectividad es el alma del pueblo. El mismo sindicato se ha convertido en un organismo casi inútil; en todo caso, ha sido desplazado por completo. En la estructura de la comarca predomina el nuevo organismo. Veamos ahora cuál es su funcionamiento general.
 
El comité comarcal que reside en Mas de las Matas fue nombrado por una asamblea de delegados de todas las colectividades. Tiene por misión coordinar los esfuerzos en la producción, organizar el trabajo a escala general cuando sea necesario, mantener las relaciones con las otras comarcas o regiones, dirigir los intercambios.
 
Según las normas establecidas en todo Aragón, ninguna colectividad puede comerciar por su cuenta; se procura así evitar la competencia inmoral y la centralización de las adquisiciones de productos que van a buscarse lejos, a las mismas fábricas, en mejores condiciones de calidad y precio. Esto permite al mismo tiempo intensificar las relaciones económicas con Cataluña y Levante.
 
Cada colectividad agraria comunica al comité comarcal la lista y la cantidad de productos excedentes de que dispone; cada una pide, al mismo tiempo, lo que necesita y tiene, en Mas de las Matas, un estado de cuentas donde se anota el doble movimiento de productos y bienes.
 
El comité central sabe exactamente cuáles son las reservas de aceite, vino, trigo, carne de los pueblos. Si uno de ellos no tiene bastante vino y lo pide, el comité se dirige al pueblo que puede procurárselo. Si otro quiere aceite, se le pone en contacto con el pueblo que está en condiciones de satisfacer a su demanda. En cambio, los pueblos que han pedido tales o cuales productos darán otros cuya equivalencia es calculada en pesetas, según los precios del momento. Por otra parte, si el pueblo que ha suministrado aceite no necesita el vino que se le ofrece, pide al comité otros artículos que éste le entrega, haciendo venir el vino a Mas de las Matas, donde lo mantiene en reserva, para cambiarlo más tarde, sea en la comarca, sea fuera de ella. En suma, el comité comarcal es el regulador de la distribución entre los pueblos.
 
Este sistema general de compensación se aplica sin la menor dificultad. El único inconveniente podría residir en las reminiscencias del espíritu capitalista y propietario según el cual un pueblo que atraviesa dificultades graves por circunstancias ajenas a su voluntad, deberá atravesar un período difícil más o menos largo. En ningún modo. Acaba de producirse un caso que ha puesto a prueba el sistema. Las posibilidades económicas de Seno y de La Ginebrosa fueron, este año, anuladas por una tormenta de granizo. Todo o casi todo fue arrasado. En régimen capitalista esto habría significado miseria y hambre, con emigración de los hombres a la ciudad. En un régimen donde la economía estricta domina sobre la solidaridad, las deudas y los empréstitos contraídos para hacer frente a la situación les habrían condenado durante años. En nuestro régimen de solidaridad libertaria, la dificultad se soluciona con la ayuda mutua, el aporte, el esfuerzo fraterno de todos. Todos los elementos necesarios para poder de nuevo sembrar, plantar y cosechar, y para vivir mientras vinieran los nuevos frutos de la tierra, han permitido resolver el problema sin hipotecas ruinosas que habrían comprometido el porvenir.
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Esta revolución moral merecería ser analizada más detenidamente, porque el mundo nuevo que se ha creado y que se sigue creando ha dado nacimiento a un espíritu que exalta los sentimientos más nobles que pueda albergar el corazón del hombre. Recordamos al respecto una anécdota que nos ocurrió precisamente en Mas de las Matas. Habíamos ido, un poco fuera de lugar, a visitar una piscina que los muchachos y las muchachas estaban construyendo en una hondonada, en uno de cuyos lados se erguía una casa particular y en el otro una elevación casi a pique del terreno. Abajo, se afanaban alegremente nuestros constructores, manejando el pico y la pala. Enfrente, en la parte alta que nos dominaba, existía un camino que no podíamos ver desde el lugar donde nos hallábamos, pero que adivinamos cuando vimos venir por él tres hombres, tres labradores calzando alpargatas, con la azada al hombro, andando con paso firme, sonrientes y seguros. Ellos también nos vieron, vieron a los muchachos de abajo y, siempre andando, levantaron la mano en signo amistoso saludándonos con voz fuerte, vibrante, por la convicción que parecía salir de su pecho: «¡Salud, compañeros!» Contestamos: «¡Salud, compañeros!», y lo mismo hicieron las voces juveniles de abajo. Esas dos palabras expresaban que todos éramos hermanos, que la confianza más plena existía entre nosotros, en cada uno de los hombres con relación a la sociedad, a sus semejantes; que había desaparecido lo que antaño oponía unos a otros, que no existían ya rivalidades, antagonismos, temor, hipocresía, envidia, engaños, malas artes. Que todos éramos verdaderamente hermanos… La pluma no puede expresar la vibrante sonoridad de esas seis sílabas: «¡sa-lud com-pa-ñe-ros!», tan llenas de un contenido nuevo, intenso, cálido, que resuenan siempre en mis oídos, con el fervor que guiaba a los constructores del mundo nuevo.
 
 
BALLOBAR
 
Las luchas sociales y las inquietudes sociales de Ballobar se remontan a muchos años. Bajo la Monarquía, la tendencia liberal triunfaba siempre. El republicanismo apareció hacia 1907. Durante ese año el pueblo, de acuerdo con los jefes locales de la oposición política, comenzó a construir un centro republicano -inaugurado cuatro años más tarde-, y que es hoy la sede del ateneo libertario. Pero, entre tanto, cierto cambio se había operado en la posición de muchos trabajadores. La Semana Trágica de Barcelona, a raíz de la cual fue fusilado Ferrer, demostró que las tendencias revolucionarias de los republicanos eran mucho menos enérgicas en la calle que en la tribuna. Un grupo se desprendió, encaminándose hacia la izquierda. Llegó hasta el anarquismo. La propaganda de nuestras ideas empezó teniendo por resultado principal la fundación de un sindicato que adhirió, en 1917, a la Confederación Nacional del Trabajo.
 
La represión que invadió a España mientras el general Martínez Anido dominaba en Barcelona llegó a Ballobar, y clausuró el sindicato cuatro años después de su fundación. Buen número de los militantes debieron huir y vivir en Francia o en otras partes durante varios años. Los trabajadores pudieron agruparse de nuevo en 1931. Acababa de ser proclamada la República. Los desheredados tenían alguna esperanza en la realidad de las libertades otorgadas por el nuevo régimen. Quedaron amargamente decepcionados. En ese mismo año, el sindicato fue nuevamente clausurado. Sólo pudo ser reabierto cuando el fascismo por un lado y la revolución por otro acabaron virtualmente con la República.
 
Pero los anarquistas que seguían en la población habían proseguido más o menos clandestinamente su propaganda. Como en tantos pueblos aragoneses que se encontraron en la misma situación, crearon un ateneo cultural donde se leía sobre todo libros revolucionarios. Este ateneo fue también transformado en un organismo de combate, en un sindicato disfrazado con 310 adherentes anotados en su registro y que contribuían regularmente.
 
El espíritu rebelde de Ballobar no se limitaba a esas actividades. La miseria reinaba en el conjunto de la población. La mitad de la tierra y de mejor calidad pertenecía al conde Plácido de la Cierva y Nuevo, que había estafado a la municipalidad. Según sus privilegios históricos, el conde tenía derecho de pasto sobre las tierras comunales, pero mediante la falsificación de los documentos y oportunas dádivas, llegó a ser su dueño absoluto. Unos 40 propietarios poseían la cuarta parte de la superficie; cierto número poseía de 15 a 20 hectáreas. Frente a este grupo, las tres cuartas partes del pueblo no poseían la octava parte del suelo.
 
La mayoría de la población debía trabajar por cuenta de los ricos, o como arrendatarios en pequeñas parcelas alquiladas por el conde. Esta situación no podía prolongarse indefinidamente; los desheredados más decididos se adueñaron de las tierras usurpadas, que en conjunto sólo habían sido utilizadas hasta entonces para pastoreo del ganado. Se empezó la labranza. La Guardia Civil intervino, como siempre, pero el pueblo apeló a los tribunales de Zaragoza, acusando al ladrón aristocrático de haber falsificado las escrituras que le daban el derecho de propiedad. Los jueces dieron razón al pueblo, pero el Tribunal Supremo de Madrid dio razón a Plácido de la Cierva, que conservó las tierras.
 
Sin embargo, no pudo explotarlas en provecho propio. El pueblo seguía trabajándolas, se compraban rebaños, se trabajaba en común, se cosechaba. Todo lo cual engendraba luchas terribles. La Guardia Civil recogía los rebaños y los conducía al pueblo, detenía en masa a los hombres y a las mujeres que se obstinaban en vivir; familias enteras fueron encarceladas hasta 50 veces en la prisión de Huesca o en la de Fraga. Los campesinos se empecinaron, y en el año 1927, el conde, vencido, vendió sus tierras al Estado, que a su vez las vendió a los campesinos con facilidades de pago, pero, faltos de recursos, éstos no pagaron, y la revolución les sorprendió en conflicto judicial con la autoridad gubernamental.
 
El 19 de julio se terminó con el pleito. Se empezó por recoger, bajo la responsabilidad del Comité Antifascista, las cosechas de los grandes propietarios. Luego se inició la adhesión voluntaria a la colectividad naciente. Sobre 435 familias, el grupo iniciador comprendió rápidamente 180. En mayo de 1937 sólo quedaban 55 individualistas, pero casi todos querían volver a la colectividad de la que, por demasiado irresolutos, se habían separado. Permanecieron fuera porque se resolvió no readmitirlos en el plazo de un año.
 
Estos individualistas arrepentidos no están disconformes con la obra de nuestros camaradas. Incluso aportan su ayuda voluntaria al trabajo común, y entregan sin dificultad a los almacenes municipales los productos de su tierra, pues no pretenden venderlos por su cuenta. Pero desconfían de la victoria final.
 
Como la de Mas de las Matas, la colectividad no tiene tampoco estatutos ni reglamento. Todos están de acuerdo con lo fundamental: trabajar en común, gozar en común de los productos del trabajo, apoyarse tanto como sea necesario para la felicidad de todos y de cada uno. Todas las resoluciones que se refieren a la vida social son tomadas en asambleas celebradas cada semana, sea en la plaza del pueblo, sea en el ateneo libertario. Los individualistas tienen derecho a participar en ellas tanto como los colectivistas. El pueblo entero señala las normas que deben seguirse, en todos los órdenes, porque la colectividad se ocupa de muchos problemas que normalmente desbordan el marco de sus actividades y entran en el del Municipio. Esto ocurre especialmente cuando hace falta suministrar aportes de los que el municipio carece, porque nadie le paga impuestos para el cumplimiento de sus funciones, mientras la colectividad saca naturalmente de sus recursos propios lo necesario.
 
Durante los primeros meses, el Comité Revolucionario se encargó de la administración en general. Pero cuando fue impartida por el Gobierno la orden de constituir el Concejo municipal, esta orden fue obedecida y el Comité Revolucionario disuelto. Estando separadas las funciones municipales y las funciones colectivistas, fue nombrada una comisión administrativa de la colectividad. Esta comisión se componía de 11 miembros: un delegado, de los sastres, otro de los carpinteros, otro de los metalúrgicos, otro de los criadores de ganado, dos encargados del control de las máquinas, dos de los aperos de labranza, dos para el reparto de las tierras de secano y de regadío y, por fin, un secretario. Menos este último, todos trabajan en sus respectivas ocupaciones profesionales; nombrados en una asamblea general, podían ser destituidos en cualquier momento.
 
Siete grupos de trabajadores especializados cultivan la huerta. Cada uno ha nombrado un delegado responsable. El número de grupos que cultivan la tierra de secano es inestable, como las características de su labor. Siempre en mayo de 1937, se elevaba a 14 el número de los que atendían los olivares y los viñedos, y preparaban la tierra para futuras siembras de cereales. Había además un grupo encargado de regar, de cortar la alfalfa y el pasto, trabajos menos duros que eran confiados a hombres menos robustos o de cierta edad.
 
Todas las noches, después de haber terminado su trabajo manual, los miembros de la Comisión Administrativa se reúnen para examinar y coordinar la marcha del trabajo y los distintos problemas, pequeños y grandes, de la vida colectiva. Los delegados de los grupos acuden a esas reuniones para pedir mayor número de trabajadores, elementos técnicos de trabajo, animales de tiro, etc., y la Comisión decide entonces el traslado de los elementos requeridos de acuerdo a las necesidades generales de la economía conducida según un plan general.
 
Las mujeres ayudan a las faenas del campo en los casos más apremiantes. Se les encarga de las tareas menos penosas. La superficie cultivada no ha variado, pues como todos los otros pueblos, Ballobar paga su tributo humano a la guerra. Pero no faltan mejoras en los métodos de trabajo, y si llueve bastante -estamos en Aragón- la producción de secano aumentará en forma apreciable. En el terreno de regadío el aumento es indudable. Los métodos de trabajo han sido perfeccionados. Antes, la tierra se trabajaba mal. Ciertos propietarios tenían más de lo que podían abarcar y no queriendo o no pudiendo cultivarla toda obtenían un rendimiento inferior al que se podía obtener. Por el contrario, otros no tenían bastante, y perdían parte de su tiempo y de sus energías sufriendo en silencio y envidiando a sus vecinos.
 
Ahora, la energía humana, animal y mecánica es utilizada en forma racional. Todo está cultivado con igual cuidado. La tierra producirá sin excepción alguna todo cuanto debía producir. Si la superficie cultivada no ha variado, en cambio el rendimiento por hectárea sea superior. También la producción global.
 
En la ganadería se criaba sobre todo carneros. Los grandes propietarios llegaban a tener mil cabezas cada uno. Desde que se habían adueñado de las tierras del conde de la Cierva, los pequeños campesinos tenían cada uno cuatro o seis cabezas. Ahora, las 7.500 cabezas de ganado lanar de la colectividad están distribuidas en rebaños de 300 a 400, cada uno de los cuales es entregado a dos pastores, y todos están repartidos ordenadamente en la montaña.
 
Se socializó el comercio tres meses después de haber empezado la revolución. Hubo que hacerlo por fuerza. El precio de las subsistencias y otros artículos subía continuamente, la especulación amenazaba. Todas las mercaderías fueron recogidas y almacenadas en un establecimiento municipal dividido en tres secciones: comestibles, tejidos, aceite y vino. El aceite, el vino, el azúcar y la carne están racionados. Todo lo demás se consume libremente, de acuerdo a la conciencia de cada uno. La lectura de las libretas de consumo, en las cuales figura la vestimenta, demuestra que hasta ahora la conciencia no ha sido una ilusión. Las mercaderías consumidas por una pareja del 14 al 28 de abril suman exactamente 11.75 pesetas, incluyendo el azúcar. Cada familia obtiene hortalizas para su consumo, en un trozo de tierra regada que cultiva los domingos y en el cual siembra y planta lo que prefiere.
 
Los gastos de cada uno y el valor de lo que entrega, si se trata de individualistas, son registrados. La falta de graneros bastante amplios para contener el trigo cosechado hace que cada familia guarde una parte y lo dé a medida que el consejero de abastecimiento lo pide para el consumo local o para el intercambio. Esta práctica del balance no supone un equilibrio forzoso, entre la producción de ayer y el consumo de hoy. Todos los habitantes tienen la misma posibilidad de consumir dentro de los mismos límites. Las familias que no tenían tierra y nada pudieron aportar gozan del mismo derecho que los demás a pedir y recibir productos, según lo que permitan las reservas generales.
 
Todos los esfuerzos han sido concentrados en la agricultura. La construcción de casas ha sido aplazada hasta el fin de la guerra, pero por ahora cinco albañiles se dedican a arreglar las existentes. Antes, para reparar una vivienda, construir una pared, o una habitación suplementaria, era preciso pasar por un aparato burocrático complicado, hacer gastos de papel sellado y esperar semanas o meses la autorización oficial. La colectividad obra con mayor rapidez. Manda simplemente a sus albañiles allí donde el trabajo es necesario. Administración directa. Desaparecieron las trabas oficiales que, por lo demás, ya no se justifican, pues nadie tiene interés en construir con materiales de mala calidad, nadie es indiferente a la estética del pueblo.
 
Los obreros que trabajan en las otras industrias locales han sido agrupados como los albañiles. Los carpinteros forman un solo grupo, los metalúrgicos también. Antes, cada uno trabajaba por su cuenta, disputando los clientes a su competidor, haciendo a mano lo que podía hacerse con máquina, produciendo dos o tres veces menos de lo que ahora produce.
 
El médico y el farmacéutico no quisieron ingresar en la colectividad. Adhieren a la Unión General de Trabajadores, y contrariamente a los médicos de Fraga (dos de los tres), de Binéfar, de Alcolea de Cinca, de Mas de las Matas, obedecen a las palabras de orden de su organización sindical que sabotea la socialización en nombre del socialismo. A pesar de todo, reciben cuanto necesitan para vivir, y si fueran solidarios con el pueblo obtendrían todos los elementos de cultura y trabajo necesarios para sus actividades. Su actitud perjudica a la medicina y a los enfermos.
 
Los campesinos anarquistas de Ballobar comprenden, tanto como los de todo el Aragón colectivizado, el valor de la cultura. Han instalado bibliotecas públicas y se han ocupado del problema de las escuelas. Antes había un maestro y tres maestras oficiales; hoy sólo queda una maestra. Los demás se encontraban viajando (era época de vacaciones cuando empezó la guerra civil) y han quedado en el territorio ocupado por los fascistas. Dos maestros fueron contratados en Barcelona, y reciben cuanto necesitan para procurarse el material pedagógico preciso. Un auxiliar elegido entre los jóvenes más instruidos del lugar trabaja con ellos, y todos los niños en edad escolar sin excepción acuden a la escuela hasta los catorce años.
 
Cumpliendo una resolución tomada en asamblea, la colectividad va incluso más lejos. Ha encargado a los maestros seleccionar los cuatro alumnos más inteligentes y mejor preparados para enviarles a Caspe, donde cursarán estudios secundarios. Naturalmente, los gastos corren por su cuenta.
 
En una situación tan preñada de dificultades y complicaciones, existen factores favorables y otros desfavorables con relación a los fines perseguidos. Uno de los factores adversos es la construcción de fortificaciones en diferentes zonas. El Estado paga a los trabajadores empleados diez pesetas moneda nacional al día. Los individuos más egoístas fueron atraídos, pues no afirmaremos que la interpretación del interés personal se haya modificado en todos los individuos sin excepción. Pero muy a menudo las colectividades, aunque necesitaran dinero para comprar en las ciudades tejidos, máquinas, animales de tiro, cerdos de cría (en Cataluña), se negaron a enviar hombres a las fortificaciones, o mandaron lo menos posible.
 
Con todo, cuando no hay más remedio que hacer concesiones para que la propia conciencia no pueda reprochar no haber participado en la construcción de medios de defensa contra las amenazas de invasión, deciden casi siempre que el dinero cobrado sea entregado a la caja común. Veinticinco hombres de Ballobar fueron designados para ir a trabajar a las fortificaciones, donde estuvieron cuatro meses. El dinero cobrado fue integralmente remitido por los que lo habían ganado.
 
 
ALCORISA
 
Al empezar este capítulo quiero hablarles de Jaime Segovia.
 
Quien conoce los apellidos más usuales entre las diferentes capas de la población española encontrará en ese nombre y apellido resonancia de rancia nobleza castellana. Jaime Segovia tiene[60]sangre de aristócrata. Incluso se leen en su rostro los signos de una raza en estado de extinción y agotamiento. Y para enriquecer su sangre, tanto como por adhesión al pueblo, ha tomado por compañera a una muchacha robusta y lozana de estirpe campesina.
 
A los veinticinco años se recibió de abogado. Aunque la fortuna de sus antepasados haya sido dividida, sus bienes se valoraban en medio millón de pesetas cuando estalló la revolución. Habría podido explotar sus bienes inmuebles y su título universitario, pero despreciaba una y otra cosa. Nuestros camaradas le parecieron ser los hombres que mejor interpretaban la verdad, y habiendo roto con las hipocresías mundanas, aprobando la vida moralmente sana y libre, se inclinó hacia ellos.
 
Constituía un escándalo para la gente encumbrada ver a ese hombre renegar de su clase, platicar amistosamente con los campesinos, con los revolucionarios del lugar, incluso colaborar en sus tareas. Pero Jaime Segovia quería ser feliz, lo que le era imposible sin estar en paz con su conciencia. No mentía a los demás ni se mentía a sí mismo. Y cuando la revolución se produjo, le aportó todos sus bienes y toda su energía.
 
Alcorisa tiene 4.000 habitantes y es el centro de una comarca de 19 aldeas, de las cuales 12 son importantes. La tierra es regularmente fértil, el agua permite un buen regadío. Este pueblo disfruta de una vida económica que podemos considerar privilegiada con relación a los restantes pueblos de la comarca. Aquí los pequeños propietarios eran numerosos y los grandes propietarios se hallaban esparcidos a cierta distancia. La industria -aceite, harina, jabón, fabricación de gaseosa y sulfuro- ocupaba solamente el 5% de los trabajadores.
 
Nuestro sindicato, el único que existía y que existe ahora, fue fundado en el año 1917. Conoció las mismas persecuciones que las vividas en otras publicaciones. Pero nuestros militantes no cejaron en la lucha. Y los resultados están a la vista.
 
Tomada por los fascistas en el momento de su ataque, la localidad fue reconquistada ocho días después gracias a una columna compuesta por compañeros que se reunieron en la montaña y que obligaron a la Guardia Civil y a los reaccionarios a huir hacia Teruel. Inmediatamente después, esa misma columna, en lugar de disolverse, se reforzó. De las aldeas más cercanas acudieron combatientes armados de revólveres, pistolas a menudo anacrónicas, escopetas de caza, algunas armas cogidas al enemigo y bombas grosera y apresuradamente preparadas. Sin conocimiento en materia militar, esos hombres partieron para combatir en otros frentes de Aragón a las fuerzas adversas, bien armadas, equipadas y disciplinadas. Así fue como la primera resistencia popular se organizó, como se contraatacó, se tuvo al fascismo a raya y se le hizo retroceder.
 
En Alcorisa y ante el peligro de un retorno ofensivo de los momentáneamente derrotados, fue necesario organizar los medios de defensa local, que comprendían a todas las fuerzas solidarias ante el mismo peligro. Nació inmediatamente un comité de lucha compuesto por diez miembros de la CNT, dos de la Izquierda Republicana, dos de la Alianza Republicana y dos de la FAI. Y al día siguiente de su formación se constituía sobre las mismas bases el Comité Central de Administración.
 
En cuanto a la vida económica de la población, este Comité podía escoger entre dos soluciones: dejar las cosas tal como habían ido hasta entonces, respetando el comercio individual, permitiendo a los comerciantes reaccionarios sabotear y amenazar en su estabilidad al régimen, manteniéndose así la desigualdad social reinante, o controlarlo todo, de modo que nadie careciera de alimentos, y que no se creara un desorden social de consecuencias inmediatamente negativas. Como en tantas otras partes, se escogió la segunda opción.
 
La «libertad» como sinónimo de desigualdad e injusticia fue suprimida. Se consideró que todas las familias debían tener la posibilidad de vivir decentemente. Por otra parte, una moneda cuyo valor estaba amenazado por los acontecimientos no se constituía como de firme poder adquisitivo,[61]viendo la inseguridad de la situación de otras regiones. Estas razones, robustecidas por el rechazo casi automático del dinero, hicieron que se editaran vales en el mismo lugar para todas las mercaderías.
 
Al mismo tiempo se planteaba, con una premura casi brutal, el problema de la cosecha. Quinientos hombres habían partido para el frente: dos circunstancias que crearon entre los habitantes un sentimiento de responsabilidad colectiva. No era posible salvar el trigo segándolo como antes, empleando la hoz, mientras dormían las máquinas en casa de los ricos. La asamblea de los agricultores, convocada al tercer día, decidió organizar 23 grupos para atender otras tantas zonas perfectamente delimitadas por las montañas y las características del suelo. El orden de empleo de las máquinas intervino también en ese reparto.
 
Cada zona nombró su delegado, y los delegados se reunieron para coordinar los esfuerzos. Y tres semanas después de la reconquista de Alcorisa, las 23 secciones improvisadas quedaron definitivamente constituidas como una división racional y metódica del territorio municipal. A las consideraciones mencionadas se había agregado la importancia numérica de los habitantes, su especialización agrícola, los aperos disponibles. Tal vez inspirados por una cierta videncia, se tendía a preparar una estructura definitiva para el porvenir.
 
El caso es que la colectividad quedó completamente constituida. Se redactaron y aprobaron los estatutos, de los cuales extractamos lo que nos parece más meduloso:
 
Bienes de propiedad. Los bienes muebles e inmuebles, así como las herramientas, las máquinas, el dinero y los créditos aportados por el Sindicato Único de Trabajadores, por el Concejo Municipal y por los adherentes a la colectividad constituirán sus bienes de propiedad.
 
Usufructo. La colectividad tendrá en usufructo los bienes que le serán entregados por el Concejo Municipal y por el Comité de Defensa, procedente de incautaciones provisorias, o porque por razones de edad, de enfermedad o de sexo, sus propietarios no puedan atenderlos en la forma debida.
 
Miembros de la colectividad. Todos los adherentes al sindicato único en el momento de construirse la colectividad serán considerados como miembros fundadores; todos los que adhieren más tarde al sindicato serán también miembros de la colectividad. Los que no son socios del sindicato y deseen entrar en la colectividad serán admitidos previa resolución de la asamblea. Toda solicitud de ingreso deberá ir acompañada por los antecedentes políticos y sociales, y la lista de los bienes del interesado.
 
Separación. Cualquier miembro de la colectividad podrá retirarse voluntariamente, pero la asamblea se reserva el derecho de opinar si la separación es o no justificada. Cuando no lo sea, el que se vaya no podrá llevarse los bienes que haya traído. Todo individuo expulsado pierde el derecho de reivindicar lo que ha aportado en el momento de su admisión.
 
Administración. La administración de la colectividad estará confiada a una comisión compuesta por cinco miembros: uno para abastos, uno para la agricultura, uno para el trabajo, uno para la instrucción pública, y un secretario general.
 
Esta comisión será nombrada por la asamblea general. Sólo podrán ser elegidos los que pertenezcan al sindicato, y en caso de no ser así, el sindicato deberá aprobar el nombramiento. La comisión obrará siempre de acuerdo con los principios de la CNT.
 
Asamblea general. La asamblea general es el verdadero órgano de la soberanía popular. Ella señala las orientaciones y resuelve en definitiva todos los problemas. Se reunirá mensualmente. Las resoluciones serán tomadas por la mitad más uno de los socios presentes. Las asambleas extraordinarias serán convocadas cuando la comisión administrativa lo juzgue necesario, o cuando un miembro de la colectividad lo pide; en este caso, la comisión decidirá si la petición está o no fundada. Si no lo encuentra así, deberá exponer en la asamblea siguiente los motivos de su actitud.
 
Derechos y deberes. Los miembros de la colectividad deberán contribuir con todas sus fuerzas y su capacidad a la obra común. Tendrán derecho de recibir todo lo que necesiten de acuerdo a los recursos de la colectividad.
 
Disolución. La colectividad no podrá disolverse mientras diez miembros de la CNT, residentes en Alcorisa, quieran sostenerla. En caso de disolución, sus bienes pasarán al sector socialmente más avanzado.
 
Desde luego, hallamos en este texto las resonancias de la formación jurídica de los dos abogados que intervinieron en la creación de la Colectividad de Alcorisa.[62]Pero si este contenido produce impresión por esta especialización, forzoso es reconocer y declarar que los reglamentos de las otras colectividades exponen más lisa y llanamente su modo de organización y funcionamiento.
 
Las asambleas generales debieron ir tomando las resoluciones por las cuales se rige la colectividad de Alcorisa. Ellas decidieron que los delegados de las 23 secciones se reunirían una vez por semana, a fin de combinar mejor la organización de la producción y de las interrelaciones; también decidieron las modalidades del reparto.
 
Este último punto no fue resuelto con facilidad. A este respecto, las soluciones halladas, de las que nos ocuparemos en el capítulo correspondiente, han respondido a los conceptos más o menos claros que predominaban y a los recursos económicos de cada lugar. Pero nos parece útil describir los tanteos de los camaradas de Alcorisa, pues son un ejemplo de los esfuerzos cumplidos en muchos lugares.
 
Se empezó, como hemos visto, por aplicar de lleno el comunismo libertario. Bastaba con que cada familia se presentara al Comité de Administración para que le fuera entregado un vale en el cual se ordenaba suministrar aceite, patatas, legumbres, azúcar, ropa, calzado, utensilios caseros, etc. Sólo se racionó la carne y el vino. Pero se observaron abusos perfectamente explicables por gente que hasta entonces había conocido tantas privaciones y que, de repente, podía disponer de todo a voluntad; el temor, también explicable, de que se volviera al antiguo estado de cosas incitaba también, sin duda a los más pobres de ayer, a tomar precauciones por un porvenir incierto.
 
Es entonces cuando nació la idea de ensayar, durante tres meses, una moneda local, que fue impresa exclusivamente para comprar ropa, calzado, utensilios caseros, café y tabaco. Un hombre podía procurarse el valor de una peseta diaria, una mujer 0.70 céntimos de peseta y un niño menor de catorce años 40 céntimos.
 
En cuanto a la alimentación, se estableció una ficha donde estaba estipulado lo que cada cual podía recibir de acuerdo a la mayor o menor abundancia de los artículos. He aquí la ración individual que se repartió hasta el primero de noviembre: azúcar, arroz, habichuelas, 40 gramos por día; conserva de tomate, 500 gramos semanales; fideos, 40 gramos semanales; pimientos, 500 gramos semanales; sal, 500 gramos mensuales; jabón, un kilo por mes; azul para la ropa, dos bolsas por mes; lejía, medio litro por mes; carne, 100 gramos diarios; pan, 500 gramos diarios; vino, medio litro también por día.
 
Con todo, esta solución sólo satisfacía a medias el espíritu libertario de nuestros camaradas e incluso el de los republicanos, que habían ingresado en su totalidad en la CNT después de haber disuelto las secciones políticas que respondían a un régimen social ya desaparecido. Era demasiado rígida, imponiendo el consumo de lo que se indicaba, lo cual implicaba una cierta coerción muy poco de acuerdo con el respeto de la libertad individual sin la cual no hay libertad colectiva.
 
Empero los orientadores de la colectividad querían evitar a toda costa el retorno a la moneda al mismo tiempo que un racionamiento excesivamente estricto. Buscaron una solución inédita y hallaron el sistema de los puntos.
 
Este sistema consiste en atribuir a cada uno de los artículos de consumo y de acuerdo a la ración considerada, un número correspondiente de puntos. Se calculó que 500 gramos de pan valían cuatro puntos y medio; 100 gramos de carne, cinco puntos: lo mismo para cada uno de los principales artículos de consumo. El total daba 455 puntos semanales por un hombre; una mujer sola, o cabeza de familia, 375 puntos; una mujer casada, 372 puntos;[63]un muchacho mayor de catorce años, 442 puntos -por estar en edad de gastar mayor energía-; un niño, 162 puntos.
 
Se imprimieron tarjetas de consumo en las cuales figuran ahora la cantidad de puntos que corresponde a cada colectivista, con los artículos a su disposición. Pero el reparto de esos puntos es libre. Dentro de los límites señalados, cada cual adquiere lo que le place. Aunque se tenga derecho a 100 gramos de carne por día, lo que corresponde a 35 puntos semanales, se puede consumir solamente por 20 puntos de carne y gastar los 15 restantes en arroz y habichuelas. La dueña de casa puede hoy concentrar sus gastos sobre tal o cual artículo, mañana sobre tal o cual otro. Se consigue evitar un exceso de consumo -porque la situación de guerra impone el racionamiento de los principales artículos de consumo- y al mismo tiempo se deja a los consumidores un margen de libertad que el racionamiento estricto no puede asegurar.
 
En cuanto a la ropa, al calzado y a los utensilios caseros, se lleva una contabilidad especial. El cálculo en dinero ha desaparecido hace poco, siendo sustituido por una libreta en la cual figuran 24 puntos al año por individuo en cuanto a los utensilios de cocina, 60 para el calzado y 120 para la ropa. El concepto del valor varía seguramente para estos artículos según las posibilidades de abastecimiento.
 
Además de su almacén central, Alcorisa cuenta con cuatro despachos de alimentación, una cooperativa de tejidos, una de mercería, cuatro magnificas carnicerías que corresponden a los cuatro barrios en que el pueblo ha sido dividido. Todo lo demás está también distribuido en almacenes especiales.
 
Los gastos hechos son asentados en la página que corresponde a cada familia. Esta práctica permite, por medio de estadísticas precisas, establecer las tendencias generales del consumo y una información general minuciosa sobre la vida económico-social de la población.
 
Cuando un habitante está enfermo y necesita alimentación especial -pollo, paloma, leche en abundancia, etcétera- el médico le entrega un vale especialmente impreso que anula inmediatamente la ficha común, a fin de evitar un doble consumo -a no ser que se crea útil una mayor abundancia de víveres-.
 
Hemos visto que los niños tienen, al nacer, 162 puntos. En la tarjeta que se entrega para ellos, leemos: 100 gramos de carne por día, pastas alimenticias, jabón y lejía. La ropa se entrega por separado. Pero si bien el jabón o la lejía hacen falta para el recién nacido, ¿para qué la carne y las pastas? Cuando formulamos esta pregunta, se nos contestó que este suplemento permitía a la madre alimentarse mejor, lo cual repercutía en favor del niño en formación.
 
Hemos dicho que 500 hombres estaban en el frente, y esta ausencia de los individuos, generalmente más jóvenes y robustos, restaba energías preciosas a las labores productivas. Sin embargo, se ha hecho el milagro de aumentar en un 50% las tierras cultivadas. Aclaremos que cuando se alcanzan tales proporciones, es generalmente porque parte de las tierras dejadas alternativamente en barbecho improductivo han sido labradas y sembradas. Sea como sea, el esfuerzo es y ha sido facilitado mediante la compra de excelentes arados de vertedera cuya adquisición era antes excepcional. Si añadimos el mejor empleo de los abonos químicos, se comprenderá las buenas perspectivas de la producción agraria.
 
El esfuerzo multiplicado de todos contribuye a estos resultados. No sólo el de los hombres, sino el de las mujeres, que trabajan mucho más este año que en los años anteriores, y el hecho que los milicianos envíen puntualmente a la colectividad la mitad de su paga.
 
Se han introducido modificaciones en ciertas actividades. Una iglesia ha sido transformada en cinematógrafo, al que se asiste gratuitamente; un convento se ha convertido en una escuela. Existían dos garajes cuyos dos propietarios competían, viviendo difícilmente; sólo hay uno ahora, y el otro fue transformado en peluquería colectiva y en fábrica de calzado.
 
Para instalar esta fábrica se reunieron máquinas dispersas de esa industria, y ahora se hacen zapatos y sandalias muy hermosas, para los habitantes del lugar y de otras localidades. El responsable del trabajo es un antiguo patrono que pertenecía a la derecha. Por consiguiente, un fascista, pues es imposible hoy dividir a los reaccionarios entre fascistas y no fascistas: todos están con las fuerzas insurrectas. Sin embargo, la colectividad se limitó a expropiarlo y a ponerlo al frente de la fábrica. Cuando le hablamos, nos declaró haber comprendido, ante los hechos, la ventaja de la producción socializada, porque trabajando como antes no se podía producir la tercera parte de lo que hoy se produce gracias a la concentración y a la mejor utilización de los medios de trabajo.
 
Otra innovación: se ha organizado una fábrica de embutidos que suministra sus productos a toda la región y a parte de las milicias del frente. Hay una sastrería colectiva, una carpintería, una herrería. La concentración industrial se produce aquí como en todas partes. Los albañiles, que están ampliando un hermoso edificio para la Casa Sindical, reparan continuamente las viviendas. En la organización económica unificada se cuenta también con una fábrica de gaseosas, de sifones y lejía; un hotel y un haras donde caballos de raza y asnos seleccionados están destinados a mejorar en algunos años el ganado caballar y mular de los contornos. En fin, una vaquería que cuenta con vacas de muy buena clase, limpias y bien cuidadas.
 
Los obreros de cada especialidad trabajan bajo la dirección de un responsable elegido por ellos y que está en contacto con la Comisión Administrativa de la colectividad. Cuando se estima necesario, todos los responsables se reúnen con la misma Comisión para examinar y resolver los problemas que presentan dificultades para su ejecución. Pero no queremos extendernos sobre estos pormenores que, inevitablemente, recuerdan los pormenores de otras colectividades. Creemos más útil insistir sobre la igualdad de las condiciones de vida.
 
En Alcorisa, como en todas partes, había clases entre las clases, pobres entre los pobres, categorías entre los desheredados. La renta de los pequeños propietarios no era la misma, pues unos poseían dos, tres, cuatro veces más bienes que otros. El salario de un peón era inferior al de un operario, el de un pastor al de un peón. Y la consecuencia de todas estas diferencias era que los hijos de los pastores, de los peones, de los jornaleros del campo no sólo no tenían acceso a los bienes sociales de que disfrutaban los hijos de los pequeños propietarios, de los comerciantes locales, de los mecánicos, peluqueros, etc., sino que se veían de antemano condenados a seguir siendo lo que sus padres habían sido.
 
La colectividad ha cambiado, transformado, revolucionado este estado de cosas. Los hijos del pastor no andan descalzos, mirando con envidia los zapatos de los hijos del comerciante; la familia del jornalero puede ahora vestir tan bien como la de los operarios. Todos pueden ir al cine por igual, tener muebles por igual, los niños asisten a la escuela por igual, todas las mujeres pueden vestirse, adornarse por igual.
 
Las conquistas materiales y la riqueza agraria aumentarán con la colectivización general cuando la guerra acabe, cuando España restañe sus heridas. Pero la conquista moral está hecha. Sépalo la historia, recuérdelo el porvenir: todas las diferencias sociales fueron borradas en algunos meses.
 
Los 100 pequeños propietarios individualistas no pueden comerciar con los productos de su trabajo. Los venden al Concejo municipal que -íntegramente compuesto por militantes de la CNT- ha hecho para ellos una moneda local con la cual se les paga según una tasa equitativa; pero no tienen derecho a consumir más que los otros.
 
Las aldeas de la comarca practican entre sí el apoyo mutuo, lo mismo que en todas las regiones colectivizadas. El intercambio se extiende a localidades de Aragón y fuera de Aragón, cuyo número se eleva a 118.
 
La enseñanza quedó paralizada parcialmente durante los primeros meses, ya que sólo se disponía de dos maestros sobre ocho que eran; como en otras partes, los seis restantes se hallaban de vacaciones en las ciudades cuando estalló el conflicto. Jaime Segovia hubo de improvisarse maestro y se hizo venir a otros de distintas partes.[64]
 
La colectividad da también a todo hogar en formación alojamiento y muebles. El matrimonio legal ha desaparecido, pero las nuevas uniones se registran en los libros de la municipalidad.
 
Desde el punto de vista edilicio, Alcorisa no es de los peores pueblos de Aragón, pero tampoco es un pueblo modelo. Está como invadido por la montaña, sus calles son a menudo estrechas, entre las rocas; sus casas, viejas. El propósito de nuestros compañeros es ir desplazando la población a las 23 granjas que se están organizando. Se procurará que cada una disponga de todos los medios materiales de existencia, tanto en agricultura como en ganadería y en animales de corral, así como cuanto requieran la cultura y el confort: electricidad, piscina, radio, biblioteca, juegos, etc. Ya se utilizan saltos de agua para producir luz.
 
Esta especie de esparcimiento resulta en parte determinado por la configuración del suelo.
 
Hemos visitado una de esas granjas cuya organización estaba más adelantada. Dividida en dos partes, una reservada a la agricultura, otra al ganado, su extensión total es de ocho kilómetros cuadrados. En la primera parte se organizaba la producción de cereales, alfalfa, heno, legumbres, árboles frutales, viñedos, todo lo que suele encontrarse en las tierras por lo menos medianas y bien regadas. En la segunda parte el esfuerzo creador era más visible. Una porqueriza de cemento, donde cabían más de 100 cerdos, acababa de ser construida y dividida simétricamente para evitar el apiñamiento de los animales, los que pueden salir por separado para tomar el sol y el aire, como en Graus. Y se proyecta ampliar la construcción en muy breve plazo.
 
La cría de corderos ha sido intensificada hasta sus límites. Se han comprado terneras y terneros, y tan pronto se pueda, se construirá un establo para cobijar 100 vacas. El lugar designado ha sido cuidadosamente elegido por sus condiciones generales, acordes a los fines perseguidos. Al mismo tiempo, los animales de corral son aumentados considerablemente.
 
Esta organización de granjas, multiplicada 23 veces, naturalmente con diferencias y adaptación debidas a la topografía, constituirá un conjunto original y sus resultados apasionan por anticipado.
 
 
BUJARALOZ
 
Al llegar a Bujaraloz, en las afueras del pueblo, se encuentran dos charcas llenas de agua de lluvia que allí se ha acumulado y que están alternativamente más o menos llenas, más o menos vacías. En verano ese contenido se calienta, se vuelve verdoso y su sabor es desagradable. Una charca está reservada para los animales, otra para los seres humanos. Ignoramos cuántos pueblos de Aragón y Castilla se proveen de agua de esta manera, pero sabemos que el número es bastante elevado; esta situación da lugar a que los milicianos catalanes que se han instalado en las trincheras estén a menudo enfermos de disentería, pues el agua, expuesta a múltiples filtraciones, está contaminada por toda suerte de impurezas acarreadas por el viento.
 
Los habitantes del lugar poco a poco resultaron inmunes a las enfermedades. Y cuando los milicianos catalanes, sobre todo los de Barcelona, se quejaban de estas lamentables condiciones higiénicas, se les respondía a menudo con un argumento perentorio: «¡No, no es mala el agua, puesto que hay bichitos que viven dentro!»
 
Bujaraloz, donde se ha establecido el Estado Mayor de la columna Durruti, es pobre. Tierra de secano en la que sólo pueden cultivarse cereales de escaso rendimiento. Descubrimos también pequeños talleres para reparar las máquinas y herrar animales de tiro. Pero siendo la agricultura el principal recurso económico, esas industrias menores no podían constituir una fuente de riqueza.
 
A la deficiencia de la naturaleza se agregaban, como en todas partes, las condiciones sociales. Las tres cuartas partes del suelo cultivable pertenecían a cuatro terratenientes que ni siquiera se tomaban el trabajo de hacerlas cultivar directamente o bajo la dirección de un administrador. Las entregaban a aparceros, quienes a su vez las entregaban a hombres más pobres, que eran miserablemente retribuidos.
 
La desocupación absoluta duraba varios meses al año. Sobre una población de 1.400 habitantes, 200 familias vivían en estas condiciones Sólo un recurso podía mejorar la suerte de algunas: tener un trozo de tierra para cultivar lo que pudieran. Empero, la tierra pertenecía a los ricos. El municipio también poseía bienes propios que habría debido poner a disposición de todos, pero dominaban los caciques: siempre la tierra municipal pasaba a sus manos. Y como en tantas partes, los desheredados luchaban continuamente, tomando por la fuerza algún pedazo de suelo infecundo e iban, desesperados, a sembrar para sí esas tierras comunales donde se apacentaban los rebaños de carneros de los ricos. Eran perseguidos, pero volvían a empezar bajo el látigo del hambre, y tan grande fue su empeño que se acabó por tolerar que parte de ellos cosecharan algunas patatas, un poco de trigo o de avena. Con todo, siempre estaban expuestos a que la Guardia Civil les expulsara cuando se temía que el ejemplo cundiera, y que la acción ilegal se volviera contagiosa.
 
El 19 de julio, la Guardia Civil del lugar se pronunció por los sublevados e inició el movimiento con un bando en el cual ordenaba la entrega inmediata de todas las armas, bajo la amenaza de pena de muerte. Sucedió en las horas de trabajo, en que los hombres estaban alejados en el campo. Asustadas, las mujeres entregaron cuanto podía servir para el combate. Informados horas después, los trabajadores volvieron a Bujaraloz, y, sin armas, se hicieron dueños de la calle. La Guardia Civil no se atrevió a salir del cuartel. Pero, al llegarle un refuerzo de tropas huidas de Caspe el 22 de julio, salieron y detuvieron a tres de nuestros compañeros, que fueron llevados a Zaragoza. Puede suponerse cuál fue su suerte.
 
Mas este triunfo duró poco. Al día siguiente llegaba Durruti al frente de 2.000 hombres. Los fascistas huyeron. La columna libertadora permaneció en el pueblo hasta el 8 de agosto, enviando elementos a una parte u otra, según las necesidades de la lucha. Alejándose luego para seguir su itinerario libertador. Durruti había escogido ese lugar como centro de operaciones. Se instaló primero en una barraca de madera y chapa, donde estudiaba y decidía con su Estado Mayor improvisado los planes de las operaciones militares. Después se estableció en el mismo Bujaraloz, y desde entonces los milicianos anarquistas y los campesinos compartieron las mismas alegrías, las mismas inquietudes y los mismos esfuerzos.
 
No puede hablarse aquí de un movimiento sindical de carácter revolucionario dominante. La UGT tenía 150 adherentes, la CNT sólo 29. La diferencia puede explicarse por las persecuciones que sufrían generalmente nuestros compañeros, mientras la UGT era tolerada por su carácter legalista y reformista. Incluso cuando estaban de acuerdo, muchos trabajadores no se decidían a ingresar en nuestras filas para no verse privados de trabajo, de tierra, de crédito en las casas de comercio, o molestados, encarcelados y deportados.
 
Pero el día 8 de agosto, después de salir la columna Durruti, los dos sindicatos se pusieron de acuerdo para nombrar un Comité Antifascista compuesto de 12 miembros de la UGT y cuatro de la CNT. La misión de este Comité consistió, desde el primer momento y a pesar de la supremacía de los elementos hasta entonces reformistas, no sólo en organizar la lucha contra el fascismo, sino reconstruir sobre nuevas bases toda la vida social. Cuatro de los hombres elegidos fueron encargados de la administración general; dos, del abastecimiento general; dos, del transporte y de cambios; uno, del suministro de agua; uno, del control de los milicianos que vigilaban en las carreteras; uno, del abastecimiento de leche y productos derivados; cinco, de la organización de la agricultura.
 
La cosecha había sido realizada inmediatamente en forma colectiva. El trigo fue trillado por grupos campesinos que utilizaron las máquinas o los animales, según las necesidades del trabajo.
 
De los cuatro terratenientes, uno había partido con los fascistas, dos se hallaban en otro pueblo y el cuarto, un retrasado mental, incapaz de tomar una decisión, se quedó. Fue tratado humanamente por los colectivistas, en medio de los cuales iba y venía con toda libertad.
 
Toda la tierra que les había pertenecido fue confiscada y reunida con la de los campesinos pequeños propietarios. La vida tomó un rumbo nuevo. Se comenzó por hacer una estadística de la mano de obra existente, obteniéndose los siguientes resultados: 20 muchachos de catorce a dieciséis años; 399 labradores de dieciséis a sesenta y cinco años; 38 de sesenta y cinco en adelante.
 
Se constituyeron distintas secciones. La más importante era y es la que conduce las caballerías y hace las faenas más pesadas. Se divide en grupos de 18 hombres aproximadamente;[65]de ellos, en principio, tres son auxiliares, y los acompaña un chico de catorce años. Los animales de tiro pertenecen a la colectividad; hasta ahora, han sido divididos en dos grandes grupos, que están a cargo de cuidadores especializados en las cuadras.
 
Los trabajos pesados son reservados a los hombres que -por su edad- están en las mejores condiciones físicas. Los trabajos menos pesados, como el acarreo de agua y de leña, la limpieza de malezas en el campo, el servicio de la paja, el cuidado de las caballerías, la preparación de los materiales de construcción, el escardar la tierra, etc., están a cargo del grupo cuyos componentes han pasado de los cincuenta años. A todo lo cual debemos añadir un grupo de 31 pastores.
 
Aparte de esta clasificación de carácter predominantemente agrario, hallamos los otros oficios, las otras ocupaciones. Las estadísticas nos muestran cinco carniceros, dos sastres, dos albañiles, ocho carpinteros, dos guarnicioneros, dos barberos, cuatro molineros de harina, dos zapateros, seis metalúrgicos, 11 trabajadores de empleos diversos (sobre todo técnicos, sin que sepamos su especialidad) y seis chóferes.
 
El término municipal ha sido dividido en 11 zonas, 10 entregadas a otros tantos grupos agrícolas; la última, por hallarse lejos, se trabajaba en forma alternada por los 10 grupos. Como en todas partes, cada grupo ha nombrado su delegado.
 
Los responsables así nombrados están a su vez controlados por dos consejeros de la agricultura, que centralizan la dirección general del trabajo de la tierra.
 
En este año 1937, la siembra de trigo aumentó en 300 cahizadas, y también en 300 cahizadas la del resto de los cereales. Precisemos que cada cahizada representa aproximadamente 11.000 metros cuadrados; en 1936 (en tiempo de los terratenientes), había 2.000 cahizadas sembradas de trigo, que dieron 21.258 quintales de grano.
 
El agua se toma en los charcos que se forman en los campos. Siempre con el mismo reparto: un charco para los animales, otro para los seres humanos. Pero no hay para regadío, y por tanto, para una alimentación medianamente equilibrada.
 
Es en parte lo que explican las cifras de racionamiento que figuran en la libreta de cada familia. Con todo, gracias al cambio de régimen, estas cifras no son tan bajas. Normalmente los hombres tienen derecho a 150 gramos de carne por día, no porque se les atribuyan derechos superiores, sino porque como trabajan duramente, de sol a sol, y aseguran la producción necesaria para todos, gastan más energías y deben reponerlas. Las mujeres que sólo hacen trabajos caseros tienen derecho a 100 gramos; los chicos, a partir de los nueve años, a 100 gramos también; de tres a nueve años, a 40 gramos. A partir de los catorce años tienen la misma ración que los hombres. A partir de los tres años de edad también tienen derecho a un decilitro de aceite por día, 25 gramos de tocino, 40 gramos de pastas alimenticias, 25 de arroz, 50 de pan, 30 gramos de azúcar. Sin duda alguna la gente del pueblo no comió nunca tanto.
 
Los productos de ultramar, la verdura, la fruta, son también gratuitos. El vino se distribuye según las posibilidades que, en una situación tan inestable, varían a menudo. Los niños menores de nueve años tienen derecho a 45 gramos de chocolate y 50 gramos de bizcochos por día.
 
Tales son las disposiciones, pero a pesar de su buena voluntad, los organizadores no pueden suministrar, después de un año de guerra, todo lo que se decidió con el entusiasmo de los primeros tiempos. El desarrollo económico de Bujaraloz tropieza con el obstáculo importante de las tropas aquí establecidas. Este pueblo de 1.400 habitantes mantiene de 1.500 a 2.000 milicianos, lo cual implica privaciones, y las privaciones contribuyen a matar el entusiasmo de los no convencidos. Teniendo la UGT tantas fuerzas numéricas y siendo los militantes que la encabezan poco aptos, es de temer que una parte de los habitantes decida volver al individualismo.
 
Pero en tal caso, ¿podrían resolver sus dificultades? Seguramente no. Tropezarían con las dificultades de venta de su trigo o de su aceite; deberían pagar más caro los abonos químicos, las herramientas, la ropa, los artículos manufacturados. No podrían tener máquinas ni animales de razas seleccionadas: conocerían otro género de dificultades, sin ninguna esperanza fundada de un porvenir mejor.
 
A pesar de las dificultades actuales, hemos visto que se han sembrado 600 hectáreas de cereales más que el año anterior. El ganado bovino no ha crecido, porque la tierra de secano es poco apta para los pastos y sólo los carneros y las cabras buscan su alimento en los pastizales. Anteriormente y ante la pobreza del rendimiento, tanto de cereales como del ganado, los terratenientes, que vivían en Zaragoza, tomaban a la vez que colonos, un administrador, y como a pesar de todo sus tierras daban muy escaso rendimiento, hacían de ellas cotos de caza.
 
Pero a fin de asegurar la producción de carne necesaria para el consumo, la colectividad ha comprado 110 cerdos de recría que están momentáneamente al cuidado de las familias porque ha faltado tiempo para construir porquerizas, y además ha aumentado el ganado lanar.
 
Antes, el pueblo pobre de Bujaraloz criaba pocos carneros. Los rebaños pertenecían a los grandes propietarios, que pagaban a los pastores sueldos miserables y vendían la carne a Zaragoza. Los campesinos se contentaban con criar y consumir unos 50 animales cuando no debían venderlos para comprar cosas más imprescindibles, tales como ropa para sus hijos.
 
Hoy los rediles expropiados están en nuestras manos. Los carneros nos pertenecen. Hubo que matar muchos para alimentar a la columna Durruti, que ahora se ha desplazado al frente de Madrid. Poco importa: en los apriscos balan centenares de corderos; en las praderas, las ovejas aportan otros; en la montaña, los pastores de la colectividad, hoy considerados humanamente iguales que los demás, apacentan los rebaños y los reúnen por la noche bajo los techos colectivos.
 
Todo esto lo hemos visto en Bujaraloz, lo hemos visto en todo Aragón. También hemos visto, en la llanura parda y rojiza que las águilas trasvuelan, esforzarse a los grupos de trabajadores. Uno de ellos se componía de 12 hombres; cada uno conducía, tirando el arado, un par de mulas. Iban y venían surcando una superficie previamente establecida, labrando parte del campo que el trabajo de otros transformaba rápidamente. Al cruzarse, se interpelaban, sin pararse jamás. Unos cantaban, y su voz estimulaba a los animales. Muerta está la impresión de aislamiento en la inmensidad. Aquí reina la alegría, la unión fraternal, tan grata al alma del hombre social y sociable que hay en la gran mayoría de los españoles.
 
Seguimos caminando por la llanura ligeramente ondulada que tan admirablemente se prestaría al trabajo del tractor. Pero cada cosa en su tiempo. Y llegamos a otro grupo: idéntica distribución de trabajo, idéntico esfuerzo común, idéntica alegría fraternal. Y más allá todavía, vemos a un tercer grupo, más nutrido, compuesto por hombres menos jóvenes, que arrancan las plantas parasitarias en una parte del campo dejada en barbecho.
 
¡Los grupos, los grupos de trabajadores unidos y hermanados! Los hemos visto en las tres provincias labrando, segando, reuniendo las gavillas, trillando el trigo. Y comparamos su trabajo, su vida, sus manifestaciones, su espíritu, con el trabajo, la vida, las manifestaciones, el espíritu de los que ayer vivían en el régimen individualista, y de los que -pequeña minoría- se obstinan hoy, por incomprensión, en continuar el pasado. ¡Cuánta miseria! ¡Cuánta belleza!
 
 
 
LA SOCIALIZACIÓN AGRARIA EN LEVANTE
 
 
Parte integrante de la Confederación Nacional del Trabajo, la Federación Regional de Levante, compuesta por sindicatos obreros y campesinos tradicionalmente organizados por los libertarios españoles, ha servido de base a la Federación paralela de las colectividades agrarias de la misma región. Comprende cinco provincias, de Norte a Sur: Castellón de la Plana, Valencia, Alicante, Murcia y Albacete. La importancia de la agricultura, que coloca a las tres primeras -todas mediterráneas- entre las más ricas de España, y la de su población -cerca de 3.300.000 habitantes en el año 1936- dan, a las realizaciones sociales que fueron llevadas a cabo, proporciones generalmente insospechadas. Es en Levante donde, merced a sus recursos naturales y al espíritu creador de los organizadores, la obra de construcción libertaria ha sido la más amplia y completa. No nos fue posible estudiarla tan a fondo como la de las colectividades aragonesas, pero basándonos en nuestra encuesta directa -a la que nuestros compañeros respondieron con cuantas informaciones les pedimos- y sobre testimonios y documentos de primera mano, aportamos una visión de conjunto completada por algunas monografías que permitirán apreciar en forma directa la profundidad de la transformación social realizada.
 
De las cinco provincias mencionadas, era natural que la de Valencia figurara en primer plano. En primer lugar, por causas demográficas. La provincia de Valencia contaba con 1.650.000 habitantes en el momento de la revolución.[66]En orden decreciente venía después la provincia de Murcia, con 622.000 habitantes, donde los famosos jardines se extendían sobre una pequeñísima parte del territorio, y que fue siempre tierra de miseria y de emigración. Más rica, Alicante ocupaba el tercer lugar con 472.000 habitantes, seguida por Castellón de la Plana con 312.000; en fin, Albacete figuraba último con 238.000 habitantes.
 
Quien conoce, por poco que sea, la historia social de esta región no se sorprenderá que en la provincia de Valencia, especialmente en cuanto a las realizaciones agrarias, la socialización haya avanzado en forma más firme y más acelerada. Desde 1870, el movimiento siempre había contado -particularmente en los campos- con militantes a menudo heroicos. El caso de los «mártires de Cullera» es de los más celebres en el historial social de la región. Hubo otros, como ha podido comprobar el lector del capítulo titulado Hombres y Luchas. Y mientras en las ciudades levantinas el republicanismo dominaba la oposición antimonárquica, los combatientes del campo valenciano mantenían a menudo la antorcha del antiestatismo. Así es como, en los años 1915-1920, es a ellos, a menudo pequeños propietarios, a quienes apelaron los propagandistas libertarios venidos de otras regiones, para ayudarles a hacer resurgir el movimiento que las esperanzas nacidas de la Revolución rusa contribuyeron a suscitar.
 
Teníamos, pues, en numerosas localidades levantinas, militantes económica y políticamente libres, para quienes la revolución no era sólo cuestión de agitación ni de simples cambios políticos, sino ante todo de expropiación de los medios de producción y reorganización de la sociedad por el comunismo libertario.
 
En el año 1936, los pueblos de la provincia de Valencia, donde nuestro movimiento había arraigado, se agrupaban en 23 comarcas, cada una con su capital respectiva: Adamuz, Alborache, Alcántara de Júcar, Carcagente, Denia, Catarroja, Chella, Foyos, Gandía, Jarafuel, Játiva, Lombay, Moncada, Onteniente, Paterna, Puerto Sagunto, Requena, Sagunto, Utier, Villar del Arzobispo, Villamarchante, Alcantare y Titaguas.
 
La provincia de Murcia contaba con diez federaciones cuyas capitales o cabezas de partido eran: primero, la misma ciudad de Murcia, luego Caravaca, Cartagena, Elche de la Sierra, Hellín, Lorca, Mazarrón, Mula, Pacheco, Vieza.
 
En la provincia de Alicante existían nueve federaciones, siempre comarcales: la de Alicante, Alcoy, Almansa, Elda, Elche, La Nucia, Orihuela, Villajoyosa, Villena.
 
La provincia de Castellón de la Plana contaba con ocho comarcas, que, como todas las comarcas de todas las provincias, englobaba un número más o menos importante de pueblos organizados: Castellón mismo, Albocácer, Alcora, Morella, Nules, Onda, Segorbe y Vinaroz.
 
En fin, en la provincia de Albacete, la menos favorecida por la naturaleza, donde además durante la guerra civil las colectividades tuvieron que sufrir por la presencia de los hombres mandados por el célebre comunista francés André Marty, llamado «el carnicero de Albacete», sólo teníamos cuatro comarcas organizadas.
 
Observemos que muy a menudo la estructura de nuestra organización comarcal poco tenía que ver con la de las comarcas tradicionales de la administración pública o del Estado. Lo mismo que en Aragón, nuestros compañeros habían modificado a menudo las anteriores delimitaciones según las necesidades de la producción, de los cambios, de las facilidades de transportes. Más que a una finalidad o a un criterio político, se obedecía a la necesidad vital de unión directa y a ese espíritu de cohesión humana que, sin duda alguna, ha ejercido una influencia decisiva en la obra constructiva de nuestro federalismo organizador.
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El desarrollo y la multiplicación de las colectividades levantinas causaron la estupefacción hasta de los propagandistas y teóricos que se habían mostrado los más optimistas en cuanto a las posibilidades de reconstrucción social libertaria. Porque a pesar de las muchas dificultades, de la oposición de nuestros adversarios -republicanos de tendencias diversas, autonomistas valencianos, socialistas, sindicalistas reformistas (ugetistas), comunistas, elementos numerosos de la burguesía y la clase media-, se contaron 340 colectividades en el Congreso de la Federación de los Campesinos de Levante celebrado los días 21, 22 y 23 de noviembre de 1937; cinco meses más tarde se contaban 500, y a fines de 1938, el número alcanzado era de 900 y el de los cabeza de familia, de 290.000. En conjunto, puede afirmarse sin exageración alguna que por lo menos el 40% de la población agraria formaba parte de las colectividades libertarias.
 
Para apreciar mejor estas cifras apelaremos a otro cálculo. Las cinco provincias levantinas contaban, en total, desde la ciudad más importante hasta la última aldea, 1.172 localidades. Fue, pues, en el 78% de estas localidades de la región agrícola más rica de España donde aparecieron colectividades libertarias. Reconozcamos que no alcanzaban un porcentaje tan elevado como el de las colectividades aragonesas. En Aragón, la presencia casi exclusiva de las fuerzas militares libertarias impidió, durante largo tiempo, ya sea a la administración del Estado, a la Policía Municipal o Nacional, al Ejército, a los partidos apoyados por las autoridades gubernamentales, por los guardias de asalto y los carabineros, constituir obstáculos a los cambios de estructura social. Mientras en Levante -no olvidemos que desde noviembre de 1936 el Gobierno Central estaba establecido en Valencia, transformada en capital legal- todas esas fuerzas existían, y que con los pequeños comerciantes, con la burguesía liberal antifranquista -pero también antilibertaria-, se oponían por todos los medios, a menudo violentos, al progreso de las colectivizaciones. Hubo batallas campales donde hasta los carros de asalto intervinieron. En tales condiciones lo realizado causa verdadero asombro.
 
Y esto con mayor motivo si tenemos en cuenta que en la región levantina, a consecuencia de la densidad de población en ciertas zonas, las localidades son a menudo conglomerados de 10.000 a 20.000 almas, donde las clases sociales y las fuerzas en lucha están bien organizadas y pueden coordinar mejor sus esfuerzos. En consecuencia, cuando nuestros compañeros tomaban la iniciativa socializadora, la resistencia era proporcionalmente más vigorosa que en otras partes -en Aragón, por ejemplo-. Fue precisa toda la flexibilidad, la ingeniosidad, el espíritu creador, la fuerza de carácter, la inteligente y útil adaptación que les caracterizaban, para que, a pesar de todo, pudiera cumplirse su obra de transformación social.
 
Esta situación explica en parte por qué en la mayoría de los casos las colectividades levantinas nacieron por iniciativa de los sindicatos campesinos adherentes de la CNT, que aportaban a un mismo tiempo la garantía moral, la tradición organizadora, la práctica del combate y el poder material.
 
Pero a pesar del contacto estrecho con estos sindicatos -a menudo vemos a los mismos hombres al frente de las dos organizaciones- las colectividades constituyeron, al principio, un organismo autónomo. Los sindicatos de la CNT continuaron agrupando la mayor parte de sus adherentes, pero también a los «individualistas» no colectivistas -sin por eso ser reaccionarios-, y retenidos ya sea por un concepto discutible de la libertad individual, ya sea por el aislamiento en el cual estaba su tierra, ya sea por un temor más o menos justificado a una reacción gubernamental republicana después de la victoria, o aun por la aprehensión de un triunfo final del fascismo.
 
Los sindicatos desempeñan, pues, una misión sumamente útil. Constituyen una etapa, un factor de atracción. Hacen también otra obra positiva. Es a ellos a quienes los individualistas sindicados aportan sus productos que serán cambiados con las colectividades. Se han organizado en su seno comisiones para el arroz, las naranjas, las plantas hortícolas, etc. En cada localidad, el sindicato poseía su almacén de abastecimiento, del que se surtían los colectivistas. Pero también la colectividad tenía el suyo. Se comprendió pronto que se malgastaban así energías y se decidió la fusión en provecho de las colectividades, con igual número de administradores por parte, generalmente dos. Los individualistas sindicados siguieron aportando sus productos, y fueron abastecidos, lo mismo que los colectivistas.
 
Además fueron creadas comisiones mixtas para la compra de máquinas, semillas seleccionadas, insecticidas, productos veterinarios. Se utilizaron los mismos camiones, y siempre la solidaridad se extendió, procurándose evitar la confusión entre los dos organismos.
 
Como se ve, la socialización descansa sobre dos bases. Con la flexibilidad maravillosa que observamos a menudo en los constructores libertarios españoles, abarca tanto las realizaciones integrales como las parciales. Los elementos de captación son complementarios.[67]
 
Pero rápidamente las colectividades se pusieron a unificar, a racionalizar lo que podía serlo. Se estableció el racionamiento y el salario familiar en la escala comarcal, ayudando las localidades más ricas a las más pobres por medio de la caja común.[68]En cada capital de comarca fue constituido un grupo especializado, que comprendía contables, un técnico en agricultura, un veterinario, un ingeniero, un arquitecto, un perito en cuestiones comerciales para las exportaciones, etc. Estos grupos estaban al servicio de todos los pueblos.
 
La mayoría de los ingenieros y de los veterinarios de la región estaban sindicados en la CNT, y los que trabajaban por la economía no colectivizada colaboraban también, por lo general en forma desinteresada, en la elaboración de planes y proyectos, pues el espíritu creador de la revolución conquistaba a los que querían contribuir al progreso económico y social.
 
Así los agrónomos proponían iniciativas necesarias y realizables: planificación de la agricultura, trasplante de cultivos, que hasta entonces la propiedad individual o los intereses de determinadas categorías sociales no habían permitido adaptar a las condiciones geológicas o climáticas favorables. El veterinario de la colectividad organizaba científicamente la cría de ganado. En caso necesario, consultaba al agrónomo sobre los recursos alimenticios correspondientes. Y, con las comisiones de campesinos, este último organizaba la producción. Pero el arquitecto y el ingeniero estaban también movilizados en lo referente a la construcción de porquerizas, establos, granjas colectivas. El trabajo se planificaba, las actividades se integraban.
 
Merced a los ingenieros, gran número de acequias y pozos han sido construidos, permitiendo cambiar tierras de secano en tierras regadas. Por medio de motores eléctricos se procedió a la elevación y a la distribución del agua, a menudo en sectores enteros. Las características del suelo, muy poroso y arenoso, y la escasez de lluvias -400 milímetros por término medio, cuando era necesario el doble- dificultaban mucho la extracción del precioso líquido que era preciso ir a buscar a grandes profundidades. Esto implicaba gastos que sólo los grandes terratenientes (cultivando -o haciendo cultivar- productos de buen precio, como la naranja) o la colectividad podían afrontar.
 
Es probablemente en la región de Cartagena y de Murcia donde se hicieron los mayores esfuerzos de esta clase. Cerca de Villajoyosa, en la provincia de Alicante, la construcción de un pantano permite irrigar un millón de almendros que hasta entonces habían sufrido la sequía permanente.
 
Pero los arquitectos de las colectividades no se ocupan solamente de alojar a los animales. Recorren la región dando consejos para el alojamiento humano. Estilo de las casas, elección del lugar, exposición solar, materiales, higiene, etc.: son dados todos los consejos indispensables y tomadas las medidas a las que hasta ahora se oponían muy a menudo la ignorancia de unos, los sórdidos cálculos de otros.
 
La proximidad de los pueblos entre sí facilita esta solidaridad activa que pone todos los recursos al servicio de todos. A menudo, el trabajo práctico es intercomunal. Tal grupo constituido para combatir las enfermedades de las plantas, sulfatar, podar, injertar, trabaja en los campos de varias localidades; tal otro grupo se desplaza del mismo modo para descuajar árboles, practicando en su lugar labranzas improvisadas o improvisando nuevos cultivos. Todo lo cual facilita la coordinación de los esfuerzos y su armonización en un plan general que se elabora no sólo según los conceptos abstractos de tecnócratas o técnicos sin experiencia, sino también según las enseñanzas prácticas del trabajo, del contacto con los hechos y los hombres.
 
Veamos más o fondo la organización general de esta región. Las novecientas colectividades están reunidas en 54 federaciones comarcales que se agrupan y se subdividen al mismo tiempo en el grado más elevado: en el Comité Regional de la Federación de Levante.
 
Este Comité, que reside en Valencia y coordina el conjunto de las actividades, es nombrado directamente por los congresos anuales y es responsable ante estos congresos y ante los centenares de delegados campesinos elegidos por sus compañeros, quienes no se dejan deslumbrar por los discursos de burócratas, líderes o aspirantes a dictadores porque saben lo que quieren y adonde van.
 
Es también por iniciativa de los congresos que la federación levantina ha sido dividida en 26 secciones generales, correspondientes a las especializaciones de trabajo y actividades. Estas 26 secciones y por lo tanto la federación levantina abarcan, sin duda por primera vez en la historia considerada fuera del Estado y de las estructuras gubernamentales, toda la vida social, constituyendo un verdadero mundo nuevo, una sociedad libertaria integral dentro de la vieja sociedad capitalista, estatal. Las reuniremos en cinco grupos principales:
 
Agricultura. – Cereales (particularmente trigo, cuyo cultivo ha sido a menudo improvisado, o intensificado, como consecuencia de la ocupación de las zonas cerealistas por el ejército franquista); naranjas, limones, mandarinas; fruticultura varia (almendras, melocotones, manzanas, etcétera); viñedos; horticultura; ganado ovino, caprino, porcino, bovino.
 
Industrias de la alimentación. – Siendo la Federación esencialmente campesina, las industrias que dependen de ella derivan sobre todo de la agricultura. Las secciones especializadas son las siguientes: vinificación; conservas de hortalizas y frutas; aceite; fabricación de alcohol; zumo de fruta; licores diversos; perfumes y productos derivados.
 
Industrias no agrícolas. – Sección de la construcción, carpintería; ropa y vestido en general; embalajes para la expedición de las frutas. Observemos aquí una tendencia a la integración del conjunto de las actividades, lo que reduce el papel del sindicato como organizador único de la producción industrial. Estos problemas se resuelven en el mismo terreno de las actividades, amigablemente, entre organizaciones hermanas.
 
Sección comercial. – Aparte de las exportaciones en vasta escala, de las que trataremos más adelante, se procede a las importaciones de máquinas, medios de transporte motorizados -terrestres y marítimos-, de abonos y productos diversos.
 
Salubridad y enseñanza. – Agreguemos la sección de higiene y salubridad, que coordina los esfuerzos tendentes a asegurar y mejorar la salud pública, y la sección de enseñanza que gracias a sus maestros y al aporte de las colectividades proseguía con entusiasmo su labor específica.
 
Todas estas actividades estaban sincronizadas en la escala de las 900 colectividades, muchas de las cuales abarcaban varios millares de personas. Se comprenderá mejor, ahora, la magnitud de estas realizaciones y la superioridad de estos métodos de organización. Se comprenderá también que nos sea imposible exponerla en todos sus detalles. Añadamos, sin embargo, algunas precisiones referentes a ciertos aspectos ya mencionados.
 
Tomemos el cultivo del arroz. En la sola provincia de Valencia 30.000 hectáreas sobre las 47.000 del total nacional se hallaban en manos de las colectividades. La región famosa de la Albufera, tan descrita por Blasco Ibáñez, estaba enteramente colectivizada. La mitad de la producción de naranjas, o sea, cuatro millones de quintales sobre ocho millones, estaba en manos de la Federación de colectividades y de los sindicatos; el 70% de la cosecha total, o sea, más de 5.600.000 quintales eran vendidos en los mercados europeos gracias a su organización comercial, llamada FERECALE[69], que a principios del año 1938 había establecido en Francia secciones de venta en Marsella, Perpignán, Burdeos, Seta, Cherburgo y París.
 
Observemos, de paso, que la importancia de la distribución era superior a la de la producción. Basándonos en datos fidedignos podemos establecer las comparaciones siguientes: como hemos dicho, los productores de las colectividades levantinas componían el 40% del total, pero la superioridad de su organización técnica les permitía suministrar de un 50 a un 60% de la producción agraria. Por las mismas razones, el sistema colectivista aseguraba, en beneficio de toda la población, de un 60 a un 70% de lo distribuido.
 
La organización de conjunto y la potencialidad de los recursos por ella asegurada hacían posibles otras realizaciones y métodos de trabajo sin los cuales a menudo ciertas empresas habrían fracasado por falta de recursos técnicos, insuficiencia de los rendimientos o costo excesivo.
 
El espíritu de solidaridad activa, la voluntad de coordinación estaban presentes siempre y en todas partes. Cuando, por ejemplo, los miembros de una colectividad creían útil la fundación de una fábrica de licores, de zumo de frutas o alimentos nuevos para los hombres y para el ganado, participaban su iniciativa a la sección industrial del Comité Federal de Valencia. Este estudiaba la proposición y cuando era necesario convocaba a una delegación, con la cual examinaba las ventajas o los inconvenientes de la iniciativa. Si de acuerdo a la demanda probable, las materias primas disponibles, los gastos y otros factores previsibles, esta iniciativa parecía útil y rentable, era adoptada; en caso contrario, era rechazada, con las explicaciones debidas. Otro motivo del rechazo era la existencia de fábricas similares ya instaladas.
 
Pero el aceptar la iniciativa no implicaba que sus autores fueran propietarios de la nueva unidad de producción, incluso tratándose de la colectividad local. Por emplear en su fundación los recursos suministrados por el conjunto de las colectividades, la Federación era dueña de la fábrica -si de fábrica se trataba- y la colectividad local no tenía derecho de vender en provecho propio exclusivo los productos obtenidos.
 
Gastos y ganancias eran, pues, la cosa de todos. Y también era la Federación la que repartía las materias primas distribuidas, a todas las fábricas y localidades, según su clase de producción y sus necesidades.[70]
 
La situación general obligaba también a innovar con rapidez, lo cual era imposible en la escala del campesino o del comerciante aislado, o en las organizaciones meramente corporativas donde predominaban el espíritu y la moral individualistas. Por ejemplo, antes de la revolución se perdían inmensas cantidades de frutas que se pudrían bajo los árboles productores o en los almacenes de expedición por la insuficiencia de compras nacionales e internacionales. Era el caso de las naranjas que, en Inglaterra, tropezaban con la competencia de las otras naciones mediterráneas, lo que obligó a bajar los precios y a reducir la producción.[71]
 
Pero a la guerra civil y al cierre de parte de los mercados europeos y del mercado interior en las regiones ocupadas por las tropas de Franco se agregaban los obstáculos opuestos solapadamente a la creación socialista libertaria por el Gobierno y sus aliados. Y además no sólo hubo exceso de producción naranjera: los hubo también de tomates y patatas. Entonces, una vez más, apareció la iniciativa de las colectividades.
 
Se procuró aprovechar las naranjas sobrantes aumentando las cantidades de esencias habitualmente producidas. Se fabricó un alimento nuevo llamado «miel de naranja»; se empleó la pulpa para conservar la sangre en los mataderos, lo que procuró un alimento nuevo para las aves de corral; se aumentó la conservería de hortalizas y frutas. Las fábricas más importantes se hallaban en Murcia, Castellón de la Plana, Alfafar y Paterna. Así como los campesinos alemanes lo practicaban desde hacía mucho tiempo en sus cooperativas especializadas, se organizaron secaderos de patatas a fin de fabricar fécula para el alimento humano y animal; lo mismo se hizo para los tomates.
 
La sede de las federaciones comarcales había sido generalmente establecida en poblaciones situadas cerca de las carreteras o de los ferrocarriles, a fin de facilitar el transporte de las mercaderías. Es en estas poblaciones donde se almacenaban los excedentes de lo producido por las colectividades. Las secciones correspondientes del Comité Federal de Valencia estaban regularmente informadas de la importancia de las variedades, de la calidad, de la fecha de producción de los bienes almacenados y conocían las reservas disponibles para las entregas, las exportaciones, los cambios o el reparto necesario entre las comarcas y las colectividades.
 
La intensificación de la cría de ganado confirma este espíritu creador. Los gallineros, las vastas conejeras, los parques de avicultura fueron multiplicados. En julio de 1937, la sola colectividad de Gandía producía en sus incubadoras 1.200 polluelos cada veintiún días. Aparecieron razas de conejos y aves de corral desconocidas para el campesino, a menudo apegado a sus variedades poco productoras; las colectividades dieron los primeros pasos ayudando a los que, por causas diversas, habían quedado rezagados.
 
Por fin, los esfuerzos de organización y justicia económica fueron completados por otros. Aquí, como en todas partes, el apetito de cultura, el deseo intenso de difundir la instrucción ha sido uno de los grandes motivos y de los grandes objetivos de la revolución. Cada colectividad ha creado una o dos secuelas con la misma rapidez con que ha procedido a sus primeras creaciones económicas. El salario familiar y la nueva ética permiten enviar a clase a todos los niños en edad escolar. En su esfera de influencia, las colectividades españolas darán, con una prontitud sin igual, el golpe de gracia al analfabetismo. Y no olvidemos que en el campo España contaba, al estallar la guerra civil, con un 60% de analfabetos.
 
Para completar este esfuerzo y con fines prácticos inmediatos, se abrió, a fines de 1937, una escuela para la formación de secretarios, contadores y tenedores de libros. Más de 100 alumnos fueron inmediatamente enviados por las colectividades.
 
Pero la última innovación de envergadura fue la Universidad de Moncada (provincia de Valencia). Su objetivo era la formación de técnicos agrícolas. En las clases y en los cursos prácticos se enseñaba a los alumnos, también elegidos por las colectividades las diversas especialidades del trabajo de la tierra y de la zootecnia (modo de cuidar los animales, métodos selectivos, características de las razas, horticultura, fruticultura, apicultura, silvicultura, etcétera). Pronto el establecimiento contó con 300 alumnos, y hubiera contado con más si se hubiera podido hacer las cosas en mayor escala y si los profesores hubieran sido más numerosos.[72]Situada en la falda de una loma cubierta de naranjos, la Universidad de Moncada estaba también a disposición de las otras regiones.
 
Ultimo aspecto de la solidaridad practicada: las colectividades levantinas, lo mismo que las aragonesas, tal vez en mayor número que éstas, han acogido mujeres y niños refugiados de Castilla ante el avance fascista. Centros de acogida fueron organizados en pleno campo, y colonias donde los jóvenes, bien alimentados, fraternal y paternalmente atendidos, olvidaban la guerra. Largas columnas de camiones partían, abasteciendo gratuitamente a la población madrileña. Las colectividades de Beniopa, Oliva, Gerosa, Tabernes de Valldigna, Beirrairo, Simat (todas de la comarca de Gandía), enviaron, en los seis primeros meses de guerra, 198 grandes camiones de víveres. Poco después de la caída de Málaga, un simple telefonazo bastó para que se enviara a Almería, lleno de refugiados, siete camiones sobrecargados de alimentos.
 
Porque ante las necesidades y las responsabilidades de la vida, nuestros compañeros no estaban paralizados ni insensibilizados por el espíritu burocrático y la papeluchería del Estado. Perfectos libertarios, practicaban un humanismo nuevo, sin engaño de ninguna clase, sin especular sobre el valor propagandístico que podía causar su actitud, sin más recompensa que la alegría intensa de la práctica solidarista.
 
 
CARCAGENTE
 
De estilo predominantemente campesino, Carcagente, situado en la provincia de Valencia, contaba, durante mi primera visita -en noviembre de 1936, con 18.000 habitantes. Aunque su historia social fuera menos dramática que la de Sueca o Cullera, nuestro movimiento estaba sólidamente implantado desde hacía mucho tiempo y grande era su importancia. Elemento de prueba: nuestro sindicato de campesinos contaba a la sazón 2.750 adherentes, incluyendo a varios centenares de pequeños campesinos; el de los embaladores de frutas -o más bien de las embaladoras, pues este trabajo era más de las mujeres que de los hombres-, 3.325; añádase 320 trabajadores de la construcción, 150 ferroviarios, 120 metalúrgicos y 450 miembros de profesiones varias. En total, el 41% de la población adherida a la CNT.
 
En la zona de Carcagente, es decir, en la jurisdicción de la localidad y en las localidades cercanas pero menos importantes, las grandes explotaciones agrícolas se habían especializado en la producción naranjera, que era dominante. Y buen número de pequeños propietarios, que no podían vivir del producto de su tierra, completaban sus ingresos trabajando en los naranjales de los ricos o haciendo otros trabajos diversos. Situación muy frecuente en España y que debía concurrir a inclinar hacia la revolución social la resistencia nacida contra la amenaza fascista. La consecuencia lógica fue la influencia predominante de nuestra organización sindical, que sin tardar empezó a socializar las grandes propiedades agrarias.
 
Esta empresa fue facilitada por la huida de los terratenientes y porque era preciso evitar que los bienes de producción ahora disponibles fueran repartidos entre nuevos beneficiarios que habían reintroducido -modificado en ciertos aspectos pero idéntico en el fondo- el régimen de explotación, desorden y desigualdad que acababa de ser eliminado.
 
Simultáneamente y prosiguiendo la realización del ideal comunista libertario emprendido desde hacía tanto tiempo, nuestros compañeros dirigieron sus esfuerzos hacia la eliminación de la pequeña propiedad tradicional, transformando en cuanto fue posible las parcelas individualmente cultivadas, esparcidas y subdivididas en vastas extensiones racionalmente explotadas merced a la propiedad común y a las técnicas superiores de trabajo.
 
He tenido la alegría de encontrar en Carcagente a compañeros que había conocido anteriormente en Barcelona o en Buenos Aires, donde habían emigrado durante la dictadura de Primo de Rivera. Me afirman que las transformaciones realizadas se hicieron sin que fuera necesario apelar a la fuerza, especialmente en lo que se refiere a los pequeños propietarios. Las adhesiones han sido voluntarias, imitándose a nuestros militantes que dieron el ejemplo aportando sus tierras, sus animales de tiro, sus aperos de labranza. Hubo algunos reacios, pero los colectivistas libertarios tienen una fe absoluta en la superioridad del trabajo colectivo y en los resultados prácticos y morales del apoyo mutuo. Están firmemente persuadidos de que el ejemplo acabará por convencer a los que todavía vacilan. Tan grande es su convicción que en varios casos -y el mismo hecho me será señalado en ocasiones posteriores- no han vacilado, para completar ciertas tierras colectivizadas en medio de las cuales se hallaban fincas pertenecientes a individualistas, en ofrecer a estos últimos tierras mejores que las que poseían e incluso ayudarles a establecerse en ellas.
 
Bastaron algunos meses para que los resultados estuvieran a la vista. En primer lugar, una crisis económica local fue dominada. Las dificultades nacidas de la guerra civil y de sus repercusiones habían causado una parálisis comercial que dificultaba la venta de los productos cosechados, y los pequeños propietarios, contando con sus solas fuerzas, conocieron dificultades inquietantes. Pero después, el cambio de métodos y de relaciones ha permitido hallar posibilidades de venta, sea en Carcagente mismo, sea en Valencia o sea en otras provincias.
 
Con todo, las soluciones aportadas han remediado muy relativamente la crisis parcial. La parálisis causada en el mecanismo habitual de las exportaciones, y el bloqueo, o semibloqueo de España han creado una situación difícil. Y no se trata de aportar como remedio la organización municipal de beneficencia. Todo lo cual acentúa la obra de transformación social. Así es como, de continuo, los campesinos ofrecen sus tierras a la colectividad, solicitando su ingreso en la misma. Porque sólo la colectividad es capaz de tomar iniciativas revolucionarias y de encontrar soluciones valederas para reorganizar la vida local.
 
He leído pedidos de ingresos presentados -después de otros muchos- el día de mi visita. En ellos se enumeraba la superficie de las tierras ofrecidas, la calidad de las mismas, el lugar por ellas ocupado, el número de miembros de la familia, los instrumentos de trabajo. En esta enumeración no se reflejaba el menor indicio de violencia.
 
Con todo y ante la gravedad de las circunstancias creadas por la guerra civil, la libertad individual o la autonomía de los productores que han permanecido al margen no significa que éstos puedan libremente frenar o interrumpir la producción. Nuestros compañeros han comprendido, desde el primer día, que era preciso colaborar para la victoria multiplicando los esfuerzos. Y sin esperar que las autoridades municipales y los partidos políticos asuman esta responsabilidad, el Sindicato de Campesinos ha nombrado una comisión de control del trabajo que recorre la zona agraria y cuida de que tanto los individualistas como los colectivistas no relajen su esfuerzo.
 
Naturalmente, es en primer lugar la colectividad organizada por el Sindicato de Campesinos la que predica con el ejemplo. He recorrido varios naranjales, uno de los cuales abarcaba la jurisdicción de cinco pueblos y he observado cuán grande era la limpieza, el cuidado prestado a los cultivos. Cada pulgada cuadrada era como peinada con un cuidado minucioso a fin de asegurar al árbol todos los elementos nutritivos del suelo. Bien conocido es el amor con que el campesino valenciano cuida su tierra y lo que en ella cultiva. Esto se imponía a la mirada. Nuestros compañeros no utilizaban los abonos habituales. Antes, me decían los que me acompañaban por las plantaciones, el trabajo era hecho por asalariados bastante indiferentes a los resultados. Los patronos compraban grandes cantidades de abonos químicos o de guano, cuando bastaba cuidar debidamente la tierra para obtener buenas cosechas.
 
Y después me mostraban, con alegría y orgullo, los resultados de los injertos practicados por ellos a fin de seleccionar los árboles y mejorar la calidad de los frutos.
 
Pero he observado que en ciertas partes aparecían plantas distintas entre los naranjos. He pedido explicaciones. Entonces, mis compañeros me dijeron que si la guerra se prolonga las ciudades carecerán de víveres. Y en este suelo, generalmente arenoso y aunque poco propicio para esta clase de cultivo, han sembrado patatas tempranas. Han hecho más: aprovechando los cuatro meses que transcurren entre la cosecha del arroz y las siembras que siguen, han sembrado, en los arrozales valencianos, trigo de rápido crecimiento.
 
Después, ya que se trataba de mi primer contacto con una colectividad agraria, he pedido explicaciones sobre la organización general del trabajo. Y he descubierto que era a la vez mucho más sencilla y completa de lo que había imaginado. Como base, actúa una asamblea pública de trabajadores de la agricultura, en la que participan productores sindicados y no sindicados. A propuesta de los presentes, individualistas y colectivistas, se nombra por unanimidad o por mayoría de votos un comité dividido en dos secciones: la sección técnica, compuesta de seis miembros, encargada de dirigir la producción y los problemas de venta en el mercado español y extranjero, y la sección administrativa, compuesta por seis miembros y encargada de la contabilidad. La sección técnica cuenta con exportadores profesionales cuya competencia es reconocida, que cumplen bien su cometido y parecen haberse incorporado realmente a la nueva estructura social.
 
En Carcagente la socialización industrial ha empezado despuésde la socialización agraria. Pero sus primeros pasos inspiran confianza. El trabajo de la construcción está en manos del sindicato único correspondiente; el de la metalurgia, en manos del sindicato de los metalúrgicos; el sindicato de la madera ha reunido a todos los pequeños patronos y artesanos en un vasto taller único donde cada uno cobra una remuneración decidida en común, donde no se necesita ahora esperar con impaciencia al cliente y preguntarse si será posible pagar las deudas a fin de cada mes.
 
Los otros oficios, menos importantes, están agrupados en el sindicato único correspondiente. Las peluquerías, donde la luz, la organización, la limpieza, escaseaban tanto anteriormente, han sido sustituidas por varios establecimientos colectivos limpios y acogedores. Los que ayer eran competidores son ahora compañeros de trabajo.
 
Como se ha visto, en el embalaje de naranjas para la exportación está la mano de obra más numerosa. Varios almacenes de vastas proporciones especialmente organizados están destinados a este trabajo. Cada uno está dirigido por un comité nombrado por los trabajadores que comprende un perito profesional en materia comercial y un delegado para cada tarea específica: fabricación de cajas de madera, selección y clasificación, acondicionamiento, etc.
 
En las distintas operaciones obreros y obreras trabajan activamente, siguiendo el ritmo de las máquinas cerca de las cuales las cajas de naranjas, adornadas con el espíritu artístico que corresponde al de los habitantes de la región, están puestas en orden, en espera de ser cargadas en los camiones del sindicato.
 
Estos frutos deben ser enviados a Inglaterra, Suecia, Francia y Holanda. «Queremos que se vea en el extranjero que con la producción socializada trabajamos mejor que antes», me dicen mis compañeros.
 
La industria de la construcción está también dirigida por un comité nombrado por la asamblea de los trabajadores. No se construyen casas nuevas -y sin duda no se construirán mientras dure la guerra- no sólo porque en los períodos de crisis la industria de la construcción es la primera que se paraliza, sino también porque buena parte de las casas que pertenecían a los ricos y a los fascistas locales han sido entregadas a los habitantes más desfavorecidos. Pero se procede a arreglos nuevos, adaptaciones y transformaciones. Parte de los patronos se han adherido al sindicato y trabajan tan bien como antes. Uno de los dos arquitectos de Carcagente ha ingresado con ellos.
 
Las fábricas de ladrillos y materiales de construcción funcionan según los mismos principios y las mismas normas de retribución. Lo mismo ocurre en las otras ramas de la industria.
 
Cuando volví a Carcagente a principios de febrero de 1937, la rama de comercio socializada era la exportación naranjera. Pero con algunas novedades. La sección local de la UGT se había adherido a las realizaciones revolucionarias y por otra parte las actividades exportadoras estaban armonizadas con el Comité Regional de Valencia. Cuando este Comité formulaba una demanda, los seleccionadores de Carcagente se desplazaban hacia las zonas donde era posible hallar las variedades y las cantidades pedidas. Los mismos seleccionadores indicaban cuándo se debía recoger las frutas, según la duración y las circunstancias del viaje previsto, y los países compradores.
 
Para el conjunto de la distribución y a pesar de los consejos que yo había dado a fin de escapar al alza de los precios lenta, pero persistente, que contrarrestaba parte de los resultados obtenidos en el terreno de la producción, el pequeño comercio existía todavía. Constituía un factor negativo y había llegado el momento de preguntarse si no convenía emprender una nueva etapa, complementaria de la primera.
 
Se había dado un primer paso, del que se encuentran bastantes casos, especialmente en la región levantina, constituyendo un Comité de Abastecimiento que se encargaba de suministrar víveres no producidos en la misma población, y necesarios para la vida local. Este mismo Comité organizó los intercambios en la mayor escala posible. Mi amigo Grañén, que sería más tarde fusilado por los fascistas, proyectaba la organización de centros de distribución, en los diferentes barrios, lo que permitiría controlar tanto el mecanismo de los precios como la distribución de los bienes de consumo. El proyecto, que iba concretándose en Carcagente como en otras muchas localidades, no debía tardar en realizarse. Pues al mes, la mitad del comercio de Carcagente estaba socializada. Y Grañén tenía esperanzas fundadas de socializar la otra mitad.
 
En la misma época, parte de los naranjos cuyos productos no se vendían en las mismas proporciones ante las dificultades del comercio exterior habían sido arrancados y sustituidos por la horticultura. Se producía una integración económica que por lo demás se operaba también en otras partes.
 
En la noche de mi primera visita, en noviembre de 1936, yo debía dar una conferencia que mis compañeros me habían pedido, y que había sido una de las principales razones de mi visita a Carcagente. Antes de ir a la tribuna quise informarme sobre las realizaciones llevadas a cabo, para no hablar de generalidades desprovistas de interés. Y cuando compenetrado con lo que se me había explicado, me dirigí a esos hombres, a esas mujeres que esperaban mis palabras con un fervor que hacía más intenso el brillo de su mirada, declaré honradamente que yo había venido para aportarles indicaciones útiles, como me habían pedido, pero que en realidad yo era el que había aprendido de ellos. Y salí del paso explicando lo que sería la nueva vida en España si ganábamos la guerra y extendíamos a todo el país la construcción colectivista.
 
Última pincelada a este cuadro de conjunto: mis compañeros quisieron tener para mí una de esas atenciones tan frecuentes en sus prácticas de hospitalidad, y me convidaron a comer con ellos una paella en el jardín de una de las torres más hermosas expropiadas en la parte exterior de Carcagente. Desde la loma donde nos encontrábamos se distinguían, en la parte llana, extensiones cubiertas de naranjales magníficos. Mis amigos me hicieron observar la belleza del lugar, lo saludable del clima, cuán descansada era la atmósfera y cuán verde la colina cercana cubierta de pinos que dominaba las inmediaciones. Pensé inmediatamente que el lugar era ideal para establecer una casa de reposo o de convalecencia. Pero en este caso tampoco necesitaban de mis consejos los libertarios de Carcagente. Después de haber consultado con los médicos, habían decidido transformar la bella morada en sanatorio para tuberculosos.
 
 
JÁTIVA
 
Como Carcagente, Játiva está situada en la provincia de Valencia. Imposible es, al evocarla, no ver resurgir en el pensamiento su estilo, árabe como su nombre, el hermoso valle en que ha sido construida, su clima maravilloso y la intensa pureza de su cielo añil. Con algunos de los compañeros del lugar, fui a visitar las ruinas del castillo moro erectas a lo largo de las cumbres que dominaban la ciudad y donde mimosas magníficas crecían entre las grietas de las murallas entreabiertas por el tiempo. Desde allí, un paisaje de ensueño se extendía ante la mirada, ofreciendo a nuestra admiración cultivos varios, y más allá, amplios naranjales donde las frutas de oro, en número infinito, pendían como cascadas a lo largo de ramas sobrecargadas y enmarcadas en follaje que rutilaba al sol.
 
La fundación de la colectividad de Játiva no ha sido tan rápida como la de Carcagente; sin embargo, muy cercana. Empero, el movimiento social era de lejana fecha, y siempre habíamos contado buenos militantes en esta localidad. Sobre 17.000 habitantes, 3.000 estaban adheridos a la CNT. Dominaba la apicultura; la industria, mucho menos importante, derivaba de la producción agraria, sobre todo de naranjas y de las actividades consecuentes, de arroz, preparado y molido en el mismo lugar, de aceitunas transformadas aquí en grasa líquida. El ataque fascista había reunido a todas las facciones de izquierda que, como en tantos lugares, convergieron en el Municipio. Y muy pronto éste se compuso, según la importancia numérica de las fuerzas representadas, de cinco miembros de la CNT, cinco de la UGT, un socialista, un comunista, un republicano de izquierda y un miembro del partido autonomista valenciano.
 
Y aunque la industria no fuera sino consecuencia de la agricultura, ella mostró el camino de la socialización. No en forma generalizada desde el primer momento, sino escalonadamente, de modo que en enero de 1937 los peluqueros se disponían -entre los últimos- a colectivizar, junto con sus patronos, los establecimientos que hasta entonces se habían limitado a controlar.
 
En estas actividades no agrícolas la estructura y el funcionamiento son los mismos que hemos visto ya: secciones técnicas de organización, secciones administrativas; los sindicatos dirigen las actividades de los talleres donde los obreros eligen los comités encargados de la dirección en el mismo lugar del trabajo.
 
Pero la Colectividad agraria, nacida el 16 de enero de 1937, tres meses después de nuestra primera visita, nos parece más importante porque arrancaba con tal fuerza que nos dejó una impresión casi fulgurante.
 
Existía al respecto una razón fundamental, que nos explica muchos casos análogos que hemos tenido ocasión de observar: el mayor número de los miembros de la CNT eran campesinos, hombres esforzados, acostumbrados al trabajo responsable, a crear directamente, mientras en la sección local de la UGT predominaban los empleados de administración pública y privada, numerosos comerciantes, y la parte conservadora de los pequeños campesinos cuyos intereses pretendía defender la central socialista reformista, al mismo tiempo que la propiedad tradicional de la tierra.
 
Actitud que contradecía los postulados esenciales del marxismo y los conceptos de Marx y Engels, pero el marxismo de los socialistas españoles no se teñía de rojo vivo, sino de color de rosa anémica. ¡Y Marx como Engels y sus continuadores dijeron tantas cosas contradictorias!
 
Sin embargo, nuestros compañeros no pretendían quitar por fuerza los medios de producción de quien fuera -a no ser que se tratara de fascistas, de terratenientes o de caciques-, exceptuando casos aislados que admitimos como hipótesis, pues en un hecho histórico de esta magnitud se producen excesos que, en este caso, serían excepciones que confirman la regla general. Por el contrario, en la Revolución agraria española que se ha producido, sorprende ver cuán grande fue -siempre considerado en conjunto- la tolerancia hacia los individualistas. Aducimos en este libro bastantes ejemplos para que nuestra afirmación sea considerada como reflejo de la verdad.
 
La pujanza del nacimiento de la colectividad agraria de Játiva se explica también por otras razones, que completan las ya expuestas. Antes del ataque fascista, los libertarios del lugar ejercían una influencia constructivacon relación a numerosos campesinos agrupados en una sociedad mutualista local. Y son ellos quienes ahora constituyen el núcleo organizador, el elemento de base del microcosmos en estado de formación. Contrariamente a lo que se supone tan a menudo, es difícil convertirse de golpe en organizador, y muy a menudo se encuentra en los antecedentes de esta revolución una actividad práctica que explica la seguridad del acierto, la rapidez del éxito.
 
Al mismo tiempo. Játiva ofrece otros rasgos notables de conciencia humana y social. Tal es el caso de un fabricante de aceite de oliva, cuyo molino constituía una fortuna en la escala local, y que dio espontáneamente sus máquinas, su instalación y sus tierras a la colectividad. Tal el caso de su hijo, privilegiado él también, que aportó todo su dinero y el de su mujer. Y el del secretario de la Colectividad, que hizo lo mismo.[73]Se comprenderá, pues, el optimismo idealista que se leía en las miradas, en los gestos, en la actitud, en el andar casi, de los que se daban por entero a las tareas múltiples que les estaban encomendadas o que se imponían con entusiasmo.
 
Este espíritu aparece en el Reglamento redactado, después de numerosas deliberaciones, y publicado en un pequeño carnet blanco que el autor conserva siempre con religioso fervor. Reproducimos a continuación los artículos que nos parecen más característicos:
 
Art.1º. La denominación de esta colectividad es Colectividad de Productores Agrícolas.
 
Art. 2º. La colectivización se efectúa entre los campesinos, colonos y propietarios que voluntariamente soliciten ingresar en la misma y se les acepte su propuesta[74]en asamblea general.
 
Art. 3º. Cuando una parcela se encuentre en medio de tierras colectivizadas y constituya un estorbo para la colectividad, se permutará por otra, aunque con ventaja para el que se le obligue a permutar.
 
Art. 4º. Las viudas de campesinos que no tengan vida propia de otra procedencia que la tierra pasarán, si lo desean, a formar parte de la colectividad.
 
Art. 5º. Cada familia cultivará la tierra que se le señale.[75]Los que queden al margen de la colectivización deberán reservarse sólo la tierra que podrán laborar por sí. Su exceso de terreno pasará a esta colectividad, o bien a personas controladas por una de las dos sindicales.[76]
 
Art. 6º. Será norma admitir en la colectividad a productores de otras ramas que sean complemento de nuestras necesidades.
 
Art. 10º. La defensa de nuestra producción y regulación de cultivos estará a cargo de las siguientes comisiones:
 
a)     Estadística.
b)    Riegos.
c)     Abonos, semillas y nuevos cultivos.
d)    Plagas, desinfección y fumigación.
e)     Economato, compras y precios de venta.
f)     Ganadería, avicultura y apicultura.
g)    Herramientas y maquinarias.
h)     Envases y conservación de la producción.
i)      Análisis.
j)      Piensos.
k)     Transportes.
l)      Producción y dirección técnica para realizarla, y
ll)   Labradores.
 
Art. 11º. De la administración de la colectividad serán responsables: Presidente; Secretario; Tesorero; y un Vocalpor cada una de las comisiones indicadas en el artículo anterior, que procedan de las mismas.
 
Art. 12º. Todos los delegados de las comisiones que se citan tendrán obligación de laborar la tierra, las horas que los demás campesinos, exceptuando, únicamente, las que precisen para sus gestiones.
 
Art. 14º. La producción de los colectivizados no podrá efectuarse más que en los trabajos relacionados con la colectividad.
 
Art. 15º. El alquiler de las viviendas que habiten los colectivistas será abonado por la colectividad, aparte del salario que se asigna.[77]
 
Art. 16º. Los muebles para casarse, por primera vez los colectivistas, serán abonados por la colectividad hasta la cantidad de… pesetas[78]siempre que el beneficiado pertenezca a la misma más de seis meses y su conducta haya sido merecedora de ello.
 
Art. 21º. No se permitirá el trabajo a los menores de catorce años, los cuales vendrán obligados a concurrir a la escuela desde los seis años.
 
De la no asistencia a dicho centro escolar, serán responsables los padres o tutores, y por cada falta no justificada se les deducirá un día de haber, o sea seis pesetas al colectivo responsable.
 
Art. 22º. Se seleccionará, para seguir estudios superiores, los hijos de colectivos más capacitados en bien de la humanidad, y los gastos serán atendidos por esta colectividad.
 
Art. 24º. Todos vendrán obligados a trabajar el tiempo que se precise en bien de la economía de la colectividad.
 
Art. 25º. Todo colectivista viene obligado a prestar ayuda allí donde se encuentre, en los trabajos urgentes, como por ejemplo la recogida de una cosecha, la carga de un vehículo, etc.
 
Art. 28º. Siempre que se observe mala conducta por un colectivizado, será sancionado hasta por segunda vez, pero la reincidencia hasta la tercera producirá la expulsión del mismo, sin derecho a indemnización alguna.
 
Art. 29º. Todo compañero podrá salirse de la colectividad cuando lo desee, avisando con ocho días de anticipación y con pérdida de todos sus derechos.
 
Art. 30º. Habiéndose acordado por el Sindicato Agrícola «La Protectora», en su asamblea general, celebrada el 24 del corriente, traspasar a esta colectividad su activo y pasivo, se procederá a practicar un inventario reconociendo esta colectividad el activo de los socios de aquellas que no se colectivicen, y a los cuales se les facilitará abonos, y se les devolverá el capital que resulten tener a medida que lo soliciten.
 
Art. 31º. Se celebrarán cuantas juntas y asambleas sean necesarias para la buena marcha de la colectividad, y al final de cada año agrícola, que se considerará el 1º de octubre, se presentarán cuentas para la aprobación por la asamblea general.
 
El documento, fechado el 30 de enero de 1937, va firmado por Rafael Llopis, presidente, y Rafael Pardo, secretario, pero suponemos que debió ser el secretario de actas.
 
Si algo ha sido olvidado, la experiencia se encargará de revelarlo, y los estatutos serán completados o mejorados. Agreguemos, por de pronto, que no sólo la enseñanza será obligatoria, sino que será impartida en la escuela de la colectividad, que ya tiene sus maestros, y que desde el principio se preparó a poner en condiciones tres edificios escolares para las clases, y un cuarto para que, en las horas no escolares, los niños pudieran estudiar o recrearse.
 
Proyectos de tal envergadura deben basarse en una situación material pujante. Y así es. En quince días, cerca de 500 familias han solicitado su ingreso, ofreciendo todos sus bienes. La mayoría pertenece a la CNT, la minoría a la UGT, porque como hemos consignado, y merece repetirse, en casi todas partes miembros del Partido Socialista, o de la organización sindical reformista que él inspira o dirige, se han negado a respetar las órdenes de sus líderes. Y las adhesiones serían mucho más numerosas si los organizadores de la colectividad no observaran una cierta cautela para evitar ser desbordados, o estorbados por colectivistas aún inseguros.
 
Al adherir, cada miembro nuevo llena una fórmula donde figuran su identidad, la de su mujer e hijos, de los padres a su cargo, el capital productor y el activo que aporta, su pasivo y sus deudas en tierra, dinero, herramientas, animales de tiro.
 
La superficie total proveniente de lo expropiado a los fascistas, a los latifundistas, o aportado por los adherentes, se eleva a 5.114 hectáreas, de las cuales 2.421 son de regadío y 2.693 de secano. Quince días después de haberse inaugurado oficialmente la colectividad, el comité técnico dirigía el trabajo en una extensión de 446 hectáreas. Gracias a la iniciativa general y al entusiasmo de todos, se habían desbrozado 75 hectáreas de tierra nuevamente dedicada a la producción, a las que se había sembrado de trigo temprano y de patatas en previsión de la penuria que amenazaba a las ciudades.
 
Según el proyecto establecido por los técnicos, el 25% de las tierras está dedicado al cultivo del arroz, 25% a los naranjales y 50% a la horticultura.
 
Se ha decidido innovar la cría de ganado. En tres semanas, 400 carneros, ovejas y cabras (las famosas cabras de Murcia) han sido encargados. Se espera poder suministrar así y en muy breve plazo la carne necesaria para la ciudad, tanto más necesaria cuanto las principales zonas productoras (Castilla, Extremadura, Galicia) están en manos de las fuerzas franquistas.
 
Igual iniciativa para las aves de corral y los huevos. Se han comprado dos incubadoras, elementos de arranque para una mayor producción. La apicultura figura como simple proyecto, pero pronto será desarrollada porque en esta región las flores y los árboles frutales ofrecen posibilidades para una producción hasta ahora descuidada. En fin, se toman las medidas para una plantación de pinos -cuyos elementos han sido ya comprados- en la parte de la sierra que no puede ser entregada al cultivo de víveres, y que la erosión va desnudando cada vez más.
 
En muy poco tiempo la colectividad ha comprado tres camiones; ha emprendido importantes obras para mejorar y extender el regadío de las tierras de secano. En una semana se ha profundizado parte de las acequias y emprendido la construcción de otras. El procedimiento adoptado consiste en elevar el agua por medio de motores eléctricos en puntos estratégicos, desde donde será distribuida en tierras que, hasta el presente, habían sido condenadas a la esterilidad porque la pequeña propiedad no tenía ni los recursos necesarios ni la iniciativa para emprender tales trabajos.[79]
 
En el reglamento figura la creación de un economato. Los miembros de la colectividad podrán proveerse en él de los productos que necesitarán. Incluso podrían pedir estos productos en grandes cantidades e ir pagándolos a precio de costo; de este modo, las dueñas de casa no tendrán que desplazarse diariamente para ir a comprar jamón, tocino, aceite o carbón de leña.
 
Como en todas las colectividades, los animales de tiro -asnos, mulos, caballos- son guardados en vastas cuadras especialmente organizadas según se trate de animales empleados para trabajos ligeros o pesados. Por la mañana, los hombres encargados de estas tareas uncen los animales en los carros, lo que aligera el trabajo de los labradores. Por la noche, cuando regresan, cansados, no tienen que trabajar aún media hora más para atender a los animales antes de presentarse en su hogar. Sus compañeros cumplen estas labores. Si deben descargarse materiales o productos, otros acuden a ayudarles. A menudo son tan numerosos que se estorban unos a otros.
 
Apenas dos meses después de constituirse la Colectividad de Játiva, recibimos de su secretario una carta-informe que consideramos útil reproducir integralmente:
 
Játiva, 8 de marzo de 1937.
 
Al compañero Gastón Leval.
 
Estimado compañero:
 
He ido demorando el escribirte, a pesar de mi promesa de que lo haría a la mayor brevedad, por mi deseo de informarte lo más ampliamente posible sobre la marcha económica de esta Colectividad, pero como para hacerte el estudio que yo desearía se prorrogaría demasiado, me he decidido a enviarte de momento los datos de que ya dispongo, y dejo para más adelante el ampliarte mi información.
 
El número de carnets expedidos hasta el día es de 408. De ellos hay afiliados a la UGT, 82, y los restantes a la CNT. Hay además 23 solicitudes en espera de que la Comisión Revisadora les admita o rechace, y existe un ambiente favorable para colectivizarse frenado por el acuerdo tomado por la colectividad de no ir a prisa, pues la moral de los colectivistas es hoy enorme al abundar en la misma los elementos afectos, y debido a ello se trabaja más que nunca, el personal rinde casi el doble que antes de la sublevación, y preferiríamos que la entrada del personal que ha quedado al margen se realice poco a poco con miras a que no puedan enturbiamos este ambiente tan magnífico que es la garantía del éxito.
 
Los salarios que corresponden a los 408 carnets aprobados representan semanalmente 22.811 pesetas, de las cuales hemos de deducir 1.108.50 que familiares de los colectivizados obtienen en otras profesiones, y que de acuerdo con el Reglamento entregan.[80]Además, hemos de añadir al año:
 

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